Julián Sancha | Hirviendo en una olla fantasma

Julián Sancha (Cádiz, 1988) es doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Cádiz. Trabaja como profesor e investigador en el área de Lengua Española. Asimismo, ha colaborado esporádicamente con diferentes instituciones como corrector y asesor lingüístico. Ha vivido en varios países, habla seis idiomas, es un apasionado de la literatura, la filosofía, el cine… y, por encima de todo, adora las hojas en blanco. De este horror vacui nace el instinto creador que retroalimenta profesión y obra en aras de una misma pasión que no puede dejar de cultivar: la escritura. Ha dirigido la revista de literatura pulp Los zombis no saben leer (2009-2013). Además, es autor de relatos que han sido publicados en diversas antologías y premios, destacando «Me llamo Marcos y soy de Cádiz» (Dolmen, 2011) y, más recientemenete, el conjunto de Siluetas (Ediciones en Huida, 2019), su primer libro de relatos publicado. En poesía, ha aparecido en diversos poemarios y revistas, destacando «Lisboa» (Revista Maremágnum, Oviedo, 2018) y «Golpes» (Revista Cuadernos de Humo, New York, 2018).

 

 

Hirviendo en una olla fantasma

 

Arranco a centelladas, tus colmillos,

de mi recuerdo,

a ti, que entraste como un espíritu sigiloso,

cisne de cuello largo

y atrevido,

artificio desbocado

del revés y como al contrario;

tú,

risa incorregible, brisa de verano

que saliste como el viento

que sopla ahí afuera

donde ya no queda nada

excepto un zapato gastado,

ahí donde dejaste todo un reguero,

un soñar;

tú,

quien quiso ser un todo,

pero dejó todo

lo que pudo ser

hirviendo en una olla fantasma.

 

Tú,

en definitiva,

quien osaba conocer

la brujería, el delirio y las artes

y ardió, sin embargo,

en cualquier esquina

(en una esquina cualquiera),

e irremediablemente,

cuesta abajo

contigo sin ti.

Por eso mismo,

ya me sobran los pronombres,

las palabras,

los recuerdos.

Por eso,

por última vez:

tú.

 

 

Vete antes de que sea tarde

 

 

Se podría decir que el poeta pertenece a un raro tipo de místico […] en la gélida infinitud que empieza tras la barrera protectora del lenguaje, allí donde los místicos nos dicen que han estado, pero que no pueden explicarnos qué han visto.

Poética, Joan Margarit

 

 

Vete antes de que sea tarde:

convierte al noctámbulo en un verso;

déjalo, ofreciéndole la luz, en su sombra;

permítete, así, al infierno el descenso.

Vete antes de que sea tarde

y la noche te invada silenciosa y corta.

 

Es mayo, y en la ventana, en el conticinio de madrugada

cobran vida las historias que realmente no importan:

de repente… la oscuridad de los planetas,

las fauces de un trauma antiguo,

la misma oscuridad sin nombre de siempre,

más la infinitud de todo lo que no se nombra.

 

Vete antes de que sea tarde.

La vida, condenada, huérfana de sí misma,

el bocado a dentelladas del insomnio

y todos los problemas del mundo en una página.

Vete antes de que sea tarde

para que, hueca, tu memoria quepa entre las sábanas.

 

El amor, que tan poco sabe de nada,

devorándose una y mil veces,

mirándote de lejos a la cara:

tampoco será esta vez.

Duerme.

La luz alumbrará de nuevo.

Amanece.

Siempre resiste la esperanza.

 

 

Donde el fin del mundo podría acabarse

 

Aquí somos todos los mismos

cuando amanece en Bilbao

y estamos (o somos) todos desnudos

en las terrazas de verano,

cuando los pájaros cantan desde Begoña

y el cielo, sonriendo, se estira hacia la ría;

cuando bañado, tu reflejo, en la costa de Donosti,

se te aparecen los fantasmas, las brujas, la incertidumbre;

cuando entre acantilados, viejas costumbres y silencio:

viento marino;

cuando en absoluta libertad, en fin,

vuelves a recuperar cierto sentido del origen.

 

Justo ahí, cuando desaparecido,

cuando nadie te nombra ni a nadie necesitas nombrar,

cuando el ropaje ya no es necesario,

ahí, exactamente donde el mundo podría acabarse,

todo comienza

y yo me pregunto:

¿quién sabe qué y a quién le importa?

 

 

GOLPES

 

Se esconde solo un instante, un fogonazo

breve de luz que ya no recuerdas,

y ni la noche te salva del silencio,

y el sueño es como otra cama maltrecha

de un amor que no ganaste,

de una noche ebria,

de un desconsolado pacto de almas rotas.

En silencio todas las cosas resultan hermosas.

Hasta el propio silencio.

Pero cuando recuerdas, todo comienza a caer,

como el otoño o las hojas o la alegría,

como las lágrimas del recorrido infiel de tu memoria.

Escribir no consuela el hecho de que no escribieras,

al igual que el olvido no reside en la gloria,

ni hoy, ni nunca, ni entonces.

Sigues siendo el mismo pero has cambiado,

tus ojos brillan con tacto ajeno,

tus pies cruzan caminos invisibles,

y no corres, estás quieto. Eres como aire.

Y nadie te sabe, ni te conoce, ni te llama.

En soledad puedes gritar cuanto quieras.

Corre, salta, incendia tu casa.

Descubre los colores del desmemoriado futuro

y lánzate sin tregua,

sin pudor,

sin vaguedades.

Los golpes tumban al tiempo que levantan.

 

 

(En la revista Cuadernos de Humo, 2018)

 

 

 

Tiempo

 

Transcurre con la lentitud de un gigante

el tiempo;

inmisericorde, arrastra dudas y agua consigo;

torpemente en pugna con el destino

quiebra y parte, de la conciencia,

el territorio.

 

Transcurre, el tiempo transcurre

mientras estás dormido.

 

 

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