204. Año 10 | 2.ª Ed. Quincenal Sep. 2025 | JOSÉ BUERA – La Capital

JOSÉ BUERA es un escritor Dominicano residente en Londres. Ex alumno del Programa de Escritores Emergentes del London Library, su poesía se puede encontrar en Anthropocene, F(r)iction, Konch, Magma, Propel, y Wasafiri entre otros. Miembro del colectivo Nuevo Sol de poetas latinos en el Reino Unido, José es el fundador y comisario del Empanada Poetry Salon, un encuentro bimensual de poetas de la diáspora acompañado de platos tradicionales.

 

 

LA CAPITAL

 

La capital se derrite todos los días a la misma hora.

Periferias fluyen como mercurio hacia el Parque Olímpico,

una tonsura verde oculta a tras una coronilla de bloques

de cemento y varilla. Carros bloquean arterias con ilusiones

vanas de una cena temprana o un primer trago que se deshacen

entre el smog encarnado que esconde la ciudad del Cielo.

 

Durante tres minutos, la capital emana su sicosis

de color: mimosas envidiosas de inmortales palos de luz

sospechosos de un cableado que los intenta hundir, sucios

techos exhalan decadencia isleña ante los hastiales de un Piantini

que se destiñe entre las blancas haches de sus helipuertos. La luna

llena evapora la zona colonial, avienta al fantasma de Diego

 

Colón hacia la grama, ráfagas que preocupadas cavilan

la victoria tardía de los ingleses con su colonia de reflexiones

en una jerga hereje de añoranzas y visas. Vencida la capital

desarmo sus tambores, estiro cueros de cabra en rubias canoas

de trajes de lana y nácar tiznado por los labios de modelos

importadas. La Capital tiene amnesia, sus avenidas cementerios

 

de presidentes gringos abandonados en la última ocupación,

sus héroes exiliados a un archipiélago de parques descuidados

y apartamentos andrajosos donde tenis olvidados cuelgan

en la deriva de cables telefónicos mientras barrios vocean

sus SOS con chichiguas de funda plástica y caña. De madrugada

la capital se condensa en sangüiches de 300 pesos, sus edificios

 

asoman inmutables como un hueso de pielna raspado sobre el reflujo

nocturno. La capital goza su par de horas de silencio previas

a los silbidos de una brisa salada que deambula serena al Mirador Sur.

Un denso roció guaya la ciudad como un repollo cuando un borracho

vespertino pide cebolla extra para prolongar la acritud de la noche

con eructos de alba. La capital suspira sus amaneceres, abandona

 

otra noche encubriendo a todos en su pardo, deja que la mañana

cuaje grasa de salami para perfumar sirenas de policía y pregones

frutales. La capital se compone, estira sus bloques de cemento, enfría

su asfalto, sopla sus focos de xenón para observar al Ozama coagularse

en una invasión de cañamazos que cobijan una bañera de muñecas

donde una curúa protege a su nidada de los primeros rayos del sol.

 

 

OUROBÓROS

 

Aurora no pudo

encontrar otro futuro

que el mismo pasado

que a ella le robo

el presente.

 

 

PORFIRIO RUBIROSA APRENDE A COCINAR

 

There is a parrot imitating spring’/‘Hay una cotorra imitando la primavera’

      – Parsley, Rita Dove

 

Anoche Trujillo sueña que está perdido en un cañaveral, persigue el kwaaah kwaa-kwaa kwa-kwa de una bruja que lo lleva a un batey – desierto salvo un pájaro imitando quietud, posado encima de una ceiba muerta, demasiado lejos para alcanzarla y estrangular los lamentos de este pájaro.

Dormido a su lado, Rubi huele a ámbar gris y champán, su cabello un desorden de capullos de helecho domados con brillantina. Trujillo lo mira suspirar: gruesos labios que esconden los más blancos dientes y sorpresas.

Rubi despierta mientras el Jefe inspecciona su ciudad:

Las primeras olas rocían pregones

de un frutero en el Malecón

mangos verdes prometen.

 

Tres muchachos borrachos pasan

un cepillo negro de la SIM esperando

purificar la mañana.

¡Perros comunistas! murmura Trujillo. Rubi encara una montaña de harina, le hace un nido para dos huevos. Mezcla todo hasta formar una pasta. Sus fornidas manos baten la sangre de un chivo matao hasta que toma el color de una maga después de llover. Grita Me robé esta receta de Anita Ekberg cuando siente el denso güevo del Jefe acuchillar su muslo derecho.

Con destreza vierte leche en una copa de champán medio llena de lujuria y jugo de china. Le pasa este morir soñando al Jefe quien lo embucha, retiene su eructo, y esboza una sonrisa ante el plato rebosante de blodplättar – unos panqueques suecos rojo oscuro, casi tan negros como la granmé haitiana de Trujillo.

Sobre la mermelada de guayaba, una esperanza se posa imitando una hoja. Rápidamente los dedos de Rubi aprietan sus alas, se la presenta al Jefe quien agarra a Rubi por la nuca, acercando su cara tanto que puede oler su neroli, su colorete.

¡Fucú, fucú! susurra Trujillo. Nunca, nunca mates una esperanza. Sin pensarlo, Rubi le besa el arco de cupido. El regalo nupcial de un saltamontes brilla sobre el bigote del Jefe, fino como un lápiz.

 

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