Irene Gómez Castellano | Nanas de lo profundo

IRENE GÓMEZ CASTELLANO. Poeta nacida en Valencia (España) en 1979. A los 21 años se mudó a los Estados Unidos, donde realizó sus estudios de postgrado en literatura en la Universidad de Virginia. Desde 2008 es profesora de literatura española moderna y contemporánea en la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill, donde también ejerce de editora de la revista académica Romance Notes. Como poeta ha publicado Natación (2015, Premio Victoria de Creación), traducido al inglés por J.G. McClure y publicado en versión bilingüe en 2019 (Swimming, Valparaíso USA). Sus poemas han aparecido en diversas antologías y revistas literarias. Su poema “Pool” fue nominado a un Pushcart Prize.

 

 

 

And in me too the wave rises.

VIRGINIA WOOLF

 

APNEA

 

Ha cesado en la isla de Formentera la búsqueda submarina del cuerpo de la plusmarquista mundial de apnea, Natalia Molchanova, de 53 años, desaparecida bajo el mar durante una inmersión el domingo día 2 de agosto. No han dado resulta- dos las repetidas zambullidas, de hasta 60 metros de profundidad, a lo largo de tres días, de los especialistas de la Guardia Civil […] Ahora se otea la superficie del mar. Se espera que la mujer pez, la reina de la apnea, aparezca flotando en algún lugar.

«Finaliza el rastreo bajo las aguas de la reina de la apnea Natalia Molchanova».

EL PAÍS, 5 DE AGOSTO DE 2015.

Ayer una nadadora rusa descendió como un ancla cerca de Formentera con unas pesas de seis kilos en los bolsillos de un traje de buceo ultraligero diseñado por ella misma y no volvió a subir arriba. Su especialidad: apnea submarina.

Mi sueño: soportar como ella la presión de no tener aire y alimentarme de ecos y sonidos sin depender del oxígeno. Descender por un abismo hecho de palabras y guardar el aire el tiempo suficiente en el armario de los pulmones para contarlo.

El astronauta, la buceadora. El ángel, la sirena. La fosa abisal, el agujero negro, el blanco miedo. Los pozos donde se me estanca cuando me descuido el pensamiento. Las palabras, como las pesas en los bolsillos de Natalia y las piedras en los bolsillos de Virginia, ayudan a descender a los que no temen la profundidad ni el extraño elemento. Las olas golpeando el pensamiento y sacando de la apnea el brillo de la espuma. Las palabras, ancla a la que me ato como un escalador novato para descender a pulmón al abismo de mí misma mientras el agua cada vez más fría y acariciante me rodea. Enlazarme la cintura a una cadena de palabras que se encabalgan en lo oscuro de una fosa abisal donde brillan todavía unas cuantas estrellas hinchadas de últimos suspiros y huellas digitales.

Las palabras, piedras en los bolsillos.

El lápiz, veleta y cuchillo que resplandece aguardando órdenes de un general al que se le subió a la cabeza su propia soledad selvática y manda apocalíptico en su reino de monos. Y cuando se enfada, corta el cuchillo y Natalia permanece con un suspiro ahogado eternamente en el pecho. Al final recuerda por un instante que se le olvidó coger las llaves que la devolverían arriba. Solo cogió las piedras, se olvidó de la llave. Su casa es ahora el mar. Como cinta de alga es agitada por las olas como una de esas gimnastas delicadas del comunismo clavándose la pobre pelvis en el potro por medio punto. Natalia recorriendo a pulmón los estómagos de las piscinas, contando azulejos, sintiendo la vaga repulsión del nadador por la depuradora.

Soy y no soy como ella pez que nació en la tierra. Lo que me gusta es el vaivén de la orilla. Y los trajes de buzo colgados a secarse detrás de una puerta oliendo vagamente a sudor salado y a pescado y a toxicidad de medusa. Eso me gusta y las palabras piedra en mis bolsillos. A veces las saco y se me engarzan al cuello como un collar hermoso y frío de espasmos que parecen orgasmos si no fuera por su atenazante estrangular de espina invisible en la garganta.

