34. Año 9: José Ignacio Hernández | Lamentación de Moisés

JOSÉ IGNACIO HERNÁNDEZ, 36 años, argentino, es un escritor simbolista y estudiante de música. En el año 2021, decidió abandonar sus estudios de medicina para dedicarse plenamente a escribir. En la actualidad, asiste al taller literario dictado por Diego Niemetz en la ciudad de Mendoza, Argentina, donde reside.

 

 

 

LAMENTACIÓN DE MOISÉS

 

Los comediantes merodean, borrachos,

Por el camino gris de la Bahnhofstrasse.

Sus ojos no pueden ver cómo tiembla mi corazón.

Llegan a casa: ¡un susto de Coca!, gritan.

El aliento tan agrio como garganta de gato.

Miran un espejo gris con descaro,

Es medianoche, tiemblan sus corazones.

 

El espejo les ordena arrancarse el pecho.

Ardiendo, ardiendo,

Lo han escuchado cantar, entre tinieblas.

Han visto el sol ardiendo en el cielo.

El mundo duele,

Hay música en el río,

Hay música en el fuego,

Los dedos se extravían en las cuerdas de la lira,

Buscando ver las palabras que dice la zarza.

Oír el Principio que hizo el cielo y la tierra.

 

Los comediantes saben bien las costumbres del ratón,

Limpian con devoción los huesos en la cripta.

Elevan sus ojos invisibles del alma

Y los carcome, de pronto, la desesperación.

El ardor de la tierra que nada espera,

Gente que nada espera.

 

Silencio.

Un laberinto está amarrado entre los santos y el cielo.

La puerta quedará amarrada.

En la ciudad de los muros, las tumbas se abren.

Están vacías, no son para los muertos.

 

Busca al ángel que llora,

Silencio, silencio, silencio,

Busca entre los ángeles,

El campo sagrado alberga tumbas que no pertenecen al cielo.

No son para los muertos,

Son muebles.

 

¡Mira con los ojos del alma!

Silencio, silencio, silencio.

Los comediantes han visto el fuego pero callaron la zarza.

Saben bien las costumbres del ratón,

Lenta es la causa de sus heridas y rápida la mano de Dios que las cura.

Arden en bolas de fuego.

Gritan y callan.

 

¡Mire, Biasutto!

Sus ojos han estado atentos, pero ciegos han sido para el alma.

¿Ha visto más allá del fuego que lo envuelve?

¿Biasutto?

¿Ha visto, María Teresa?

¡O voi che siete due dentro ad un fuoco!

¡Voi, ustedes! ¡Han clausurado las puertas!

 

Azotan los vientos,

Los cebos fundidos decantan en el mar.

La noche había visto todas las estrellas

Cuando el remolino los embistió de frente.

Tres veces giraron y en la cuarta

Con la espalda ya hundida en el abismo,

Los tragó una voluntad desconocida.

¡Ustedes, que han visto la pluma caer!

¿Dónde escondieron la zarza?

¿Qué secretos guarda la ciudad amurallada?

 

¿Quién romperá los muros?

¿Quién incendiará las vestiduras de los comediantes?

¿Qué nos dice el fuego?

¿Qué palabras pronuncia el Tzinacán?

Así lo escribió Moisés,

Quítense las sandalias, comediantes.

Quítate las sandalias cuando te acerques a esta casa

Y escucha con el alma la verdad de Dios.

Harás bien de temer, criatura inmunda, y te cubrirás la cara.

Extiende la mano y agarra la serpiente por la cola.

Los ángeles lloran cuando las tumbas están vacías.

 

Comediante, criatura inmunda,

No salvarás la tierra que nada espera.

El remolino tragará tu ambición y tu poder.

Y un pájaro de fuego convertirá el agua del Nilo en sangre.

¿Quién da la boca al hombre?

¿Quién lo hace mudo o sordo o perspicaz o ciego?

El pájaro verá cómo tiembla mi corazón y abrirá los ojos de mi alma.

 

Así lo escribió el Tzinacán.

Vendrá un gran pájaro que romperá los muros y fundirá los bronces.

Explotará los vidrios de las cúpulas,

Quemará las vestiduras de peladas cabezas.

Las velas caerán como lluvia sobre el río.

El pájaro reunirá las partes que fueron robadas,

El fuego reunirá lo necesario.

Con la pluma que cae

Romperá los muros

Pero no purificará la tierra que nada espera.

 

Ve, yo estaré en tu boca, dice el Señor.

Y el pájaro vendrá.

¿Cuál será tu lugar en esta danza de alas infernales?

Serás un subastador de migajas, como el comediante,

O acaso tan mentiroso como el poeta,

Trágico, heroico, inexistente,

O santo aguerrido, sin escrúpulos.

Serás Atenas, o María Teresa.

Serás Ofelia, o bruja.

 

El ministro pronuncia las palabras.

LQS: sobre la mesa acanalada vuelcan su sangre.

Invocan al ángel.

¿Qué has hecho, criatura indefensa?

¿Qué has hecho?

Mira con los ojos del alma,

Mira lo que nos dice el fuego.

No calles, ¡habla!

¡Ustedes, los que vieron la zarza!

¡Hablen!

El mar despotrica contra el amargo cebo,

Tiene sed de almas errantes,

Almas que hacen alas de sus remos.

 

¡Da! ¡Da! ¡Da!

¿Qué nos une al grito solitario del trueno?

