La selección de poemas que siguen a continuación, forman parte del libro Las musas se han ido de copas, con el que Nilton Santiago acaba de obtener el XV Premio Casa de América de Poesía Americana, publicado recientemente por Visor Libros.
Nilton Santiago nació en la ciudad de Lima, aunque reside en Barcelona desde hace varios años. Es autor de los poemarios El libro de los espejos (2do Premio Nacional de Poesía Premio Copé 2003, Ediciones Copé, Lima, 2005), La oscuridad de los gatos era nuestra oscuridad (Premio Internacional de Poesía Joven Fundación Centro de Poesía José Hierro, Madrid, 2012) y de El equipaje del ángel (XXVII Premio TIFLOS de Poesía, Visor Libros, Madrid 2014). Merecedor del accésit del Premio Adonáis de Poesía 2014, acaba de publicar el eBook de crónicas Para retrasar los relojes de arena (Vallejo & Co., 2015).
POEMA SOBRE EL SINDICALISMO Y LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS (QUE TERMINA COMO UN ENSAYO DE GRAMÁTICA SOBRE NUESTRAS MAÑANAS)
Acabo de leer en la prensa
que los robots japoneses pagan cuotas sindicales de inscripción
y lo peor de todo es que están al día.
Ah el sindicalismo, lo ejercen hasta las flores
y la clase obrera de las abejas en tu sonrisa
que se juegan el tipo por un poco de miel,
vaya que si hasta las abejas saben que hablar de ti
o del amanecer entre tus pecas revueltas
es un deporte de alto riesgo, no solo para ellas
sino incluso para poetas y filólogos:
los primeros se pasan las tardes de otoño
juntando signos de interrogación
para luego arrojarlos por su ventana como comida para aves,
los segundos, en cambio –que pasan de la poesía-
no dudan en acercarse a un poeta para susurrarle al oído
que los signos de interrogación (?)
son en realidad signos de admiración (!) con vocación de perchas.
Así de jodido es el amanecer lejos de tus pecas.
FRIDA SALE A COMPRAR EL PAN Y SE ENCUENTRA UN BOLSO LLENO DE IDEAS ABANDONADO EN EL ASCENSOR
Sé que no te interesa saber sobre los últimos bombardeos
en los suburbios de mi corazón,
lo sé porque siempre que escuchas a Gainsbourg
o lees sobre “mayo del 68”
te imaginas –vaya tontería- que el amor es tan raro
como un payaso en un entierro y ni siquiera me escuchas,
mi penoso pasado es para ti menos importante que los huevos duros
o el porcentaje de fibra en los panecillos de tus desayunos,
igualmente, Frida, sé que conoces bien los establos
llenos de niños pobres de los que hablan en el telediario
aunque te interesen bien poco las promesas dichas antes de los primeros besos
(que quizás son para ti como una baraja de naipes trucada).
No te lo he dicho,
pero esto de ser vegetariana y agnóstica
compensa todo lo de carnívoro y divino de tus labios
cuando me hablas de tus clases de yoga
o de la arena que contienen tus lechugas orgánicas.
Tienes razón, las lágrimas se las lleva el viento
y tener una ideología política es igual que creer que los cernícalos
creen en los ángeles,
pero da igual, me tienes pillado desde que supe
que el cielo tenía una habitación con jacuzzi reservada para ti.
Dejemos mejor a los milagros como tema poético
y también las quinientas maldiciones de los hermanos Castro
que impiden a los cubanos follar maquillados y alados,
como zorzales atrapados en los espejos de los baños públicos.
Te interesa muy poco todo esto que te cuento, lo sé
mis lágrimas no pasarían ninguna amnistía fiscal si se tratase de ti
y ahora pienso que sabes menos de mí
que el Vaticano sobre los pájaros franciscanos.
Vaya, ahora te veo entrar en casa
y ni me he enterado de que te habías marchado
mientras te preguntaba si sabías que las mariposas
tienen el sentido del gusto en sus patas,
veo que llevas una barra de pan,
un bolso lleno de ideas
y una nueva cerradura de oro entre tus costillas (¿o es una llave?)
Creo que ahora tienes contigo todo lo impuro de este poema
(que no digo)
y que pronto saldrá malherido de esta hoja de papel
para meterse con todo y zapatos en tu cama,
dejémonos ya de brotes de soja, del tofu y de otras tonterías
y vayamos directos a la dieta de la que se alimentan tus sábanas,
y sobre todo
no despertemos antes del mediodía -por favor-
que no por mucho madrugar verás a Dios en pijama.
