JUAN PEDRO ABELLÁN – El SUEÑO DE LA RAZÓN Elí Urbinaseptiembre 17, 2020septiembre 17, 2020Poesía panhispánica, Revista Navegación de entradas PreviousNext Juan Pedro Abellán (Cehegín (Murcia) – España -1974). Poeta y narrador, es licenciado en Geografía e Historia, y especialidad Moderna, Contemporánea y América. Ha escrito los libros de poesía: Casa de invierno (2020), El jardín que no alumbra (2017), Máscara Santa (2016), Al sur de Manhattan (2003) y Poemas de tu boca ausente (2002) entre otros. En breves fechas anuncia nuevo libro en prosa poética bajo el título El color del tiempo no es azul, donde aborda los temas que llenan su vida, el arte, la literatura y el cine. Entre sus reconocimientos destacan los premios en España, como el Murcia Joven y Literatura Joven, o el haber sido finalista del Premio de Poesía Internacional Dionisia García. Asimismo, ha colaborado en distintas publicaciones, exposiciones de pintura y recitales. Desde hace seis años vive en Lima junto a su familia dedicado a otra de sus pasiones, la fotografía. LA TIERRA BLANCA Algunas veces, desarraigado de la vida (esa inmensa grieta en la ceniza) evoco citas de dudosa utilidad. O construyo mundos y sociedades que mucho, o nada, tienen que ver con las actuales. Se rigen con otras leyes. No hay reyes ni princesas, ni sapos inmortales. No hay esclavos y el pueblo se alimenta de la verdad que cultiva. El bien y el mal existen, porque ya quedaron definidos en el principio de los tiempos. Y la gente tiene fe que terminará llegando la primavera, aunque el invierno dure eternamente. JUDITH Y HOLOFERNES Sentenciado, con restos de fracaso en boca y manos, tuve que huir y refugiarme detrás de los cuadros de Caravaggio, que tantas veces me acogieron como su igual. Aquí trato de pintar la realidad, con más sombras que luces, tapiando puertas y ventanas para que no entre el sol de tu risa que enloquece mi cabeza. Acaso una luna triste, que llora desconsolada, ilumina mis noches donde canto mi amargura con el lenguaje de los búhos. Aquí, lejos de tus ojos, de tus labios que inundaban mi boca con mentiras, de tus manos hospedadas por siempre en la espada sangrante de mi cuello. Sí, aquí, lejos de tu sala de torturas, del incienso de tus palabras, de tus disparates y reproches que ya eran colección, quiero olvidarte, manchando mi paleta de angustia, para borrar el canon preciso de tu dicha. Me adormeceré a la sombra de un silencio permanente, como si soñara profundo, y pintaré a tientas esta ciega realidad que me ahoga, para que no me alcance la luz infernal de tus ojos ni tu risa múltiple, como una bandada de cálidas aves, y crea ver de nuevo el paraíso. El SUEÑO DE LA RAZÓN PRODUCE MONSTRUOS No esperes mucho más de la razón, de su brisa suave y su perfume flotante, porque también desgarra y atraviesa los ojos con agujas de oro, asiente fría tus desdichas, no se calla una, y te condena como un faro de perdición. Su luz a veces se encabrita. Y es solo miseria lo que palpa el pájaro negro o la última sombra de la vida. Y sientes un revuelo de alas cuando ella se desnuda fundiendo el viento y las palabras. Pero por muy hermosa que te parezca, por muy dulce que te acaricie, no sientas deseos de abrazarla, de probar una y otra vez sus labios divinos, que no te inunde su mar coralino, que tu tabla de salvación te lleve, como el sueño, lejos de sus aguas limpias. De Máscara Santa TINA Tina hace un año que nos dejó, suicidándose en un hotel de Los Ángeles. Nunca encontraremos la respuesta. Llegamos tarde y vanamente la besamos en los párpados. No dejó nada escrito, solo esta foto entre las páginas de su libro de poemas favorito. Y parece que no ha pasado el tiempo, mientras esperamos, en la soledad, que caiga la misma lluvia. Y suena el tic tac del reloj y acude inútilmente la luz tamizada de un atardecer vencido, la sombra de Tina, o sus pasos, como el aliento de su muerte. El eco de un disparo cruza sobre el silencio del aire y hace un viento que agita las cortinas. EVA PAGANA Cuentan que una vez hubo una mujer tan bella que era exacta a una sombra. Dedicaba la noche a devorar cielo y estrellas. Era eterna en su penumbra y tan hermosa como un hierro candente. Tenía la sonrisa esdrújula de una palabra no escrita, la piel helada de la nieve, y acosaba a todas sus víctimas con la mirada anclada en sus pupilas. Vivía sola, tocaba su soledad invirtiendo relojes de arena. Todo el mundo la amaba sin conocerla. Hubo incluso príncipes que participaron en su búsqueda. Ella era un beso en todos los mortales. Ella se bañaba en todos los mares de la Tierra. Ella tenía las uñas de un ave azul tropical. Era una lágrima desconocida, naufragada en la Vía Láctea. Nada producía tanto amor como sus senos de almendra ahogados en sangre. Era como la muerte, fría y bella como el invierno. Era cuantos rostros la miraban. Era el silencio de un ánfora, agua de todas las fuentes subterráneas. Ella sabía el secreto de la melancolía. Era color de ocaso y grito de plata viva salpicando nuestros ojos. Ella galopaba en nuestros sueños portando un arma blanca. Era real por vocación en todos los espejos. Ella era música prohibida y aroma de universo. Muchos dicen que se marchó camino de la ausencia, ya que hace más de dos mil años que no se sabe nada de ella. De El jardín que no alumbra Aquí, en silencio, escucho sólidos golpes de oscuras piedras. Aquí escupo angustia y tengo reuma debajo de los ojos. Aquí lame mi lengua un amasijo de días insoportables. Aquí chupo un tiempo adiposo y hay hambre de negras sobras. Aquí derramo tardes corrosivas. Aquí nadie abre la puerta de la vida. Arrojas, como si de una píldora, la vida al vaso innumerable de las sombras, bebiéndote la línea inmóvil de tu existencia. Miras por la ventana y la lluvia terca mortalmente se desprende. Trepas por el brillo irrevocable de los ciegos. Agarras la tarde del cuello y la estrangulas, con las manos llenas de aprisionada rabia. Luego escribes, en el ahogo del silencio, con lágrimas oscuras, la claridad de una palabra. Deseas mucho aligerar la vida, fluir sobre la luz de los días; estar en suspenso, entregado, humilde, al tibio aire, mecerte en su ágil canto de silencio. Deseas… Y la vida, al descuido, te asalta; condenado de nuevo a ser un residuo de sombra en el asfalto. De Casa de invierno Facebook Twitter