Este grito que se esconde y golpea el aire entre las rocas.

La piedad más grande del olvido,

El estupor,

La voz de los siete cielos.

 

¡Da! ¡Da! ¡Da!

No escribas nada de lo que oyes,

No escribas lo que dicen los cielos plateados.

No escribas su canto ermitaño y gris.

Hasta dónde hemos de seguir la decepción de este pájaro,

Su olor a estrellas y ese frío desagradable.

 

No puedo hablar, soy tan joven.

Sufro.

Sufro más allá de las palabras,

Con esta pluma solitaria en las manos.

 

Tiemblo como la montaña

Cuando la sombra de Estacio entró en los cielos;

Los custodios de Dios doblaron sus rodillas ante la noche.

¿Qué habremos de dejarle a esta pobre humanidad?

¿Qué haremos de este mundo?

 

Criatura mundana,

Tus palabras no son las de Adán

Ni tu música el glorioso decacordio.

¡Hora novissima!

Tampoco Eva tejerá tus sueños.

¡Tempora pessima sunt!

¡Criatura!, tu palabra es la verdad.

No se salvará por sí sola

Pero es más grande que la luz.

Vigilemus.

 

¿Dónde están los siete valles?

¿Dónde está la sombra que se perdió en el sol?

¿Dónde el espejo que nos mostraba lo que fuimos?

 

¿El montón de polvo?

¿El vil montón de tierra?

¿El aniquílense en mí y en mí se encontrarán?

 

¿Qué hay del sol de la majestad (que es un espejo)?

¿Dónde la Sombra que cae?

¿Dónde, ahora, el éxtasis y el deseo?

 

Nomina nuda tenemus.

Nomina nuda tenemus.

Nomina nuda tenemus.

 

Oh, Tiresias, mira este fuego más allá de sus llamas

Y regálanos la verdad que otros callan.

¡Oh, Tiresias!

Profeta, padre de Manto,

Que legaste tus dones a Virgilio, el gran mago.

En la tarde violeta, hora en que renace el deseo,

Hora en que el campanil retumba bajo el agua,

Hora en que estaremos solos,

Oh, Tiresias, dime quién estará en mi corazón cuando llegue la hora.

Dime, por Virgilio, a quien siempre amaste,

Cuándo vendrá mi hora.

¿Podré acaso reposar donde siempre quise estar?

Dime si desde el Hades pudiste ver los cantos carbunculares de Ulises y sus hombres

Cuando se hundían.

Ven, háblame del gran sueño de Babilonia

Y de aquel gigante que lloraba lágrimas eternas.

Dime, ¿dónde está Dios?

¿Dónde está el Señor?

Habla su Nombre, muéstranos su Rostro.

Todo está ardiendo,

Todo lo que vemos, todo aquello que se aleja,

Todo lo que duele,

Todo lo que nos une.

Oh, musas, allí es el fuego.

Llamen a este pájaro, díganle que ha extraviado su pluma

Y que la danza se desate.

 

Poco a poco voy perdiendo ante el temor;

Poco a poco me entrego a la sorda desesperación de los comediantes.

Diminutas criaturas,

Inexplicables y contaminadas

Como la tierra que nada espera

Y arde, incansablemente, ciegamente.

 

Ardiendo, ardiendo,

Hemos arrancado el corazón de nuestros pechos.

¿Qué haremos ahora?

Fríos con un mundo en nuestras manos.

Con nuestra sangre en la boca.

 

Es medianoche, las puertas se cierran.

Silencio, silencio, silencio.

La ciudad amurallada vuelve a pisotearnos,

A forzar el terreno ajeno de nuestros sueños.

¿Qué haremos, ahora que las heridas no sanan?

¿Qué haremos?, pobre humanidad.

Habremos de temer y cubrirnos la cara.

Los ángeles lloran lágrimas eternas.

Porque la hora ha llegado y estamos solos.

 

 

YAKUZA

 

Tienen un cuarto lleno de juguetes

cortadoras de césped

bolsas reventadas de comida

libros para tapar huecos, títulos, pisapapeles,

ceniceros, camas dobles.         Cajitas de fósforos

necesidad de ir y venir;

devoran, terminan, -ahí empiezan otra vez-

Tienen.

 

A mi edad, tienen.

 

Juguetes, ceniceros

flamencos de goma, listas, almanaques

y risas

El solo ruido de un caño de escape

Fuego de hornallas

Un par de cuadrúpedos salivando

la alfombra.

 

Tienen aire en sus viajes

el instinto de su fe

números: hijos, amores, visitas

manos…

la vida en sus manos.

 

También tienen mi edad

y no lo saben;

nunca sabrán, que a mi edad,

no tendrán mi muerte,

ni mi sangre.

 

 

WILLIWAGS

 

Supongamos que pienso mi muerte,

escribo la palabra «viento»,

la guardo en un sobre

y bajo al muelle

para dejarlo en el bote.           Cuando leíste

mi carta supiste que en el viento

te pensé por última vez.

 

Ahora leo la palabra en mi tumba

y recuerdo cómo fue;

mi alma se salva de las cenizas congeladas en un brasero

y de esas alas negras deshilachando

el cielo. De aquel viento

que me levantó contra las piedras,

de la sombra pálida

que me trajo el olvido.

 

Siento un cosquilleo agradable,

una corriente dañina

en los pies.

 

 

 
 

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