Francisca Paz Rojas | La edad ciega

FRANCISCA ROJAS BAHAMONDES nació en Santiago de Chile en 1974 y vive en Bolonia. Es docente de lengua española y obtuvo un doctorado en la Universidad de Bolonia. Sus ámbitos de investigación convergen en la poesía hispanoamericana con una perspectiva interdisciplinaria. Sus artículos han sido publicados en revistas científicas internacionales y como poeta han sido publicados numerosos poemas suyos en revistas y volúmenes literarios en Italia y en Francia. En 2009 publica el poemario Arsenale (Zona Editrice), de próxima publicación Del non sapere (Transeuropa) y Esa luz mala, inédito en castellano.

 

 

 

Poemas de Francisca Paz Rojas, de Esa luz mala (inédito)

 

 

 

 

DESNUDO

 

Siempre hay alguien que se queda desnudo

y ese no es el nazi

o esta sería otra historia.

 

Se queda desnudo delante y detrás

con una vasija de nada entre el follaje

de las circunstancias.

 

Me camino desnuda

como un bicho que está por morir

sobre un cuerpo que desconoce,

sobre un cuerpo que es una superficie

sin palabra alguna, una esponja de piel

no tiene nombre,

la desnudez no tiene nombre.

 

El bicho se queda dormido,

el cuerpo huele a vacío y a entrecruces

sin palabras.

Ese que se queda se va yendo

dentro de su desnudez.

Puede ser que con una foto le recuerde,

puede que el cuerpo pueda más

que zafarse en silencio.

Puede que ese cuerpo recordado

transmigre en trozos

y esos trozos compongan

los instantes del tiempo,

marquen las horas

dirijan el sol en las estaciones;

puede que ese cuerpo se haga tiempo,

polvo sin ninguna objetividad

que lo agarre.

 

Ese no va a ser el cuerpo del nazi,

del que se queda vestido,

con su pelaje antes del borde,

con su conducta en la cara,

con su vientre, aunque llore,

arropado. Con su uniforme.

 

El que se queda desnudo se alivia

y reaparece en otro lugar.

 

 

En la parte fría                                                                            

 

Me he puesto en la parte fría,

una bocanada de hielo hizo

un lecho en rededor.

Me he puesto a escucharlo.

 

Llegan niños de fango,

ondas de chapoteos en el mar,

que no dejan huellas.

Las imágenes se subsiguen

sin cesar.

 

A veces una palabra se asoma,

pero la continuidad del escenario

está marcada por el silencio.

Solo los cuerpos, los cuerpos solos

que se duelen.

 

Hay cuerpos oscuros que chapotean y caen,

cuando el mar los ha acogido para siempre

les cubre el rostro.

 

Chapotean en una charca y el último resuello

puede ser el primer respiro después del viaje.

Chapotean en la cerrazón, a ras de la orilla.

 

Me he sentado entre espinas,

entre mis respuestas y tu sombra.

Te escucho mientras me escuchas.

Aparto de mí las corollas y la arena que me cierne,

aparto los comentarios. Me concentro.

 

Chapotean los que están por morir

porque se resisten y

querrían vivir.

Su mirada queda a nuestra merced,

a la intemperie.

 

¿Me escuchas desde tu penumbra?

Escuchar a alguien desde su sonora

aparición, desde su condenada humanidad,

en su pobreza, es una forma de ser libres.

 

 

 

LA EDAD CIEGA

 

La edad ciega pasa hiriendo

como una visión de agujas.

Remezclando verdad y mentira

amores finos y falsos.

¿Quién enceguece al adolescente

y quién mira con sus ojos?

 

Pasa la edad del ciego recostando

los deseos. Los empuja hacia

la muralla, los humilla con fácil ademán.

O los pulveriza con un arma

que arranca la biología de la batalla.

 

Llegaron los ciegos hasta mí.

Recitando versos perfectos

e intranscribibles.

Usamos la ciudad

escribiendo el control, sacando

centellas en blanco y negro,

pensándonos. Delimitando

al enemigo en un círculo imaginario.

 

Escribo con ellos dirigiendo su mano

sobre el renglón

y robo la visión albina

del abierto paisaje de sus ojos.

