MÓNICA ZEPEDA (San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, México, 1987). Licenciada en Literatura y Creación Literaria por Casa Lamm. Meta-NLP Master Practitioner por The International Society of Neuro-Semantics. Es autora de Si miento sobre el abismo (2014) y Las arrugas de mi infancia (Coneculta Chiapas, México, 2020; Ediciones El Pez Soluble, El Salvador, 2023). Ha participado en festivales de poesía nacionales e internacionales como Jornadas Pellicerianas 2022, The Americas Poetry Festival of New York 2022 y Encuentro Internacional de Poesía en Paralelo Cero 2023. Parte de su obra poética ha sido traducida al polaco, inglés e italiano e incluida en diversas antologías. Poemas suyos también han sido publicados en reconocidos medios impresos y electrónicos de México, España, Honduras, Guatemala, Perú, Bolivia, Colombia, Chile, Estados Unidos, Italia, Puerto Rico, El Salvador y Ecuador.
Ay, hermano
¿Qué te digo? Desconozco tu sufrir.
Nunca supe que morías. Por tu sangre,
por tu carne. Nunca supe. Te lo juro.
Por morir.
Me conduelo con tu tinta. La hago pena,
la hago llanto. Ay, hermano,
si escuchas estas letras
son mis pasos, voy a ti.
El invierno, ese manto que te cubre,
que era blanco y ya es rojizo, era de ellos.
Ay, desgracia, y fue tuyo.
Ay, hermano, ni esta guerra ni este campo
merecen primaveras.
Ni este campo ni esta guerra merecen que florezcan
las metrallas de tu sien.
De Si miento sobre el abismo, 2014
Fui grito de mi propia sombra
Fui grito de mi propia sombra,
veneno en la punta de unas lenguas,
insomnio en la garganta de aquel gallo
y, ahora mismo, abrigo del escalofrío que me encarna.
Yo también tuve ese sueño de no estar refugiado
en lo áspero del periódico sobre el suelo,
en medio del estruendo de las bombas,
al filo de la suerte que le tocara a mi padre;
al borde, madre, de ti con cinco hijos
luchando contra la guerrilla,
buscando el medio y la manera
para llevarnos vivos al destino.
No supe en ese entonces ni sé hoy
en qué rincón de la palabra refugiarme.
Si he querido quedarme en la mirada,
en el abrazo, en tu consejo.
Porque no me apetece el golpe
ni la traición ni el portazo ni la mentira.
¡Porque haya justicia suficiente para no clamar!
No me interesa más la hermana muerte
en pos de la Madre Patria.
No me interesa más un falta poco,
todavía queda tiempo, ya casi llegamos,
échale ganas, todo se soluciona,
ni un mañana es otro día.
Cuánta ira, cuánta sangre, cuánta gente.
Si lucháramos por lo mismo;
si tan sólo tú y yo dejásemos de luchar.
Hicimos suyos nuestros niños.
Las risas, las pelotas y las bicis,
matatena, una muñeca y el carrito,
una algarabía era el silencio
y, en silencio, se escuchaba el ruido.
Yo también tuve ese sueño
en que los niños soñaban porque estaban vivos.
Yo también tuve ese miedo.
De Las arrugas de mi infancia, Coneculta Chiapas, 2020
El fin de lo infame
Ya somos la inconsciencia que sufrirán los niños.
El luto engendro del despojo es ahora
raíz de la sed que no debemos y bebimos.
Ya será aquella sangre marea de las venas
del pasado, y la diástole quien clame
una última zamba a los latidos.
El polvo, la empedernida metralla y la barbarie,
las velas del milagro, y lo demás.
Después pasó el tiempo, mucho tiempo:
casi lo que tarda la afonía en pronunciarse
tras un minuto de silencio.
Hasta hoy, el hito que anuncie el fin de lo infame
no ha llegado ni la resurrección de los muertos
ni la concordia plena entre los vivos.
Pero cuán grandiosa es la bondad humana,
capaz de perdonar incluso a aquel
que detonó una guerra o presionó el gatillo.
De Las arrugas de mi infancia, Coneculta Chiapas, 2020