JULIA L. ARNAIZ – EL CIELO ES UNA GORGONA

 
Julia L. Arnaiz (Madrid, 1995) es Graduada en Estudios Hispánicos. Sus poemas han sido publicados en la antología De viva voz (Ediciones de la Torre, 2018) del grupo poético Los Bardos del que forma parte. Fue coordinadora durante varios años del Aula de Poesía José María Valverde, fundada por el poeta Antonio Cillóniz. En la actualidad, coordina  la tertulia poética La Errante Poesía, de la que también fue cofundadora. Colabora con algunas revistas musicales y se dedica a la divulgación cultural (música, cine, literatura, memes…) desde sus redes sociales y su blog (www.elephantmag.wordpress.com).
 
 
El mar es blando a oscuras
y desde arriba
puedo sentir mis dedos lánguidos
hundirse en su blanca superficie de gel
sin llegar a alcanzar el frío.
El mar es blando y a oscuras
sostiene a la luna con su aliento
mientras se mancha de luz
sus senos preñados de lo profundo
de todos los ojos.
El mar es blando
y refleja la noche en sus entrañas
entrañas
entrañas
entrañas…
Pero al llegar la mañana
se escurre entre los dedos de mis pies
y cura las heridas que dejó
la bruma…
 
   
El fluir del río por la urbe
parece una extensión de adoquines sucios,
una trampa
para los vagabundos de las sierpes de cristal,
para los desolados
relucientes en sus zapatos aéreos,
una trampa para las tersas siluetas de vapor,
tal vez
la última salvación
para los errantes sin rostro ni olor que esperan
en los semáforos.
El fango engulle a los ahogados,
los arrastra en la pálida oscuridad de los sudores,
en su última oportunidad
de contemplar el océano
con las fauces abiertas.

 
Mi tramo favorito era
el paso elevado entre Schönhauser Allee
y Eberswalderstraβe
en las tardes oscuras de una temprana primavera,
la sacudida del tren
junto a las ventanas cuadradas
que iluminan un hogar,
“Chasing you”
y la sacudida de mi cuerpo,
el luminoso vagón casi vacío y amarillo
y la sacudida de mi cuerpo,
la noche cerniéndose
sobre una ciudad de espaldas al ocaso
más inmenso del planeta
y la sacudida de mi cuerpo,
shake shake
shake
shake…
y la sacudida de mi cuerpo.
 
 
Si reptases mi cuerpo,
escalases mi torso y trepases
mi cara hasta el beso;
y si luego te enroscases sobre mi barriga blanda
mientras yo leo a Virginia Woolf,
tal vez descansaríamos los dos,
tal vez como una masa informe de carne tibia respirando,
tal vez como los ojos y los lunares
y todas las partes oscuras de nuestros cuerpos al bostezar
o un lazo nos ataría la nuez y la campanilla
cada uno
en un extremo.
   
 
El cielo es una gorgona.
Se peina las nubes
indomables y siseantes.
La pérfida luz de su mirada
se refleja naranja
en sus escamas nacaradas y nubosas.
 
Al caer la noche del tiempo,
transformará a quien lo contemple
en una pasta flácida y maleable,
empapada de nostalgia.
 
Los que quieran encontrar entre las esponjosas cabezas de su melena
el sentido de la existencia
caminarán lánguidos
dejando un rastro de agua salada
por toda la eternidad,
un rastro de agua
donde se miren las serpientes del cielo
antes de que anochezca;
y todos los demás podrán ver sus ojos
anegados de sal y pájaros.
 

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