JOSÉ BUERA es un escritor Dominicano residente en Londres. Ex alumno del Programa de Escritores Emergentes del London Library, su poesía se puede encontrar en Anthropocene, F(r)iction, Konch, Magma, Propel, y Wasafiri entre otros. Miembro del colectivo Nuevo Sol de poetas latinos en el Reino Unido, José es el fundador y comisario del Empanada Poetry Salon, un encuentro bimensual de poetas de la diáspora acompañado de platos tradicionales.
LA CAPITAL
La capital se derrite todos los días a la misma hora.
Periferias fluyen como mercurio hacia el Parque Olímpico,
una tonsura verde oculta a tras una coronilla de bloques
de cemento y varilla. Carros bloquean arterias con ilusiones
vanas de una cena temprana o un primer trago que se deshacen
entre el smog encarnado que esconde la ciudad del Cielo.
Durante tres minutos, la capital emana su sicosis
de color: mimosas envidiosas de inmortales palos de luz
sospechosos de un cableado que los intenta hundir, sucios
techos exhalan decadencia isleña ante los hastiales de un Piantini
que se destiñe entre las blancas haches de sus helipuertos. La luna
llena evapora la zona colonial, avienta al fantasma de Diego
Colón hacia la grama, ráfagas que preocupadas cavilan
la victoria tardía de los ingleses con su colonia de reflexiones
en una jerga hereje de añoranzas y visas. Vencida la capital
desarmo sus tambores, estiro cueros de cabra en rubias canoas
de trajes de lana y nácar tiznado por los labios de modelos
importadas. La Capital tiene amnesia, sus avenidas cementerios
de presidentes gringos abandonados en la última ocupación,
sus héroes exiliados a un archipiélago de parques descuidados
y apartamentos andrajosos donde tenis olvidados cuelgan
en la deriva de cables telefónicos mientras barrios vocean
sus SOS con chichiguas de funda plástica y caña. De madrugada
la capital se condensa en sangüiches de 300 pesos, sus edificios
asoman inmutables como un hueso de pielna raspado sobre el reflujo
nocturno. La capital goza su par de horas de silencio previas
a los silbidos de una brisa salada que deambula serena al Mirador Sur.
Un denso roció guaya la ciudad como un repollo cuando un borracho
vespertino pide cebolla extra para prolongar la acritud de la noche
con eructos de alba. La capital suspira sus amaneceres, abandona
otra noche encubriendo a todos en su pardo, deja que la mañana
cuaje grasa de salami para perfumar sirenas de policía y pregones
frutales. La capital se compone, estira sus bloques de cemento, enfría
su asfalto, sopla sus focos de xenón para observar al Ozama coagularse
en una invasión de cañamazos que cobijan una bañera de muñecas
donde una curúa protege a su nidada de los primeros rayos del sol.
OUROBÓROS
Aurora no pudo
encontrar otro futuro
que el mismo pasado
que a ella le robo
el presente.
PORFIRIO RUBIROSA APRENDE A COCINAR
‘There is a parrot imitating spring’/‘Hay una cotorra imitando la primavera’
– Parsley, Rita Dove
Anoche Trujillo sueña que está perdido en un cañaveral, persigue el kwaaah kwaa-kwaa kwa-kwa de una bruja que lo lleva a un batey – desierto salvo un pájaro imitando quietud, posado encima de una ceiba muerta, demasiado lejos para alcanzarla y estrangular los lamentos de este pájaro.
Dormido a su lado, Rubi huele a ámbar gris y champán, su cabello un desorden de capullos de helecho domados con brillantina. Trujillo lo mira suspirar: gruesos labios que esconden los más blancos dientes y sorpresas.
Rubi despierta mientras el Jefe inspecciona su ciudad:
Las primeras olas rocían pregones
de un frutero en el Malecón
mangos verdes prometen.
Tres muchachos borrachos pasan
un cepillo negro de la SIM esperando
purificar la mañana.
¡Perros comunistas! murmura Trujillo. Rubi encara una montaña de harina, le hace un nido para dos huevos. Mezcla todo hasta formar una pasta. Sus fornidas manos baten la sangre de un chivo matao hasta que toma el color de una maga después de llover. Grita Me robé esta receta de Anita Ekberg cuando siente el denso güevo del Jefe acuchillar su muslo derecho.
Con destreza vierte leche en una copa de champán medio llena de lujuria y jugo de china. Le pasa este morir soñando al Jefe quien lo embucha, retiene su eructo, y esboza una sonrisa ante el plato rebosante de blodplättar – unos panqueques suecos rojo oscuro, casi tan negros como la granmé haitiana de Trujillo.
Sobre la mermelada de guayaba, una esperanza se posa imitando una hoja. Rápidamente los dedos de Rubi aprietan sus alas, se la presenta al Jefe quien agarra a Rubi por la nuca, acercando su cara tanto que puede oler su neroli, su colorete.
¡Fucú, fucú! susurra Trujillo. Nunca, nunca mates una esperanza. Sin pensarlo, Rubi le besa el arco de cupido. El regalo nupcial de un saltamontes brilla sobre el bigote del Jefe, fino como un lápiz.