Nadia López García | Cama individual para dos

NADIA LÓPEZ GARCÍA (Tlaxiaco, Oaxaca, 1992) Poeta bilingüe (tu´un savi-español) promotora cultural y tallerista. Ha participado en distintos recitales, talleres y festivales tanto en México, India, Colombia, Estados Unidos, Guatemala, Puerto Rico, Venezuela y Cuba. Becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas en el área de poesía del 2015 al 2017. En 2017 Recibió el Premio a la Creación Literaria en Lenguas Originarias Cenzontle, en 2018 obtuvo el Premio Nacional de la Juventud, en 2019 el Premio Juventud Ciudad de México, en 2020 el Premio Casa de Literatura para Niños, así como mención honorífica en el Premio Antonio García Cubas en la categoría de Libro Infantil, en 2021 el Premio Mesoamericano de Poesía Luis Cardoza y Aragón. Es autora de los poemarios: Ñu´ú Vixo /Tierra mojada (Pluralia Ediciones, México, 2018), Tikuxi Kaa/El Tren, (Almadía, México, 2019), Isu ichi/ El camino del venado (UNAM, México, 2020)  Las formas de la lluvia/ বৃষ্টিধারার নানা রূপ, (JOLDHI, Bangladesh, 2021) yDorsal (Fondo de Cultura Económica, 2022). Su obra ha sido traducida al árabe, inglés, francés, bengalí, hindi y catalán.

 

 

  DÍAS

 

 

Y quisieras decir que te cansa

caminar las mismas calles,

sentir el viento detenerse

sobre tu cara y ver la escasa luz

del alumbrado público.

 

Quieres decir que te fatiga

la esquina, la escalera, el portón.

Llegar a tu casa –Ricarte 312-,

abrir la puerta y mirar como se mira

al fondo de una taza vacía, sin asombro.

Comprobar que todo está quieto,

que todo sigue igual

como hace unos años y como seguramente

lo seguirá por varios más.

Te cansa ver la palidez de los libros,

el sillón que no espera a nadie,

el inflexible reloj;

miras la hora: 10:45

y sientes

el pesado hueco de la soledad.

 

Y de pronto, sentada a la mesa,

frente al único plato

de porcelana que tienes,

puedes escuchar el silencio del silencio

respirando junto a ti,

el sordo pulso de otra que no eres tú

y te da miedo alzar la voz y decir

tu nombre, te asusta que se ahoguen

esas silabas en tu garganta,

que alguien más te responda.

 

Entonces, te levantas de la mesa

y sientes la extrañez de tus pasos

como si estuvieras cayendo,

inacabablemente, en ti misma.

Buscas la presencia que has advertido

hace un instante. No hay nada, es inútil

buscar y lo sabes.

 

Miras el reloj, triste y confusamente, lo mismo

que un recién amanecido.

Revisas la hora: 10:45

y no sabes si has entrado

o estás saliendo de este tiempo

donde todo es igual

y no.

 

 

 

CAMA INDIVIDUAL PARA DOS

 

Acomodamos nuestros cuerpos

de tal forma que ese espacio

fuera suficiente para ambos.

 

Pensamos que embonarnos frente a frente

y respirar el mismo aire

era la seguridad de jamás separarnos

de permanecer.

En 90 centímetros

no podrían caber dudas

ni miedos.

 

“Ya cómprense una cama matrimonial”

nos decían y nosotros necios:

estábamos seguros

que más espacio

nos separaría,

que la lejanía iba a destruirnos.

 

Nos bastaba algo pequeño.

 

Si yo hubiera sabido que todo iba a terminar,

habría comprado una cama grande

-que fuera de los dos-

donde pudiéramos recorrernos libremente

y donde nuestras preguntas también tuvieran espacio

e incluso los miedos, las inseguridades.

 

 

 

Después de todo,

y lo pienso ahora que es de noche

y hace frío,

ahora que duermo sola

en mi propia cama individual

y  aunque me duele tener espacio para moverme.

 

 

Después de todo

 

una cama individual

 

jamás es para dos.

 

 

BLUE 52

 

 

“En 1989

un equipo de oceanógrafos percibió un canto de ballena

que no se correspondía con ninguna especie conocida,

pues canta a una inusual frecuencia de 52 Hz,

quedando completamente fuera

de las capacidades vocales

y auditivas de otras especies”

The New York Times.

“Song of the Sea, a Cappella and Unanswered”, 2004.

 

 

Miro el galope erguido de potros blancos,

desaparecen en la espuma de este mar que brama

en estruendos de  sal y agua.

Siempre la misma voz de trueno,

siempre las mismas olas.

 

Me cuesta imaginar los bordes de tu canto

en este mar, donde el oído no basta,

imaginar el viaje sonoro de tu voz

resonando en la nada.

Blue 52 –como te han llamado-

quizá eres la única que ha conocido

la soledad más profunda,

rodeada de pájaros marinos

vagas sin que adviertan tu canto,

nada saben de ti.

 

Tal vez la soledad es eso,

una voz vibrado en un desierto de ecos

sin que nadie advierta su presencia.

Me pregunto qué dirás con esa voz de 52 Hercios

tan parecida al silencio,

pienso en las historias de ballena que podrías contar,

en el amor que no acude a tu llamado

y en el horror de saber que la semilla de tu voz

es infértil.

 

Sigo mirando el tropel de las olas,

suspendida en este azul crepitar de aguas,

buscando la palabra exacta

que haga audible mi pensamiento

en esta hoja de arena.

 

Por el horizonte, la tarde se desborda

refulgente y absorta en sus colores trenzados

al agua, insensible al canto de una ballena

condenada a hablar como címbalo que retiñe

en el silencio más mudo e impávida

ante la mano que escribe y no encuentra

que naufraga y enmudece.

 

 

 

 

EL GATO

 

 

Tal vez fue darnos la vuelta

y dormir de espaldas, sin tocarnos,

o quizá comer con prisa,

sin decir siquiera una palabra.

 

Tal vez fue dejar que tus antes

y mis antes, siguieran viviendo

en las escamas de cada reproche;

quizá fue alimentar más al gato

que a nuestro amor:

él tan obscenamente gordo

y nosotros tan tristemente hambrientos

-necesitados-

del alimento que habitaba en la piel del otro.

 

Quizá sólo fue juntar soledades

e irnos muriendo de a poquito

así como el gato y sus 12 kilos

que arrastraba con dolor,

y no por ello dejaba de comer

e incluso de pedir más.

A leguas se notaba que no era feliz

comiendo y aun así sus mandíbulas

no pararon.

 

Tal vez fue eso, todo eso,

o quizá en ocasiones

sólo deseamos aquello

que nos hará infelices.

 

 

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