Ana María Fuster Lavín San Juan, Puerto Rico, 1967. Graduada de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Escritora, editora, correctora, redactora de textos escolares y columnista de prensa cultural. Su obra apare-ce publicada en diversas revistas y antologías en Puerto Rico e internacionalmente con traducciones al francés, portugués, italiano e inglés. Libros de cuentos: Verdades caprichosas (Ed. de autor, 2002), premio del Instituto de Literatura Puertorriqueña; Réquiem (Isla Negra, 2005), premio PEN Club Puerto Rico; Leyendas de misterio (Alfaguara Infantil, 2006); Bocetos de una ciudad silente (Isla Negra, 2007). Poemarios: El libro de las sombras (Isla Negra, 2006), premio del Instituto de Literatura Puertorriqueña; El cuerpo del delito (Diosa Blanca, 2009); El Eróscopo: daños colaterales de la poesía (Isla Negra, 2010); Tras la sombra de la Luna (Casa de los Poetas, 2011); Última estación, Necrópolis (Aguadulce, 2018), y Al otro lado, el puente (Isla Negra, 2018). Novelas: (In)somnio (Isla Negra, 2012), y Mariposas negras (Isla Negra, 2016). Libros de Microcuentos: Carnaval de sangre (EDP University, 2015); [Cuestión de género], Carnaval de sangre 2 (EDP University, 2019), Premio Nacional del PEN Internacional de Puerto Rico, y La marejada de los muertos y otras pandemias (Sangrefría, 2020), Premio Nacional del PEN Internacional de Puerto Rico. Su canal literario de YouTube es “Mariposas Negras” y su blog: http://bocetosdeselene.blogspot.com/.
Deshabitar mi libro
sustituir el silencio por lo nunca dicho
es despedirse de la voz tras un poema
es liberarse de nostalgias sin apellidos
o escribir sin palabras una misiva
para descubrirnos
me lees en tu aposento de pausas
y me renaces en lo que no dices
mientras me escuchas
aun cuando solo me retienes en las pausas,
así me libero de los marcos sin rostros
para habitarte
sin embargo,
leo para entender la vida
esa en que sonámbula te deletreo
mientras cierras mi libro,
escribo para entender la muerte
tras el poema de tu voz
deshabitada de jaulas, rostros
y descubrimientos
La marejada
la marejada grita
arrojo mi última botella
en su interior, el duelo de un poema invisible
la depresión de la palabra natimuerta
los fantasmas que emigraron hambrientos
pero me reservo mi último verso
la marejada me embriaga
mi niño logró escapar a tiempo
en cambio, yo
me aferré a demasiados atardeceres
ahora,
la soledad me arroja a la espuma
el recuerdo de las calles es un eco doloroso
los fantasmas abordan al crucero de sombras
mientras escribo versos de sangre bajo la lluvia
hasta dejarme llevar al mar sobre un espejo
la marejada me devora
aquí, en silencio, naufrago
observo un corcho flotando sobre mis versos
y a lo lejos mi isla de humo pare su última muerte
mientras llevo mi epitafio tatuado en las manos
quizá la palabra es lo único que existe
y todo fue un largo insomnio a la deriva
Arrojarse al pasado
Amaneceres en mi alma, amaneceres en mi mente,
cuando se abre la puerta íntima para entra a uno mismo,
¡qué de amaneceres!
Julia de Burgos
hay amaneceres
donde el silencio duele
como pequeñas puñaladas
de pasados confusos
de interferencias en la memoria
de preguntas sin responder
en el desfigurado recuerdo
de aquel monstruo del armario
cuando escondida bajo la cama
escuchaba su eco
en aquellos golpes
en aquellos gritos
que mordían la piel
de mi equilibrio
convertida en adolescente
solitaria malabarista cuentera
sin disculparme por crecer
mientras mi púber espejo
aún pintaba versos con crayolas
paisajes sin muros ni fantasmas
correr sin parar volar atardeceres
un me quiere no me quiere
bajo los pétalos de las mariposas
pero el armario soltó a la bestia
y esta vez no hubo cama
–para esconderme del miedo
escucho mis latidos–
esta vez hallada
devoró a dentelladas
mi oculta vereda
y sin equilibrio
me arrojé a la muerte
y renací mujer
pisando ruidosa firme
resucitándome paralela
a mí misma
mutilada, pero liberada
peregrinando exorcismos
llenándome de sed
entre páginas y versos
para sentir, lo que siento
me reinvento en los abrazos
en esas pequeñas memorias
repletas de viajes felices
también en el zumbido
de mis lágrimas escondidas
mientras imagino la lluvia,
para resucitarme sin miedo
me arrojo a esos espejos en mis manos
y escribo historias de terror
para ahuyentar las sombras del abandono
para que nuevos golpes de vida
no me arranquen el piso
y vuelva a caer
pero no temo morir
en las nubes no hay ventanas
y mi cuerpo está acostumbrado
a las cicatrices
hay amaneceres
en que versos de otros pasados
me sueñan veredas para reír,
otros, soy aquella niña que se arrojó
con un diario en blanco
al vacío de mi cuerpo
y quiso crecer