ANGELO CHACÓN SEQUEIRA (Costa Rica) es actualmente profesor en formación de Literatura y Castellano en la Universidad de Costa Rica, escritor y lector apasionado de la literatura clásica y sus vertientes más oscuras. Su obra está influenciada por el simbolismo francés, el romanticismo gótico, el modernismo y la literatura fantástica. Su escritura explora la muerte en sus múltiples facetas, la metafísica, la subversión y el subconsciente.
Y una voz dijo:
«date a la muerte, Stefan:
viene la infamia,
ver el sufrir de la raza milenaria
no te hará más virtuoso».
Y marchan…, marchan…, marchan…, marchan…,
a través de Europa
con sus trajes
de cuero negro,
banderas y esvásticas.
Y marchan…, marchan…, marchan…, marchan…,
primero a Polonia,
ora a la tierra álgida y roja.
Alígeras bestias maquinales
se baten en el cielo.
Y matan…, matan…, matan…, matan…
El oriente se acerca:
han fulminado los puertos.
Demonios explosivos caen lucíferos.
—El linaje espiritual de Abraham ha de ser exterminado.
Y matan…, matan…, matan…, matan…
Los zapatos,
las prendas,
los cuadros se amontonan.
Los trenes braman repletos de almas.
Y marchan…, marchan…, marchan…, marchan…
Cenizas opacan el firmamento.
Fragores, cánticos marciales
resuenan resignados;
los hijos de Dios en la guerra se masacran.
Y marchan…, marchan…, marchan…, marchan…
Se extienden por el orbe
devastando el devenir.
Heraldos de la muerte,
cegadores sin temor.
«Escribe cuatro cartas, Stefan;
despídete de tus camaradas;
goza la apreciada libertad que hoy posees.
Has vivido augusto,
eres parte del mundo.
Comparte tu libertad; mira a tu mujer.
Beban, dejen los frascos en la mesilla de noche.
Recuéstense en el suave lecho. Último lecho.
Dense un abrazo. Un último abrazo.
Hay felicidad en elegir el óbito.»
Y marchan…, marchan…, marchan…, marchan…,
gozosas, dos almas al lugar eterno.
Para…
No estás ya: tú, que venturosamente
fuiste mi amiga y no mi amante.
¿Alguna vez imaginamos, acaso,
el estrecho abrazo que nuestros espíritus
se darían entre occidentes arrebolados
y lunas menguantes? ¿Qué ha sido
de aquellas conversaciones librescas:
de Poe; de la guerra; del ideal,
de la pasión; de la vida soñada
que, con inadvertido pesimismo,
sentenciamos: «jamás será»?
Los dedos que pasaron, embelesados,
a través de tu sinuoso y angelical cabello,
desencadenando sonrisas
y un goce en los corazones,
hoy perpetúan memorias, soledades,
nostalgias y resignaciones;
hoy escriben este verso.
Y aunque aquellas miradas
—de antiguos cómplices—
fulgen al encontrarse de nuevo,
y aunque aquellos verbos
—íntimos, en algún tiempo—
resuenan en los oídos del otro,
algo se ha perdido en el mar
de lo pretérito: ese mar de sueños.
Y en esa amistad, ora grisácea,
ora penosa, ora apreciada,
ora amada, nos alejamos
mientras nos hallamos
a una caricia de distancia;
y tu voz me llama, con animosidad,
«querido» (en el visible tedio
de nuestro nuevo trato),
y mi voz —sombría, angustiada, impotente—
es incapaz de pronunciar un
«te quiero».
[Aflige perder a una amiga
más que a un amante.]
Espíritus fraternales
¡Espejos, espejos del alma!
¿Quiénes sois? En vosotros
he visto la lágrima crepuscular
del recuerdo de los días pretéritos,
y el terror de lo que será mañana:
¡la eternidad y el olvido!
¡Espejos, espejos del alma!
¿Por qué reflejáis mi llanto
(consecuencia de la muerte)
si ellas aún viven y leen esto?
Oh, fraternales soberanas de mi espíritu,
el ensueño alado trajo la noticia:
¿Podré acaso vivir después
de vuestras muertes, o seré igualmente
miserable y haré sufrir vuestras almas
cuando mi carne sea gloria del polvo?