Pedro Flores, 1968, Las Palmas de Gran Canaria. Ha publicado más de treinta títulos de poesía, narrativa y teatro. Entre otros premios ha obtenido los José Hierro, Antonio Oliver Belmás, Flor de Jara, Fray Luis de León, Ciudad de Tudela, Gil de Biedma y Alba, Ciudad de Las Palmas, Pedro García Cabrera, Tomás Morales o Ciudad de Santa Cruz de La Palma de Poesía y los Isaac de Vega y Domingo Velázquez de relato. Fue finalista del Premio Nacional de la Crítica en 2010. En 2016 la editorial sevillana Renacimiento edita una antología de su poesía bajo el título Salir rana. Textos suyos han sido traducidos al portugués, italiano, francés, inglés, alemán, eslovaco y húngaro. Sus poemas han sido editados en revistas de Canarias: Espejo de Paciencia, La Página, La Fábrica, Contemporánea, de España: Cuadernos del matemático, Clave Orión, Turia, Piedra del molino, 21 versos, Nayagua, Telegráfica y del extranjero: Zeta, Outre Sud, Fraktal, OPUS, Uj Forras, Mundo Hispánico o en el portal húngaro de literatura mundial 1749.hu, entre muchas otras.
HOUDINI
Así llamaban en casa al padre de mamá.
Yo sólo supe por qué mucho tiempo después
y es que cada vez que hacía un hijo se volatilizaba;
abuela era un enorme tanque de agua quieta
del que escapar en el último segundo.
Houdini volvió un día,
sólo poseía una radio y un cáncer,
pero el viejo teatro volvió a abrirse para él.
Sus hijos vociferaban y comían naranjas en platea
y en el palco abuela lo observaba todo
con unos binoculares que conjuraban su glaucoma.
Lo sumergieron en el tanque de agua, encadenado
y al redoble de un tambor señoras y señores
apareció aquí, en este poema, chorreando,
dejando a una recua de hijos y a una vieja
aplaudiendo la liquidez de la existencia.
ASÍ PLANCHABA QUE YO LA VI
Que extraña manera de estarse muertos
Vallejo
Cuántos pantalones
hubo de planchar aquella mujer
para que sus hijos tuvieran unos pantalones
que le dejaban los viernes
en el cesto de la ropa por planchar.
Pareciera que las arrugas
de los pantalones que planchaba
le trepaban por los brazos
y se alojaban para siempre en su rostro.
La muerte la encontró planchando
en el cuartito de la radio,
rociando con agua tibia pantalones ajenos
como una sacerdotisa bendiciendo
las piernas de un ejército invisible.
Y ahí debe de estar todavía,
nadie ha abierto la puerta desde entonces.
Ella no pudo acompañar a la muerte.
Le quedaba aún mucha ropa por planchar.
LA TIENDA DE JUGUETES
Pulcramente vestido, Zoilo, te ríes de mis prendas raídas.
Marcial
Yo le pedía que me llevara al centro de la ciudad.
Sabía que luego tendríamos que volver caminando
y me quejaría de mis pies y ella me miraría,
más compasiva que severa: ya te lo dije,
ves ahora que oscuro el regreso…
Pero valía la pena plantarse ante el gran escaparate,
mirar adentro los infinitos juguetes refulgiendo
hasta empañar el cristal con la bruma de la avaricia.
Un día me atreví a entrar y aunque no toqué nada
me dijeron, sacudiendo el polvo de las estanterías,
aquí no hay nada para ti, chico.
Luego me planté frente al escaparate de la poesía,
adentro hablaban de La tierra baldía, de la “Postposmodernidad”,
del tío Ezra. Había un fulgor que reconocía mi desconsuelo.
Un día me atreví a entrar y aunque no toqué nada
me dijeron, sacudiendo el polvo del abrigo de Stéphane,
esto no es para ti, muchacho.
Y tú, que ya estabas muerta, me tomaste de la mano
para llevarme a casa, a las sombras, diciéndome,
más compasiva que severa, verás ahora, tonto,
cómo te van a doler los pies.
SHANE EN OTRO BAR
Pero entonces sí me dejabas salir de noche,
cuando él tardaba demasiado y tú, otra vez,
me mandabas a buscarlo, no se parta la cabeza
ya sabes que cuando se emborracha…
Te quedabas como una lívida gárgola en la ventana
y aún te daba tiempo de decirme susurrando,
porque no tienen que enterarse las vecinas,
que no me acercara demasiado a la puerta
pues hay cosas que no ha de oír un niño.
Entonces yo era el pequeño Joey en Raíces profundas
pero él no era Shane, el errante pistolero,
sino un borracho triste en una esquina de la barra
que se apoyaba luego en mi hombro para no caer del todo.
Ahora yo estoy sobre la mugrienta barra del poema,
donde me emborracho con silenciosos maniquíes
a los que llamo Rubén, César, Don Antonio.
Ella se impacienta en la ventana
y afuera él me espera para sostenerme en su hombro,
sin acercarse demasiado a la puerta
porque hay cosas que, de ninguna manera,
ha de oír un muerto.
Pedro Flores, del libro: El don de la pobreza, Premio “Flor de Jara de Poesía 2019”. Colección Poesía de la Diputación de Cáceres,2020.