Presentamos textos del poeta peruano Nilton Santiago (Lima, 1979). Es licenciado en Derecho y Ciencias Políticas y autor de “El libro de los espejos” (2do Premio Copé de Poesía 2003 en su XI Bienal) y de “La oscuridad de los gatos era nuestra oscuridad” (II Premio Internacional de la Fundación Centro de Poesía José Hierro). Recientemente ha publicado “El equipaje del ángel” (XXVII Premio TIFLOS de poesía, VISOR LIBROS, Madrid, 2014) y ha quedado finalista de la última edición del Premio ADONÁIS de Poesía 2014. En la actualidad reside en Barcelona. Santiago es una de las voces más originales de la poesía peruana actual.
LA NÓMINA DE LOS ÁNGELES
Vivimos obsesionados por fotografiar a Dios pagando la nómina
de los ángeles,
haciendo recados para la imaginación de los árboles
que pronto serán desahuciados porque hay que dar de comer
a los que ya han comido de la resignada mano del otoño y de las iglesias.
Vive en el aire la conciencia azul de los sepultureros de lágrimas,
vive en el aire el atroz arpegio que nos devuelven los párpados
cuando hemos visto, cara a cara,
lo que esconde el ladrido del perro de Ulises.
No, no metamos en el mismo saco
la lengua magnética de los adivinos cuando te leen la suerte
con una metáfora que habla de los oscuros beneficios de los banqueros.
No confundamos el hambre con “tener hambre”
porque los ángeles no necesitan analgésicos
y ningún perro engorda lamiendo, dicen.
Reconozcamos pues, que el pan tiene hambre de pan,
y que el amor es el periódico que nos arrojan desde una bicicleta cada mañana,
cada mañana, señores, cada mañana,
cuando nos levantamos con la boca helada,
después de haberle susurrado a un pájaro lunar lo jodidos que estamos
mientras descargamos estrellas.
Alguno dirá que esto no se entiende,
que es culpa nuestra esto de comparar a un indigente
con una casa de subastas de sueños rotos
o con una fría estatua que llora en el invierno.
Claro y luego dirán que la justicia es darle a cada uno lo que merece,
que los milagros y el agua embotellada
son para quien ha cotizado 15 años de escamas litográficas.
No, no dejemos que este poema sea un cuerpo sin reconocer
en el depósito de cadáveres,
antes pensemos en las amables páginas del mar
cuyo único equipaje son nuestras huellas sobre la arena.
Pensemos en que tenemos derecho a romper el cristal de la melancolía
con las piedras de la melancolía,
que por cierto no existen
y menos cuando tuteamos a alguien que podría ser el barbero de Picabia
o cuando salimos por la compra,
a recoger el pescado fresco que encontramos
en las lágrimas de los osos hormigueros
que antes vivían en casa
y los que –acaso- ahora viven de prestado con la licencia de un pájaro.
Ahora me dirás que no,
que no hay derecho a equivocarse
que el pobre es pobre porque quiere y que las estrellas son pensionistas,
héroes de guerra que han cavado trincheras en el pensamiento
que habremos de tener cuando ya no tengamos, señores,
más pensamientos
o más fotografías de ángeles en paro
que hagan ese trabajo sucio que es, a veces,
vivir como osos hormigueros.
¿ACASO SE LE PIDE A UN VIRUS QUE AME A OTRO VIRUS?
Allí, bajo tus párpados, viejo alquimista, está escrito que moriríamos olvidados
entre las cenizas de Diógenes de Sinope «el Cínico» y Epicuro de Samos
(Vaya dos, ahora serían dos taxistas,
de esos que no paran de hablar de la soledad
de las ballenas que transportan del mar al mercado y viceversa)
que eso de tener hijos era como no tener pudor
o que la muerte es como el amor: un gran malentendido.
“Sin Bach, Dios sería una figura completa de segunda clase” ciertamente
y también estaba escrito que acabaríamos en un cementerio de gorilas
o que los beatnik serían los nuevos dueños del circo.
Los ángeles son agnósticos dices, toman analgésicos de madrugada
y tienen el aliento fresco, como las cartas de Simone Weil,
pero nadie los entiende porque –claro- tienen algo de chica,
algo de herbívoros.
Tengo que reconocerlo, eres un tipo duro y con las agallas de un gran pez
y los poemas, es estos casos, no son más que una fosa común de utopías,
archivos de huellas digitales
en el vientre de las ciudades,
un aforismo que es la crisálida de otro aforismo.
Me he tomado mi tiempo, he fracturado mi sentido del humor
para escribirte,
viejo anarquista del otoño,
también me he tumbado semanas enteras sobre ese lado de la luna
que empieza en la rue de l’Odeon y termina en el cementerio de Montparnasse,
pero jamás te he visto,
a pesar de que me han dicho que discutes con frecuencia con Baudelaire
(y que ignoras olímpicamente a Sartre).
Lo nuestro, camarada de las estrellas, no tiene arreglo, como no la tiene
la soledad de los taxistas,
creo que también esto estaba escrito,
como todo este instante metódico en el que nos hemos convertido.
MÁS PÁJAROS FULMINADOS
Según Watanabe, Hokusai compraba pájaros para liberarlos
¿no os parece estupendo?
También Prévert sabía de pájaros,
y de ángeles boxeadores caídos en desgracia
esos que nos han metido mano en el bolsillo
y ahora quieren que nos hagamos cargo del cielo, vaya morro,
pero no nos distraigamos, hablamos de pájaros
y no de instantes estrangulados, hablamos de Prévert
y no de Hokusai, el muchacho adoptado por el fabricante de espejos
en realidad, no hablamos de nada, como siempre.
