ARMANDO SALGADO. Nació en Uruapan, en 1985. Escritor y docente egresado de la Normal Rural Vasco de Quiroga de Tiripetío, Michoacán; Maestro en Educación Básica por la Universidad Pedagógica Nacional. Es autor de 17 libros de poesía, narrativa y literatura infantil y juvenil entre los que destacan: Cuadro de resiliencia (Coneculta-Chiapas, 2021; Premio Nacional de Poesía 2020); Red border (IMAC, 2020; Premio Nacional de Poesía Tijuana 2020); Tierras altas de Mato Grosso (Coneculta-Chiapas, México, 2018/Los Perros Románticos, Chile, 2019; Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 2017 y finalista en el Certamen Hispanoamericano de Poesía ‘Festival de la Lira’ para obra publicada en Ecuador); Relámpago Molido (Mantis Editores/Gobierno del Estado de Guerrero, 2016; Premio Nacional de Literatura Ignacio Manuel Altamirano en Poesía, 2016); y Cofre de pájaro muerto (Ediciones de Punto de Partida, UNAM, 2014; Premio de Poesía Joaquín Xirau Icaza para obra publicada, 2015 otorgado por El Colegio de México a través del Fondo Xirau Icaza). Compiló con Octavio Gallardo el cuerpo de documentos de descarga gratuita Estrategia del poema: 72 autorxs hispanoamericanxs (Bitácora de vuelos ediciones, 2020). Es colaborador del suplemento cultural La Gualdra, de La Jornada Zacatecas. Fue becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, Jóvenes Creadores, en 2018-2019. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.
PUERTO APAGADO
Anunciaron un posible maremoto:
¿qué hacer en estos casos?
Dar un golpe a la vitrina
e irte con lo agrio de la carne,
usar los restos del vidrio
para cortar tu apetencia,
o simplemente, lavar sin agua
las partes oscuras del muro
para que la gangrena
no engorde.
[La radio anuncia almejas al dos por uno].
APERTURA DEL MAL EN UN OBJETO MELÁNCOLICO[1]
Es el hambre en mi sangre, Lenina. Ese tiburón negro que devora mi certeza. Te lo digo: no son tiempos modernos ni prevalece una era centrífuga para jadear en vena los destinos, ni un punto de miedo para dejar atrás esa lontananza por ti. Esto que vibra en mi interior no es un plano arquitectónico de Norman Foster ni tiene la perfección de un Alfa que recita mi condición de perisodáctilo. Sé que no se puede acondicionar a un rinoceronte. Sí, Mr. Foster también es un hijo de puta. Él piensa que soy un pobre diablo por no ser como él; dice que ser acondicionado de otra manera, tener otra “herencia” es la distancia que muchos aceptan por no tener un punto de comparación. Como un pedazo de carne. En estos días la superficie de mis ojos es un cristal oscuro. Mis restos escuchan el río donde dos amantes saltan. No logro ser menos dócil, Lenina. Mi melancolía no fue decantada; no es un error mecánico que coloque en la repisa el color del tulipán. Desde hace poco el cielo tiene otra textura. ¿Es por el nuevo aeropuerto? Tendrá el estilo de Norman Foster, esa indumentaria high-tech. Doce mil hectáreas, doce millones de pasajeros anuales. Todos con soma en la cartera. ¿Ahí podré contener mi desierto y el de Helmholtz Watson? No somos distintos, Lenina. Él y yo tenemos un acantilado en un mismo catéter. Sabes que ni Beijing, ni la cúpula del Reichstag ni el viaducto de Millau sostendrían la soledad del hombre. Sé que no te gusta el tono caqui, Lenina, y que repites ciertas frases para no olvidar lo que eres, aunque si abrieras un poco la ventana, si el crematorio no fuera igual ante todos, si definieras entre los gases calientes la ceniza de una mujer o un hombre, si tu sonrisa no mostrara ese nerviosismo sintético, te diría que el alcohol en tu sangre no es artificial.
Lenina:
Me gusta contemplar en paz el mar. Esto me da la sensación de ser aún más yo mismo, no sé si comprenderás lo que quiero decir. Ignora esa maldita frase que nos merodea: con un centímetro cúbico se curan diez pasiones. Hay sensaciones más potentes que la programación. Dicen los viejos libros —hoy prohibidos— que el calor de una familia era un centímetro que curaba diez sombras. Por eso intento adivinar cómo eran mis padres aunque no los tuve. Aunque mi brazo tenga la cicatriz del fósforo y la ceniza sea el mayor conductor de la melancolía. Se intuye no la transparencia del cristal ni las probetas ni la descarga al tocar los pétalos de un libro. La lectura se revela. Es como masticar cuatro pastillas de soma. Dice Helmholtz que las palabras, como los rayos X, atraviesan cualquier cosa si uno las emplea bien. Lees y te sientes traspasado. Es una de las cosas que enseña a sus alumnos: a escribir de forma penetrante y ver la escritura como un ente con varias cabezas y borrar en cada una la soga que nos persigue. Desde entonces, la escritura me recuerda quién soy. Además del océano me gusta armar viejos utensilios, reparar mi respiración, oler la ceniza de la primera llamarada, me agrada verme entre pinturas y colores naturales. También sueño con las Tierras altas de Mato Grosso, donde en cada centímetro de avena los hijos mordían los pechos de las madres sin ningún señalamiento. Ahí la fuerza no era un implante ni un motor de la ansiedad. Sé que soy un cobarde y que la comodidad ahora me absorbe. También sé que mis palabras pueden cortar nuestros principios, ¿pero el espíritu no está obligado a ser libre? El tiempo es relámpago y en cada instante —entre partículas de olvido— nos dice al tímpano los nombres de los vivos y de todos los muertos que están detrás de nosotros, cuidando nuestro sueño. Entonces recuerdo que la sal es el principio de las lágrimas. Confirmo que no eres neumática, Lenina, sino hermosa como el silencio que yace en esas lágrimas. Tu corazón está repleto de flores que sólo crecen en el borde de la desesperación. Aunque no distingas la ceniza de mi cuerpo hecho polvo sé que bastaría un pedazo de decisión para que leas en tu vientre la decisión de ser madre. ¿No sientes el deseo de ser libre, Lenina? Nadie está obligado a morir frente a un televisor ni sintonizar un paro cardíaco ni cruzar la avenida con aparato en mano y ser un accidente.
No lo olvides, no todos somos infelices.
[1] Las palabras en cursiva corresponden a fragmentos de la novela Un mundo feliz de Aldous Huxley.