Descender a las profundidades de un solo suspiro, tirar las piedras por el camino, y volver para contarlo. Navegar por dentro del rizo de una ola, bañarse sin miedo en las espumas. Poder ponerlas en un plato de petri y observarlas envuelta en la calidez de una toalla. Ver que desaparecen entonces lejos de la humedad de su casa.

Y entonces, como ella, divisar el faro, el mar y la aleta resplandeciente cruzando el horizonte como un señuelo de sirena que invita a navegar de nuevo.

 

PISCINA

 

Ya sabes que no importa

cuántos largos hagas

hoy en la piscina: lo bien

que recorras las líneas en silencio

con el lápiz de tu cuerpo.

15, 30, 54: no importa. Nadie

está escuchándote cuando sumerges

rítmica y armónica la cabeza

abrazando silencio bajo el agua.

Cuando nadas todo fluye

dominado por tus brazos.

Tu lengua sólo sirve para escupir

silencios. Muda eres hermosa,

tu pelo deja estelas

sobre los versos del agua sin ahogarse

en el encabalgamiento, en las orillas.

Mírate: te gusta la voltereta ágil

con la que prosigue la fluencia

de tu cuerpo en la corriente.

La piscina es sorda

pero sabe escuchar.

Disfruta del agua

acariciando la tersa

soledad de tu cuerpo

tenso de gozo marino.

Pero las palabras también son

anémonas que guiñan

los ojos al decirlas. Las ahogan

tus dedos si intentas

hablarles con tus besos. Nadie

percibe la caligrafía

oculta entre las aguas

atrapada entre las rayas

de los celestes azulejos

No subas arriba. Todo es bello

protegido entre burbujas

silenciosas. Tan hermoso

lo que piensas antes de romperse

y decirse en voz alta, antes

de emerger y trocar en largas piernas

sus colas para habitar la superficie.

20, 30, 64 largos. No importa

porque por mucho que nades

por mucho que respires

al ritmo de las olas

tendrás siempre un anzuelo

atravesado entre los labios.

No importa cuántas veces escribas en silencio

las líneas de la piscina:

a las palabras la lengua las oxida

y las retuerce con su gancho

cuando salen a la superficie.

 

 

WIPED OUT

 

Wipe Out: en sí misma no es una maniobra, sino una caída. Es cuando pierdes el control de la tabla y no puedes evitar caer. Ojo con el fondo que, si es rocoso, te puedes hacer mucho daño.

DICCIONARIO BÁSICO DE MANIOBRAS DE SURF

 

Sirena, me das pena.

Cambiaste, apenas niña

la cola tornasolada de ilusiones

por un par de largas piernas

y zapatos de tacón. Creíste

que hacías un buen trato.

Vendiste tu lengua, el precio

para vivir en la tierra, verticales

tus caderas. Y te dedicaste a callar

—a ondear suave tu pelo en banderola

porque no querías asustar

a los hombres con tu canto.

Te hundiste en el silencio, fuiste

toda sonrisas: así te anclaste a un espejo

y te hiciste a ti espejismo. Te confiaste

a la ilusión, falso reflejo en lejanía

de un socorrista dormido

a escondidas, al recaudo

de sus gafas oscuras que fingía

protegerte de los pesados tiburones

y que te llamaba a veces muñeca

con cara de sueño al despertarse.

Tragaste el dulce anzuelo y te dijiste

que te gustaba cobijarlo en la garganta.

Atrapado en la concha como un grano

de arena ibas haciéndote dura en cada

lágrima, tragando perlas en silencio.

Pero el brillo de ese espejo se ha vuelto

ahora óxido y tú estás presa de tu rabia

como una barracuda sin dientes.

El príncipe sigue dormido. Con esos

tacones no llegarás muy lejos

en la playa. Los barcos ya no se paran

a escucharte. El horizonte

es un cuchillo atravesándote los ojos

con el brillo de un sol blanco,

una brújula inmensa que parpadea

vidriosa como esa vieja muñeca

que dejaste hace tiempo en casa

de tus padres: vengativa de abandono,

a la que se le gastan (aunque nunca

del todo) las pilas en la espalda

y habla y chirría y te llama

veleta que gira inútil, sin norte

que la ancle, abrazada

por un alga que quiere escaparse

como lágrima inmensa

por los ojos insomnes

allá

abajo

en el Titanic.

