
Cordón umbilical
Todavía me tienta la muerte,
me tiende a diario sus manos,
cual rojas mariposas forcejeando
en la debilidad de mis huesos.
Mas este niño es mi cordón umbilical
que me ata a la vida.
Él, a pesar de su tristeza me ayuda a respirar,
me ayuda a extender las manos;
compartimos las migajas de un pan negro
que sabe a cielo dulce.
Nuestro pasado es una herida
que el viento sopla furioso.
Somos de arcilla, adquirimos una nueva forma
según la mirada del otro.
Él grita, yo grito,
este niño es mi eco huérfano y miedoso.
Tribulación
Lo vi flotar, lo vi hundirse
hasta que su menudo cuerpo
se durmió en la eternidad del mar.
Mis brazos abrían caminos entre las olas
y mi cabeza,
luchaba por mantenerse sobre las aguas.
Lloré. Lloré a ese pequeño ser
que quiso escapar,
primero de los disparos, luego de la muerte.
¿Dónde quedó su hogar?,
¿quizá en algún lugar del océano?
Y yo aquí, de pie y destrozado,
desconociéndome en esta piel que hiede.
En una piel que debió morir,
pero que vive en lo pútrido…
¡Esa es la guerra!
Pudre nuestras almas,
engendra seres revestidos de rencor y amargura.
Tizne
Me acuerdo de aquellas niñas
–las pocas que volvieron–
regresaron ya hechas mujeres.
Sus ojos no brillaban más al mirar la arena blanca.
Se les negó la ilusión de pintar sus manos con heno,
sus almas parecieron impregnarse de tizne.
Les fueron extirpados sus encantos,
su fragilidad,
devorada por lenguas de fuego.
La angustia era una flor negra, inmensa, carnívora,
que crecía dentro de nosotras.
Por mucho tiempo nuestros cuerpos fueron
cobijo de temblores.
Atardecía…
Algunas logramos saltar el muro, a las demás
se las llevaron atadas,
dejando de su infancia apenas
una sombra proyectada en las paredes.
Fabuloso!
Alma, vida y corazón como poeta, como amiga y como madre