VERÓNIKA RECA MORALES (Bayamón, Puerto Rico) Graduada en fotografía digital y criminología forense. Es autora de «El abrazo de los frijoles» (Editorial Pulpo, Puerto Rico, 2021) y de «Amuletos de arroz» (Santa Rabia Poetry, 2023). Ha participado en el Congreso Internacional de Sexología (CISPR, 2017). Publicada en las revistas Small Blue Library, Espíritus Chocarreras, Letralia, Low-Fi Ardentía, entre otras y en la antología Pa’ la Posteridad (Ediciones del Flamboyán, 2019). Además, ha participado en lecturas en centros artísticos y bibliotecas en Puerto Rico, Colombia, Estados Unidos y en el reciente Festival de Jóvenes Escritores de Iberoamérica en Habana Cuba donde se presentó El abrazo de los frijoles, así como en El primer encuentro de Poetas Dolores Castro (México 2022) y en El día mundial de la Poesía de República Dominicana (2023).
CARTA TRES.
La luz va secando ahora las miserias de la casa
como el rito de la sangre que llena todo de flores
de cuerpos ardientes cuerpos desnudos como manzanas
en las calles sudorosas en los miedos sin balcones
Raúl Leyva Pupo.
Tengo morados los pechos, los brazos, el cuello y los muslos. No debes sentir pena, no fuiste torpe, mi cuerpo es como esos vasos provistos de magia que se pintan de color al tacto frío. No, tampoco fuiste frío, no es lo que quiero decir, mi cuerpo al parecer sintió la necesidad de guardar una huella tuya, aquí lo terrorífico resulta ser que no durará por siempre, el púrpura se irá perdiendo.
Me gustan los escotes, los trajes de mangas finas, al final volveré a vestirlos, ahora solo tengo morados los pechos y todo por donde pasaste, pudiera parecer violento y tierno. Pequeños mapas para encontrar el camino de regreso. Hoy solo los dejaré a la intemperie, asumiré lo bonito de haber sido invitada a tus manos, ya veré qué hago luego.
Un día a la vez.
CARTA CUATRO.
Dormir como duermen las piedras me parece encantador, aunque el viento sepa que las ventanas no cierran por viejas y que los huecos permiten entrar el frío hasta tu cama. ¿Quién duerme bien en una cama fría? Hoy dormí una hora más que ayer quizá por qué me acosté unas horas más tarde, perdí detrás de mi sueño la paz de no pensar en nada. ¿Qué hago?, no tengo ocupación, solo pienso y a estas alturas detrás de tanto árbol y recuerdos como hojas, dormir es una meta grandiosa que me rehusó a tener. No quiero dormir así se me caigan los ojos. Tengo arropados los pies, pero están húmedos, arcadas de asco me nacen en la espina, pienso en comer y me niego. El frío solo sujeta con su mano gorda las cosas que no quiero: no quiero comer, ni dormir.
Oliver llegó, maúlla extrañamente como si La Habana también lo hubiera tocado. Le doy de comer. Oliver come con frío o con calor, y cuando lo hace no me mira. Oliver me mira siempre, menos cuando come. Comer es un acto de guerra.
En La Habana todos comen, me abastece ver comer a las personas, verte comer. No sé oyen los gallos hoy, ellos quizá también estén comiendo. Me duele el pecho y los ojos y las manos, me duele el pelo, no sé si eso duela, pero
me duele, me cuesta mucho ver esta casa como mi casa. Quiero quemarlo todo para sentir calor, quemarme yo también. El frío hace correr la cortina y el sol tampoco sabe de mí. Debo ser más útil, me digo, aprender un nuevo oficio que me dé calor, aunque odie el calor, lo odio. Te preparas para el calor y es cuando explotas como alimento, siempre se paga al final la cuenta, lo que quedó de las sobras y el postre siempre está ahí para anunciar que, después de todo, la recompensa es solo un plato dulce.
Creo que sé por qué se me inhiben algunos actos, la suficiencia, el espejismo y el comer. Eres tú. Oliver quiere que lo deje escapar, maúlla como llamando a alguien más, que no soy yo. Si fuera gato y te llamara, sonaría así, estoy segura. Aterrador, urgente, muy duro, es un maúllo de auxilio, como si estuviera al borde de una patrulla canina y no pudiera decir que es domesticado, que es mío, que pertenece a esta casa. Oliver sufre, no de hambre, ni de frío, sufre de amor, reconozco ese llanto a cientos de kilómetros, acontece. Te preguntaría de qué sufres tú, pero quiero pensar que sufrimos lo mismo. Soy egoísta lo sé (no es cierto), pero si me permites ya no quiero ser buena, verme buena, comer como mujer buena, beber como mujer buena y, en fin, dormir como mujer buena.
Siento que la bondad también es un espacio frío. ¿Si agarro un fósforo y le prendo la punta a una cortina se quemará? ¿Me quemare con ella? ¿El sol tratará al fin mi pena helada y la convertirá en rayo? Casa. Tengo las tripas pegadas a la espina, piden a gritos café, se acabó el gas, no colaré café, no haré comida ni calentaré el agua. ¿Dónde te metiste ?, ¿Por qué no me vienes? Venir, ir, quedarnos, debería ser caliente. Muy, muy caliente como nuestros abrazos en el Malecón.