 

 

RECUERDO INFANTIL 1: Pelagia noctiluca

 

En su rareza lunar Gus y yo encontramos

un mundo remoto que de tan extraño

familiar se vuelve. Ahora en el exilio

se echa de menos lo más raro, lo más oscuro.

Escuchar a las hermanas pasando lista. ¡Servidora!

El olor húmedo de los confesionarios.

El escozor de las pipas pegadas en los labios

las piedras como hondas lanzadas a lo lejos.

El tacto de la tiza al trazar un sambori. La cuerda.

El frío de la portería contra la suela de los zapatos

sentirse la falda rozando la frente al hacer el pino

sabiendo que las monjas estaban vigilándonos

el gusto de rascarse la costra de una herida

viendo crecer la

gota de sangre, su sabor férreo.

Descabezar una pantera rosa.

Abrir un sobre sorpresa. Una fanta.

Las peta zetas en la lengua y las nits del foc.

Por ejemplo, hoy echo de menos ser invitada

a una Primera Comunión. Se disuelve el barquillo

en el paladar como los bordes de un helado celeste.

(A veces le cuento recuerdos inventados; nos reímos.)

Mari Carmen y María Jesús, Rebeca y Eva, María José.

Sombrillas pálidas, urticantes en la marea de domingo

esas niñas también eran medusas a su manera

y como amigas sin nombre recorren con su rosario

los pasillos de t/su memoria, recitando los nuevos

nombres de Cristo con hashtags y pequeñas biblias,

blancas, las manos en guantes de ganchillo sintético,

los dedos como ilusionadas morcillas, anillo por encima,

reloj de plástico, cruz de oro sobre dos promesas redondas,

jugando bioluminescentes a la inmortalidad.

 

 

CANCION DE CUNA EN LA CAFETERIA DEL BARNES AND NOBLE

 

Hay un mendigo cantándose a sí mismo una nana en medio de la cafetería

del Barnes & Noble, en el mall de Durham, cerca de mi casa en Chapel Hill.

Es Viernes Santo y recuerdo que se comía pescado, que tiene mucho omega-3.

El canta, mientras yo escribo un artículo debido ya sobre micro-ficción,

todos los peluches de la sección de juguetes se estremecen,

en cada esquina se esconde un Corduroy vagando en busca de su hogar.

Luis está viniendo desde Athens y Gus está en un avión con su padre

camino de Nueva York, juntos verán en Broadway el musical de El principito.

El mendigo tiene una voz dulce y melodiosa, parece traer con él las alas

del fantasma negro de su madre, es digno, mayor y guapo –aunque solo

lo he visto por un segundo, lo siento tras de mí como él sentirá a su lado

las voces de su cabeza llevándole lejos, cerca de su madre, al otro lado

de quién sabe cuántos mares y cuántos desiertos con avionetas estrelladas

y oasis; como un perro fiel, un carrito del Target lleno de bolsas de basura

que huelen a limpio le acompaña; lo que me gustaría es poder darle un abrazo,

o decirle lo bien que canta, recordarle a su madre por un momento, sin hacerle

daño con eso; imagino que en todos los poemas atrapados en los libros

de esta librería, rodeada de tiendas gigantes de descuento y otras de fast food,

la poesía aún vive, que esa música con palabras vive, que los ángeles cantan

y que, por lo mismo, este negro Baudelaire no está solo; pienso en mi hijo,

la gente entra y sale del café, la nana del mendigo me mece, a lo mejor

éste es uno de esos montajes donde un violinista famoso se esconde en el metro

mientras todos pasan de largo casi sin mirarlo; pienso en mi pequeño gran príncipe

como un flåneurcito azul de la mano de Ed en Manhattan, las mamás somos

como los baobabs pero a veces son los hijos los baobabs y nosotras los diminutos

planetas engarzados entre las raíces como un solitario de diamante, quiero

dibujarme una serpiente alrededor de mi cuerpo cada vez más grande

y convertirme en un sombrero, soy un elefante con una falda de cuadros pascueros

que me compré online en el Shein, allá en China, donde seguramente trabajan

en las fábricas los niños; echo de menos algo que no puedo definir, frases mejores,

