GEGMAN LEE RÍOS – ELEGÍA A LOS VENCIDOS


Gegman Lee Ríos (Carolina/San Juan, 1990) Poeta, editor y barbero. Estudió comunicaciones, historia y edición en la Universidad de Puerto Rico, recinto de Río Piedras. Ha publicado los poemarios Nostos (Ed. Callejón, 2014) y Elegía a los vencidos (Ed. Callejón, 2018, Ed. Amargord 2019). Su poesía ha sido traducida al inglés y al portugués y ha sido publicada en revistas y antologías nacionales e internacionales. Actualmente se desempeña como barbero, dirige una editorial, escribe, lee y ve películas. 
 
 
 
 
A César Vallejo
 
 
ELEGÍA A LOS VENCIDOS (Ed. Callejón, 2018, Amargord, 2019)
 
XX.
 
Pienso en mi madre
y me invade el cariño necesario;
aún los trazos de niño
siguen en mi corazón
como surcos grabados en el cemento.
Aquellos que aún hacen arder las piedras
con las que me topo
como me topo también
con aquella caída inerte
que ha marcado el segundo lugar
de todo este camino andado.
 
Pienso en mi madre
como pienso en los soldados cuando caen,
cuando grita el proyectil
la finísima molécula derivada de lo ameno.
Fuera de las deudas
fuera del trabajo
fuera de la enfermedad virulenta
que lavándonos los ojos
nos robó las pestañas.
 
Pienso en mi madre
y cuestiono el color gris
nuestras suelas gastadas
al salir por la puerta,
madre,
pienso por qué no nos lavamos las caras
con las aguas termales del afecto simple
o con las lindas palabras que obviamos
por nuestros oídos poblados de agujas
que no usamos para hacer un fieltro inmenso.
 
Madre, mientras te pienso
comulgo hormigas,
canto una elegía enorme
que es ámbar en mis manos,
sobre nuestras manos,
con las que nos acariciamos
con la solidez del árbol,
aún buscando,
el verdadero repertorio
de los números naturales
como solución
a esta eterna edad de morir.

 
YA NO HAY EXTRAÑEZA (Ed. Alayubia, 2021)
 
 
Todos fuimos especiales
 
Escribo ahora
porque se me ha hecho
tan difícil estar solo
que comencé a admirar las piedras.
 
Haber visto lo posible en el rocío y después
el abrazo malogrado de quien prometió y no vuelve.
 
Buscar la potestad de convivir con los gemelos
y con quienes se plantearon como norte.
 
Sombras aguerridas abren paso a este lugar.
 
 
Mamíferos sensibles
 
 
Soy de carne, útero y agua
como la mañana.
Soy de carne, hueso, y agua
como el día.
Soy de carne, útero y agua.
 
Estuve en un útero,
bebo agua, como carne
vivo también el día útero
que capacita este perderse
andando en la insignia del amor
–del ser mayúsculo—
aquellos brazos que se persiguen
a veces para siempre.
 
 
En un banco mirando al mar
 
Mar de espuma que fue siempre
solamente espuma:
humo, gas,
corta estancia en la canícula
de nuestro cielo raso.
 
Ni los más sólidos granizos
pueden igualar la continuidad torrencial
que puede ser: sal, espuma, tiempo;
carente de nubes sigue cayendo.
 
Nos mantiene caminando
bajo el corto techo,
buscando el descanso
en la insignia del asiento.
 
Esta larga costumbre
no pregunta por su visita
da el abrazo que asevera
que la prisa es un invento;
que han esperado nuestro nacimiento,
para que luego labremos
esta blancura infinita.

 
Siempre quema el sol
 
Me hizo feliz la sombra de mi cara.
Pensé que cómo puede haber
tanto golpe de pecho
roto sobre lo roto
lo pérfido escrito en el paladar
y nadie fuera de la guerra de traspasar los muros
que como océanos nadamos buscando qué comer.
 
El sol brillará sobre nuestras pieles
sobre el edificio, sobre lo terrible
en los adioses de los niños enamorados en los parques.
 

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