 

En el centro hay un triángulo

ellos, ellas y el mundo aparte de

las palabras.

Ahí conviven pasado y futuro,

en la mazmorra constatarán

cómo actúa el que ama

y cómo sangra el rebelde.

 

Nada se escurre todo queda

empantanado, pero nosotros

somos caminantes.

Erramos y les permitimos

ganar, insinuando un fulgor perdido.

Ayúdennos, ayúdame a conservar

nuestra ceguera moderna, nos dicen.

 

Todo está demasiado confundido

para dar lugar a un tal gobierno.

Por eso déjennos huir lentamente

para quedarnos vivos, déjennos, olvídennos.

No sabrán de la delicadeza de las manos

de un adolescente, de su soñadora y frágil alevosía.

Es mejor así.

Déjennos en paz y nos encontraremos

si es posible.

O moriremos si no fuera posible.

 

 

GRIS

 

La bulla de los pájaros

me traía lo último que de mí

quedaba.

 

Sin fronteras venía ese señor

a sentárseme detrás

y a sorber mi sombra

con una pajita.

 

Él me sacaba lo enfermo del ala.

Se lo bebía.

 

Venía ese señor oscuro,

que parecía llevar un sombrero

y me sacaba de mi podredumbre,

me sacaba con un prodigio

que duraba un tiempo inmenso,

en una noche el mal

y lo sin sentido.

 

Yo no tenía más que comer,

había acabado las palabras,

se había agotado todo.

Estaba todo tan maldito.

 

Los pájaros y los árboles

los árboles y los pájaros

eran el pecho de ese señor

gris, color de la ceniza.

 

No hacía palabras el señor,

sino que escuchaba

mi cuerpo ajetreado

que se estaba yendo

levitante por una salida.

No tenía vuelco, no tenía rostro

pero me recogía y me guardaba,

para que no cruzara el umbral.

 

Yo tenía el oído puesto

en el corazón del mundo.

Pero el mundo iba y venía

dejándome sorda y sola.

 

Ahí permaneció el señor con su recelo

y entró al final el amor nuevo

goteando sangre

desde la calle.

 

 

DUELO GRIEGO

 

La señora griega

sale a pasear con su joroba,

el tiempo que le abulta

su vestido negro.

Ahora sí que ha llegado

el momento

de lidiar con el duelo.

Pero la letanía suya

es resistir y repetir

una acción ante los dioses

de la Akrópolis,

ante cualquier dios

excepto el que los tranzó.

 

Su acción es caminar por el jardín

e ir en busca de la rosa.

Ese jardín es un Edén,

un robusto corazón

que aún late de rabia y de orgullo.

El corazón robusto y sagaz

sostiene el respiro y captura

la calma amarga

después del saqueo y la violencia.

 

Lidia y Stella,

las hijas de Margherita

y del griego comunista,

también combatirán;

ya se han reído del Cíclope

y subieron de nuevo al Monte con la bandera

del Partido

en las manos.

 

La señora con su joroba lo hace

a su modo, es una forma de amor,

sobrevivir por los que se suicidaron,

ignorar la horca llenando

la mano que llega vacía con la rosa.

 

Qué podrán hacer sin víveres y sin techo,

no podemos aceptar la cuenta final.

Lo que quieren es el sacrificio.

No lo van a conseguir, dice Nikos,

el padre de las mellizas.

 

La señora de la joroba pasa sus tardes

en el corazón verde de Atenas.

Las espinas del rosal no la hieren

y ella vuelve cada día a rondar

y a observar el estado del Jardín,

el grado de corruptibilidad que lo desgasta,

el rastro del tiempo eterno que le queda.

 

Atenas 2016

 

2 Comments

  1. Le poesie di Francisca Paz Rojas indicano una notevole capacità di osservazione della poetessa stessa e la profonda sensibilità con cui attua la sua ricerca dei temi che attraversano la molteplicità di forme di vite che stanno ai margini. Vite che attendono un riconoscimento o meglio necessitano uno spazio di libertà per proseguire le proprie esplorazioni di nuovi sentieri e nuovi orizzonti.

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