menos cursis, pero esto es lo que tengo hoy y, por lo menos, es algo, un algo

que tapa la tristeza como la boa tapa al elefante y el sombrero cubre la cabeza

en esta lluvia que veo venir por la ventana; pienso en cuando Jordi vino a visitar

mi clase y nos enseñó aquella foto de la niña siria o afgana en el orfanato

que se dibujó una madre de tiza alrededor y se acostó dentro de ella, luego se supo

que todo había sido un montaje, Jordi nos lo dijo, la niña preciosa no era huerfanita

en verdad, que todo había sido un dulcísimo timo como aquel de los africanitos

que bailan juntos en TikTok. Solo escribo cuando estoy triste, tengo un baobab

de pena estrujando con sus raíces mi corazón (lamento esta última frase, pero decido

no borrarla). El mendigo sigue cantando dulcemente lo suyo y a mí me apetece irme

a dormir para siempre o pintarle una madre de tiza alrededor, una niña vestida

con un peto vaquero y un polo amarillo se gira para escucharlo, pero él ya no está

donde estaba. Abro el Facebook, ellos saben dónde estoy, quién y cómo soy

y lo que necesito leer en un momento así:

Una noche como la de hoy (en 1912), el vigía Frederick Fleet avistaba un iceberg

              Dos horas y media después, el Titanic se hundía y más de 1.500 personas morían.

En este trágico aniversario, repasamos los grandes naufragios de la historia y

Cómo éstos han marcado el avance tecnológico y la seguridad del mar.

 

 

Nanas de lo profundo

para Tahlequah/J35

 

Variación 1

 

La descubres en la peluquería

y te conmueve de tal modo

que arrancas la página

y te la metes en el bolso

como si estuvieras robando

un gran secreto que nadie

debería haber visto nunca.

Para ti ya es tarde.

 

No poder olvidarla

es un misterio tan grande

como el del negro baile

de la madre orca arrastrando

el cadáver de su criatura

muerta. Y no es pena.

Es comprensión y ganas

de decirle que pienso

en ella todo el día.

 

Variación 2

 

Ahora mismo, allá abajo

la madre orca sigue

empujando a la cría

muerta en lo profundo.

 

Si la cría desciende

ella vuelve a buscarla

y la lleva como la foca

iza la pelota de colores

desinflada y triste.

 

Días y días nadando

juntas una blanca y negra

y la pequeña negra toda.

 

Variación 3

 

Intentas sustituirlas

por la imagen que viste

aquel día en el acuario:

la beluga amamantando

a su bebé, nadando juntas.

La vida tiene sentido.

Como el fractal copo

de nieve. El perfecto

huevo. La sutil

bellota.

 

Y una imagen

se vuelve el negativo

de la otra y siempre

ahora van juntas

en la historia:

la blanca beluga láctea

y con ella la negra orca.

 

Variación 4

 

Estoy cansada de no dormir

y de jugar yo sola con las fichas

de este dominó siniestro.

 

Variación 5

 

Me pongo el traje de buzo

y me decido a bajar con ellas.

Y es como llamar a tu abuelita.

Le acaricio el lomo

con cuidado de no hacer

ruido ni cambiar las

corrientes. Le hablo

en silencio. Le digo

no hay consuelo

no hay consuelo

estamos contigo.

Aunque no lo entiende

la llamo guapa como

las enfermeras a los que

están a punto de morirse.

Le recito los versos:

pegasos lindos pegasos

caballitos de madera

yo conocí siendo niño

la alegría de dar vueltas.

Casi la llamo (mejor me callo)

Sísifo de las profundidades.

Y luego en mi sueño

como una enfermera letal

las atravieso a ambas

con una lanza larga

(el agua se vuelve roja)

para que se queden

ancladas en las olas

las jaulas de sus esqueletos

bailando madre e hija

entre los peces y su plancton

juntas para siempre.

 

Variación 6

 

Käthe Kollwitz, Tod und Frau um das Kind Ringend, 1911

 

Variación 7

 

Francisco de Goya, Grabado 54, Desastres de la Guerra: “Madre infeliz!”, 1812-1814

 

Variación 8

 

De profundis clamavi ad te.

 

 

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