BREVE HISTORIA DEL BIG BANG + TE HE LLAMADO PARA QUEDAR PERO YA TIENES PLANES
Alguien acaba de arrojar un sábado por la mañana por la ventana de un albergue para lémures, una mujer o una estrella llena de tus lunares lo recoge y lo mete en su bolso con la intención de utilizarlo el martes por la noche, día en el que piensa irse de copas y mandar al cuerno a su marido, que seguramente pasará el rato viendo el fútbol con la tranquilidad con la que un ave de rapiña hace la siesta después de haber comido unas lombrices a la boloñesa. Tú y yo vemos todo esto mientras pasamos la tarde en un bar para novelistas discutiendo sobre el rol de la tercera persona en un poema sobre el “yo” en el que ninguno de los personajes sabe que existe. Pedimos la cuenta de mi corazón y tú –vaya luz solar la de tus ojos- decides dejarlo de propina al camarero que te ha soltado más sonrisas que un mono de feria cuando le dan una copita de vodka. No hay manera de ponerse de acuerdo, tú que vienes del otro lado del ombligo de Dios, eres tan expresiva como una tortuga de 120 años tejiéndose una bufanda de neopreno, y yo –claro- los clichés típicos de los chicos del sur, siempre quiero más de las estrellas, más de la soledad de las ballenas antes de que se publiquen las memorias del mar y sus criaturas celestes. Y es entonces cuando el mar se pone las gafas para leer el periódico y se entera con mucha sorpresa de que hay más sal en tus lágrimas que en el Báltico, y tú y yo y el camarero que te sigue mirando con descaro creemos que la vida es un misterio para las tortugas de 120 años cuando se dan cuenta de que no necesitan más cremas antiarrugas o que el amor es pasar la noche desplumando aquella tarde en la que te vi por primera vez haciendo la compra, mientras dos gorrioncillos se persignaban al ver cómo te miraba los muslos descubiertos. Alguien acaba de arrojar sobre este poema, como cualquier cosa, como si fuese un contenedor para metáforas rotas, la oración de esos dos gorrioncillos y, como si de animales fuese la cosa, un monaguillo disfrazado de un conejo de Angora se la ha tragado para repetirla de paporreta en la misa de las seis. A esa hora, yo -que soy más agnóstico que un mono de feria y un conejo de angora juntos-, no pienso hacer nada más que colgar mi corazón del minuto 1:32 de “So What” cuando Jimmy Cobb da inicio a un nuevo Big Bang lanzándole un meteorito a un cymbal crash de 16 pulgadas (no es que yo sepa mucho de jazz ni eso, se ve que el cymbal aquél es el platillo de la batería de toda la vida), quizás pensar en escribirte o escribirte y hacer de mis lágrimas un buen hospedaje para un pez espada después de que me digas que hoy no podemos vernos porque has quedado con el camarero aquel del que hablaba antes. Ya me lo decía esta mañana, a veces es mejor cerrar el corazón con doble llave si no quieres terminar como Robert Darling, aquel hombre de 58 años que camina dos veces a la semana por Nueva York con un cartel que dice: “se busca novia”, hace nada menos que 12 años.
NO LE CAIGO BIEN A NINGUNO DE MIS VECINOS, TAMPOCO A LOS GATOS DE MIS VECINOS
En el cuarto 2da. vive un cascarrabias como pocos,
tiene 6 gatos con sus nombres y sus apellidos que me detestan
lo sé porque cuando llego a casa un poco achispado y “la montamos”,
a mi vecino le salen canas verdes
y suele mandarme a sus mascotas, enfadadas y en pijama,
para darle miles de zarpazos a mi puerta,
aunque como yo “me las veo venir”
mando a una mariposa para que les abra
y les dé las buenas noches tristeza con un par de boquerones en vinagre.
En el cuarto 1ra. vive una familia de abejas,
lo sé porque nunca cogen el ascensor
y salen volando por las ventanas del edificio cada vez que me los encuentro,
como si fuesen un enjambre de pensamientos desafinados.
Apenas sé que la hija mayor no necesita ir de compras,
porque cultiva cientos de flores en el espejo de su habitación
y cuando tiene sed
simplemente se bebe las lágrimas de mi vecina del cuarto 4ta.
