JAVIER ALVARADO – RONDAS PARA UN NIÑO SÍNDROME DE DOWN


Javier Alvarado (Panamá, 1982) Poeta.  Ha obtenido premios nacionales e internacionales de poesía como el Ricardo Miró de Panamá. Centroamericano de Literatura Rogelio Sinán, Rubén Darío de Nicaragua, Nicolás Guillén, Medardo Ángel Silva a obra publicada.   Accésit del Premio de poesía sobre discapacidad, María Fonellosa.  Mención de Honor Casa de las Américas de Cuba y Mención Premio Mundial de Poesía Mística Fernando Rielo.   Ha publicado dieciocho poemarios y dos antologías.
 
 
Rondas para un niño Síndrome de Down
Accésit
IV CONCURSO INTERNACIONAL DE POESÍA
MARÍA FONELLOSA SOBRE DISCAPACIDAD
Javier Alvarado (Panamá)
 
Ronda de Sonetos
 
La poeta se casó con el poeto
Y en vez de tener un niño
Tuvieron un soneto.

Gloria Fuertes
 
I
Alegrías infantiles…
Antonio Machado
 
Fue la luz cerezal en aquel niño,
Un astro que se pliega y que renace,
Un cielo que se adviene y que ya nace,
Esta guirnalda en ti, que ya me ciño.
 
Especial eras pájaro o armiño,
Blanda criatura que, ante el fuego, pace;
Un dibujo de Dios que el sol dorace
Y de tu amor fluvial, querer, me tiño.
 
Llegaste gateando por el mundo
Con los rasgos marcados de otros seres.
Ojos hermosos, tiernos, liberados.
 
Brazos, piernas flexibles al trasmundo
Amado y tan amado, así cual eres
Con diálogos sabidos y pautados.
 
 
II
 

Como un henchido vaso, traía el alma hecha
Gabriela Mistral
 
Todo se dio por tiempo y cromosoma
En la fecundación y su estallido.
Vino un ser diferente en su tañido,
Arpegio de la vida y su genoma.
 
¿A dónde ese criterio de la poma?
Este mirarte siempre enternecido.
Despierto en tu pureza y ya dormido
En el aletear de una paloma.
 
Tú que con barcos de papel jugaste
Y que miraste ansioso la piñata,
Los otros invitados a la fiesta
 
Un lenguaje que a todos nos forjaste
Para pedir el agua y su fragata.
Y era un vaso signado la respuesta.
 
 
III
 
La rosa en mi corazón.
– ¿Y qué más?
¡Mi corazón en el tuyo!

Juan Ramón Jiménez
 
Tu flexibilidad, un atributo
Que también nos dejó desconcertados.
Cervatillos y potros desbocados
Aparecían, prestos, al minuto.
 
Los saludos de adiós que ya yo escruto;
Unos puños abiertos y doblados,
Tus mensajes de cuerpos arraigados
A la ternura, siempre, en su tributo.
 
Por años preferiste, abrir la hamaca;
Contemplar la mañana con la tarde
En estaciones secas y lluviosas.
 
El lucero del agua que destaca,
La quimera del campo que nos arde
En recuerdos de noches silenciosas.
 
 
IV
 
… esperas que yo saque
tu alma del silencio
Federico García Lorca
 
Mi madre contempló tu aprendizaje;
Tu escritura de círculos y rayas,
Vocales que pronuncias y subrayas
Y oraciones que invocan al herbaje.
 
Tu bandera fue luz en el izaje,
Los colores del bosque y guacamayas
Acertijos de mangos y papayas
Fueron la paz del delta con su oleaje.
 
Una acción para describir tu entorno,
Una mímica y la necesidad
De también dar amor, comunicarte;
 
De señalar el viaje y su contorno;
tu abrazo que es también eternidad,
todas las rimas puras para amarte.
 
 
V
 
Tu sensibilidad al contemplar
A nuestra abuela muerta en el pasillo
Y señalar alegre el romerillo
Y percibir la fragancia al despertar
 
Como si ella estuviese en el regar
De aquellas plantas vivas al visillo
Que visitan la abeja, el cervatillo
Y aves espirituales al volar.
 
Siempre recordaré aquella escena
Cuando temblaste alegre y la llamabas
Y yo sin percibir la faz amada
 
Tan bella, tan sagrada y tan serena
Y tu don que inocente ya aceptabas
De ver la dimensión por ti, dorada. 
 
 
VI
 
Desperté de ser niño:
nunca despiertes.

Miguel Hernández
 
A ti se destinó en celeste fronda
El cántico de un down en alborozo,
Un ángel que tuvimos con el gozo,
Un río que te llame y te responda.
 
Porque, aunque el ruido calle y ya se esconda
Y no cante el brocal desde tu pozo
Y te escriba rogando en un sollozo
Que estos sonetos formen una ronda
 
Para siempre arrullarte, niño mío,
Con tus cuarenta nueve años alados
Donde te contemplamos como el hielo
 
Que se retira para dar sus flores
Por las ramas y tallos perfumados
Y crecer hacia Dios, con todo el cielo.
 
RONDA PARA SOÑARTE, FLORECIDO
Cierro los ojos y sueño
Con el olor de un país
Florecido para mí

María Elena Walsh
 
RONDA PARA UN NIÑO SÍNDROME DE DOWN
 
A Dagoberto Carrizo Cedeño, a mi madre Janeth Díaz,
A mis tíos Carmen y Yin, a madrina Lucy y a Kenia y a Judith
 
Todos los días vuelvo a aquel niño
Detenido en el tiempo.  Cuida de las constelaciones
Como si el polvo lunar estallara en nuestras conciencias.
Su fragilidad vuelve a repetirse cuando terciábamos en el horizonte
Una llamada de la lluvia
                                      y era la nostalgia,
                                                                             el pasaporte más inmediato.
Nunca atrapó un pájaro
Más los pájaros lo convocaron a que ejecutara el acordeón como si fuese un aleteo.
Fue único y plausible como una lágrima, como una vuelta a casa.
Dago vino con sus ojos rasgados a escudriñar el viento.
Veía el sol declinar hasta su frente en los atardeceres de una hamaca.
Lo arrullaron desde niño con todas las canciones del corotú llorón.
Reía solo acunando panes y festines de alegría.
A todos nos llamaba con otros nombres; Angái, Yaya, Bibí, Cacá, Umbú, Inguín, Inguita.
¿Cómo llamarte con tu propio nombre en tu lenguaje mismo?
 ¿Cómo descifrar aquellos temblores risorios o esos sueños
De manito ocueño que habitaron tus días?
Pero te has ido. Un niño síndrome de Down ha muerto.
Hay gaviotas en torno al niño que jugaba con la hierba y traducía la página de escarcha.
La música de las cigarras se ha apagado
En el crepúsculo.  Ya los pinos hablan de otros juegos.
Los niños síndrome de Down tienen una ronda
Para descifrar el mundo, la aurora entre los bosques,
Un manojo de olas hasta encontrar la ternura
En la dulcedumbre de una madre, en la entrega filial de una maestra.
Del sur del arcoiris trajo sus gestos para crear un código idiomático:
Los dedos doblando hacia la boca para describir el hambre,
Un solo dedo enroscado para saborear
La montura de un helado,
Un soplo sobre el cuenco de la mano para proclamar la vaharada del café;
En sus labios fluía claramente la clave polimórfica del agua:
Ía iaguaa.
Ahora, hay Dago en este poema, un vaso rebosado para calmar tu sed.

 

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