Para Sainte Beuve, el oficio de los filósofos es amontonar nubes
y puede que también sea el de los poetas boxeadores
y el de los pájaros que liberaba Hokusai
pero ahora pienso, ¿qué tiene que ver Prévert con Hokusai?
hablemos pues de la patafísica, de la ciencia de las soluciones imaginarias
para terminar este poema inútil,
este pedazo de pan lleno de estrellas, pero
¿cómo terminar un poema inútil?
¿cómo comerse este pedazo de pan sin tenedor ni cuchillo?
Pues con otra nota de la prensa
que no le hubiese gustado nada a Hokusai:
“En la ciudad de Bebee, en Arkansas, cayeron a la tierra en Nochevieja
del 2011 unos 5.000 pájaros fulminados”.
Ya te lo había dicho, la soledad es a veces el cenicero de otra soledad.
TODOS DESCENDEMOS DE LA MIRADA DE UN GORILA
“Envían a rehabilitación a un mono alcohólico en Rusia”
(Fuente: Reuters)
Como Cioran, no somos más que un puñado de intersticios,
oh gorila mío, dos soledades metódicas,
como dos colillas en un cenicero.
Es cierto, compartimos la melancolía de los pájaros congelados
la rara costumbre de amar sobre los árboles,
de llorar y defecar leyendo a Mallarmé
o de salir con dos copas de más de cada incendio interior.
También jugamos cada día con la pureza de ser impuros,
con la estrella que navega en nuestra sangre,
desviada de su curso,
cansada de balbucear luz sobre la sonrisa de los jubilados
y de las putas, esos bellos mamíferos exiliados.
Ya lo sabes, buscamos el mismo empleo
y lloramos al mismo animal desde el que cada día nos despertamos.
Oh, gorila mío, también tu mirada
es la ventana por donde Dios espía al mundo
ese otro mamífero fúnebre que nada sabe de nosotros.
PARA CADA ROTO HAY UN DESCOSIDO
“Torero con miedo huye de toro y lo arrestan por no enfrentarlo”
(Fuente: DERF)
Cuando conocí al Minotauro, en la terraza de un bar del centro,
jugaba con un cigarrillo entre sus dedos
amarillos, como debe ser el hígado de un pez después de un accidente nuclear.
Me contó que alguien en el laberinto había dejado abierta alguna puerta
y que cientos de hombres y mujeres entraban a diario, cargando
bolsas llenas de hurones para intentar cambiar sus malos hábitos de alimentación
y dispuestos a partirse la espalda para reformarlo todo de arriba abajo,
primero fundaron iglesias (o sea oficinas de correos),
luego trajeron miles de erizos en sus pañuelos, montaron tiendas de ultramarinos
y multiplicaron hasta el infinito las oficinas del ministerio de la tristeza.
Luego, cerraron el cielo por obras y entonces empezó a llover sin parar
primero ciénagas y peces y luego peces y periódicos gratuitos
hasta que logró escapar trepando hacia las nubes a través de la lluvia,
como si fueran peldaños líquidos.
Su vida fuera del laberinto pasó a ser un simulacro de atracción de circo,
un enigma matemático en los escaparates de su corazón
hasta que con el tiempo consiguió un empleo en una aseguradora.
«En el laberinto era inútil acostarse como un rayo de luna,
perdonar a mi corazón por horas o ir a llorar a los supermercados
pero aquí es aún peor» -me dijo-
No tenía ganas de discursos yo y lo escuché sin rechistar,
créeme –continuo- aquí los noticiarios hablan de un tal Teseo
un gato mayor que suele sacar a pasear a la luna
como si fuese un caniche buscado por los servicios secretos de la nostalgia
y que me busca cada día para que le haga un seguro de vida.
Al rato me preguntó si escribía y continuó con el rollo,
me dijo que toda la poesía escrita desde Keats no era más que prensa amarilla
y que lo que debería hacer era escribir sobre astronomía
o sobre cómo cocinar a las guapas nenas traídas desde Atenas para su festín lunar.
A mí me daba igual, ya lo había dejado de escuchar hace varios minutos
y pensaba en cómo quitármelo de encima.
En estas circunstancias, la soledad puede que sea
una higuera recién nacida a punto de envejecer,
una flor de agua que regresa del otoño con una bufanda
pero no importa –pensaba yo- Quién sabe dónde acabaremos, le dije, por fin,
quién sabe a dónde volveremos, después de todo,
cuando veamos cara a cara al ángel del averno que intentará reanimarnos,
(poniendo sus alas sobre nuestros pensamientos
y aplicándonos severas descargas eléctricas)
no sabremos qué decirle, sí, eso le dije, pero era inútil,
ya no había nadie conmigo, ya no había nadie…
Entonces vi al tal Teseo que, después de pedirme un cigarrillo
me preguntó ¿has visto a ese que vende seguros?
Así conocí al Minotauro, como cualquier animal que cree haber encontrado
una huella de su soledad en otra soledad que huye.
Así nos conocimos, sin darnos cuenta que ninguno de los dos era de carne y hueso
o, mejor dicho, ninguno de los tres.
Hoy me he enterado que Teseo ha muerto toreando
y que el Minotauro nunca le vendió un seguro de vida.
NILTON SANTIAGO
(Lima, 1979). Es licenciado en Derecho y Ciencias Políticas y autor “El libro de los espejos” (2do Premio Copé de Poesía 2003 en su XI Bienal) y de “La oscuridad de los gatos era nuestra oscuridad” (II Premio Internacional de la Fundación Centro de Poesía José Hierro). Recientemente ha publicado “El equipaje del ángel” (XXVII Premio TIFLOS de poesía, VISOR LIBROS, Madrid, 2014) y ha quedado finalista de la última edición del Premio ADONÁIS de Poesía 2014. En la actualidad reside en Barcelona.