Vaya tía, lleva un escote tan grande
que se le ven hasta las vidas pasadas,
y no os hablo de los zapatos de tacón aguja que lleva para sus clases de pilates
ni de las minifaldas que no se las podría poner ni una mocosa,
eso sí, creo que “Hojas de hierba” es su libro de cabecera
porque siempre la veo en su ventana fumándose un porro
del tamaño de un pan baguette con muchísima levadura.
En el piso de arriba hay un zoológico,
apostaría que sobre mi habitación hay una manada de antílopes
persiguiendo a un guepardo en patinete,
alguna vez alguno ha bajado a tocarme la puerta
porque no podían dormir cuando estaba contigo,
es que esos desayunos que me haces
me dan la energía suficiente para trepar por la lluvia
y traerte un ramo de nubes mientras bajas los decibelios de tus risas.
Yo vivo en el cuarto 3ra. y cuando vengas a casa
verás que allí no vive más que un animal asustado,
también tú vives allí cada día, aunque nunca hayas ido a casa,
y ciertamente, aunque nunca vayas,
te despiertas cada día en mi corazón como ese precioso resplandor
que va desde el comedor hasta mi buzón de correos
para darme los buenos días.
Aunque da lo mismo, con el tiempo,
algunos nos convertimos en esas antiguas cartas
que poco a poco van perdiendo su tinta, hasta hacerse ilegibles
y esto lo saben hasta los gatos de mis vecinos,
a los que, por cierto, no les caigo nada bien.
Felizmente (y penas aparte)
ya se sabe que no podemos llorar bajo el mar
y que Dios ha desmentido que esté en todas partes.
CUENTALÁGRIMAS
La palabra amor acaba de llegar esta mañana
con el periódico en la boca,
se ve que ayer se olvidó de tomarse su medicación para desalar tus lágrimas
y se ha pasado la noche haciéndote de taxista,
cierto, no hace falta darle cuerda al invierno
para saber que en las librerías nadie lee poesía para pingüinos
y que nosotros no hacemos más que influir sobre la luna
cada vez que un par de garzas se la llevan del cielo, porque con tu luz basta.
¡Demonios! ya veo que este es otro poema de amor
que quiere sacarme las castañas del fuego,
hacerme cosquillas para dejar de ponerte a raya
pero tú, negada para el buen humor
no quieres ni escuchar que también los orangutanes
van a elegir cuál de ellos es el más tonto llorando entre los árboles
para que sueñes con él y dejes de meterte conmigo.
Sabes bien que pasarte las noches apostándote un par de besos a los naipes,
no es una razón de peso para no quedar conmigo,
tampoco las lágrimas de las ballenas son tan apreciadas
en las lonjas de Beijín como para que me cuentes tantos cuentos chinos.
Tienes todo el peso de la razón de la que nunca se equivoca,
ya lo sé, nadie me ha puesto un revolver en la nuca
para morirme por tus huesos, pero eso no quiere decir
que estés convencida de que mi corazón
es un coche mal aparcado frente a un hospital de besos con catarro.
No tengo nada más que venderte, apenas puedo ofrecerte
un cubo de mis mejores intenciones 3 o 4 bromas de manual
o quizás dar una vuelta de 80 días alrededor de mi cama.
Ya estamos, sé que para ti la poesía es arrojar un poco de maíz
entre una pandilla de palomas alquímicas
de esas que, según tú, se tragan tus mensajes de amor
sin nunca llegar a decírmelos, aunque no te lo crees ni tú.
Ahora que no quieres saber de mí,
ya no es un trabajo rentable
borrar palabras esdrújulas con palabras de amor sobresdrújulas,
ponerle un marcapasos a la palabra melancolía
o fabricar toda la noche un cuentalágrimas para ruiseñores,
así que olvídate de que existo,
como la buena suerte
se ha olvidado de traerme la correspondencia hace años
a pesar de que sigo pagando puntualmente por sus servicios.
Hoy en día no hay mejor consuelo que saber
que en el año 1962 hubo una epidemia de risa en Tanzania
que duró -ni más ni menos- que un año
y que en la época victoriana
había gente que se llamaba Sanitario, Diablo, Tejón o Aspecto Cruel.
Y sí, todos lo sabemos,
el pez no sabe quién es hasta que no muerde el anzuelo.
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