GISELLE LUCÍA NAVARRO – VÓRTICE Elí Urbinaagosto 21, 2021agosto 21, 2021Poesía panhispánica, Revista Navegación de entradas PreviousNext Giselle Lucía Navarro (Alquízar, Cuba, 1995) Poeta, escritora, diseñadora y artista multidisciplinar. Ha obtenido, entre otros, los premios José Viera y Clavijo de ciencias sociales, Benito Pérez Galdós de ensayo, Edad de Oro de poesía infantil, Pinos Nuevos de narrativa juvenil y el David de Poesía que otorga la UNEAC, además de menciones en los concursos Ángel Gavinet (Finlandia), Poemas al Mar (Puerto Rico) y Nósside (Italia). Ha publicado Contrapeso (Colección Sur, 2019), El circo de los asombros y la novela infantil ¿Qué nombre tiene tu casa? (Gente Nueva, 2019), La Habana me pide una misa (Extramuros, 2020), Criogenia (Ensemble Edizioni, Italia, edición bilingüe, 2021). Su obra se ha traducido al italiano, inglés, francés, turco y ruso, publicada en antologías y revistas de una veintena de países. Licenciada en Diseño Industrial por la Universidad de La Habana y egresada del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Es miembro del Comité Organizador del Festival Internacional de Poesía de La Habana. CABEZA/germen La cabeza es la semilla estructural de la aldea, el gesto que da la tea al bosque que no se ensilla. La cabeza es la postilla donde coagula el futuro. La cabeza es el cianuro con que la tribu se asfixia o evoluciona o se vicia contemplando el mismo muro. Cultivar las torceduras no detiene el crecimiento pero acopla el firmamento en medio de las fisuras. La voz guarda quemaduras profundas en la raíz. Apuntalen la matriz mientras la semilla hiberna. Si la palabra es lucerna podrá crecer un país. VÓRTICE Las mujeres musulmanas aprendieron a cubrir su cabeza. Solo los ojos podían exponerse al desastre de las calles. Sus ojos, única brecha posible entre el blindaje de la carne y el hiyab. La tela es la circunstancia de estar muda. Pareciese que el silencio es una marca del miedo. Una mujer que calla no es una mujer que acepta, sino una mujer que piensa. A las mujeres, como a los hombres se les debe indagar siempre a través de los ojos. Las musulmanas saben cómo cuidar la nitidez del kohl alrededor del iris. El acto de purificación va en los colores y palabras duras. En las madrugadas sus cabezas se encendían. A veces fue necesario evacuar los pensamientos para llegar a equilibrar el sueño, estampar desasosiegos y disfrazar los versos en masnaví. La verdad es sagrada, por eso debe ser cubierta con metáfora. No conviene que el cerebro inoculado la trastoque. Los papeles deben ser cubiertos del esposo. La cabeza es un órgano valioso que debe ser protegido del hambre y los disparos. Una mujer sabia es más peligrosa que un arma en las manos de un loco. COAGULAR Otro canto nos brota en la garganta Desplegamos las banderas rojas Manchadas con la sangre de los justos JACQUES ROUMAIN Para Tumbá. Se censura el bermellón de lo disperso y mi espalda es el papel que se escalda en medio de la oración. Vuelvo a doblar el horcón de tu ley con mi rodilla. Soy el cuerpo que se astilla al centro de tanto fuego, la veta negra, el trasiego de abulia hasta la semilla. Me quemarán por mi boca. Es hereje mi palabra y aunque no quiera relabra la textura de esta roca que en sus cerebros trastoca la razón sobre la arena. No cultivaré la obscena gratitud del que presume la duda como perfume de sabiduría en vena. Vengo a cultivar lo negro en medio de tantas cruces. En lo negro hay también luces que pocas veces reintegro. Nuestra verdad es lo negro. Hay un cuerpo que se quema en busca de un falso lema. La esclavitud no es azote sobre la piel sino el brote de una razón que se crema. La esclavitud es pared que te ennegrece el pulmón, la falta de convicción sobre el destino y su red. Esclavitud, la merced de tu cerebro en un plato, ajustado al desacato de oxidada dentadura. Esclavitud, la fisura que nos contempla, el ingrato límite que porta el miedo sobre el cuerpo que no accede a endurecerse. Me agrede la culpa entre tanto enredo. Sobrevivo cuando accedo a cristalizar mi vista. Palpo una falsa conquista entre el tiempo y mi ademán. La historia parece un pan, un trozo que nos alista a deglutir cada clavo. No es rebelde quien sostiene. No es culpable quien se abstiene. Mientras más duele, más cavo, pero el destino es esclavo de la palabra. Se quiebra el vaso sobre la hebra del barracón y la soga. Mi cuello negro dialoga con la asfixia, nos celebra la incapacidad del mundo para tambalear su esquema. Celebra lo que se quema entre el golpe y el segundo de respiración. Transfundo mi energía hacia las moscas. Mi raza lleva las toscas herencias del desarraigo. Mi país es lo que traigo rasurado, eso que enroscas con el temblor de mi sien. El látigo no calcina mi lengua contra su espina. La construcción del jején sobre el rostro es el retén de mi memoria silvestre. Hay un mapa en el alpestre del río. Mientras conducen mi cabeza me seducen los peces de Dios. Adiestre, oloku mi, su cabeza para que nada la pode para que solo incomode con injertos de belleza, pero espere a quien despieza con salmuera y otros cantos necesarios, tras los llantos de la estirpe sobre el cuero. Cuando esté listo el acero volverán a arder los santos. Facebook Twitter