Y PESE A TODO, TRIUNFA EL AMOR. SOBRE CIELO EXHAUSTO, de JUAN JOSÉ SOTO, palabras prologales
por JOSÉ ANTONIO MAZZOTTI
Este libro del poeta peruano Juan José Soto se inicia de manera desgarrada con un revelador epígrafe de Raúl Zurita, el gran autor chileno. El cielo está roto, nos dice la cita; de él llora para abajo piernas y cuellos partidos. Son los secuestrados de la guerra sucia, masacrados y arrojados desde el aire, muchas veces todavía vivos, sobre el océano insaciable. Y ese cielo –añade Soto, complementando a Zurita– queda exhausto de tanto horror.
De este modo, pasadas cinco décadas de la sangrienta dictadura militar chilena, pero ya en el contexto peruano neoliberal (no menos sangriento), y después del horror que también se vivió en su país en el fin de siglo y durante la pandemia del Covid-19, Soto apunta a otros dolores: la desazón, el tedio, la superficialidad, la desesperación generada por un futuro incierto y, sobre todo, el desamor. Como una figura en contradicción, utiliza la imagen del Llanero Solitario para rebelarse ante ese otro cielo exhausto, el cielo limeño con su “panza color de burro” y su carencia de sol: cementerio de cal con arena que como un techo infinito narcotiza cualquier esperanza. Los once poemas que conforman la primera sección del libro, “Cielo exhausto” (como el título general del poemario) dan cuenta de esa desazón.
El lenguaje de Juan José Soto fluctúa entre las expresiones coloquiales y algunas imágenes inesperadas (“los relojes / sigilosos / marchan felices en los museos”). Aparecen figuras del imaginario mediático como Don Gato y su pandilla y la cantante Janis Joplin. Poco a poco, Soto va desarrollando una imaginería que se alimenta de los medios masivos y de las nuevas formas de comunicación en el mundo globalizado.
El poeta, así, puede aparecer como una especie de pájaro marino en extinción: “En el muelle / Una extraña especie despliega sus alas / Saca una tablet (no hay conexión disponible) / La arroja al mar / Coge un papel / un par de ojos / Y lee un puñado de versos / doblados / húmedos / sobre las rocas” (poema IV). La poesía, como el pájaro, se deshace sobre las rocas, que más adelante asomarán en el libro como parte de la anatomía del poeta.
También aparece como el amante silente que no encuentra la paz interior del encuentro con la amada: “¡Oh, si yo supiera escuchar / Las veces que llegas en silencio / En el rumor de una voz o a galope bronco / Abrazaría el temblor y la luz / De los seres / y de las cosas!” (poema V). En estos versos se nos revela un poeta sutil y sugerente, que no sin cierto tono solemne logra articular una voz que hace de la realidad un paisaje vivo de “temblor y luz”, una entidad con energía activada por el ruido de los pasos de la persona añorada. Sin embargo, esta no llega o simplemente escapa de los oídos del poeta. Así, el hablante de los poemas se convierte en una especie de fantasma dentro de su propio mundo material, es decir, internaliza el tedio y la desazón del paisaje trazado en los poemas anteriores y se convierte en un ser a-nona-dado: dado a la nada que es la enemiga última del amor.
En estos contextos urbanos y alucinados la poesía habita “en el lomo de un relámpago” (poema VI), como una visión lejana e inaprehensible, con alusiones exóticas que escapan del realismo descriptivo: “chatbot”, “aconkanthera”, “la misericordia marfil / de Kuan-Yin” (poema VII); o también puede el poeta ser el testigo silente de innumerables cardúmenes de peces que caen del cielo e invaden las calles y las casas de la ciudad (poema VIII).
Poco a poco el universo de Juan José Soto va adquiriendo visos de subversión de la lógica y la rutina cotidiana para dejar que el mar, la neblina y el hielo entren en la urbe, que pasa de este modo a convertirse en una especie de interregno o distopía invadida por el dolor que causa el desamor: “La memoria del amor asedia / Como un océano sin tregua / O el canto de ballenas / en lúbrico cortejo” (poema IX). Hasta la poesía misma, encarnada en el canto, forma parte de ese paisaje extraño y se mimetiza con él en su fracaso, como el vuelo de un pájaro frustrado por el peso del hielo que ha paralizado y anulado cualquier posibilidad de vida en la cosmópolis sudamericana: “Un canto se agita / Leve / rodea la oquedad de tu vientre / Despliega sus brazos / Y cae / en la ciudad destruida / A manos del hielo” (poema IX).
Pero no todo está perdido. El poeta apela a su último recurso: la memoria de la felicidad. Casi resonando a Neruda (que decía “es tan corto el amor, y es tan largo el olvido”), el poeta reconstruye con fragmentos dispersos algunas escenas del encuentro amoroso, que no puede resultar sino en un nuevo paisaje dislocado. En él la persona amada se convierte en un ser desconocido y sin embargo familiar: “Te vuelvo a ver / ojo contra ojo / Mientras yaces sobre las rocas / que crecen en mi pecho” (poema XI). La amada, como las conchas adheridas a las piedras de la playa, es una aparición connatural al embate de las olas (Lima, recordemos, es una ciudad costera). Pero el poeta a la vez se vuelve piedra, es ya parte del paisaje que quiere regresar a sus elementos primigenios. La piedra, como sabemos, es un tópico de larga data en la poesía peruana (los cantos a Machu Picchu, por ejemplo, de Mario Florián, Alberto Hidalgo y Martín Adán). En Soto, sin embargo, tenemos la piedra costeña, húmeda y silente, latigueada por las olas y sin poder liberarse ni abrazar a los moluscos que le crecen en el pecho del recuerdo. A la vez, la alusión indirecta a los moluscos es sin duda un guiño al habla popular, que identifica la vulva femenina con ese animal marino. Soto logra así referirse de manera muy fina al centro del dolor: el abandono de la sexualidad, fuente de toda conjunción y sentido del universo.
El poema XI desarrolla esa imagen de la amada como dadora de bienes (“Moldeas en tus pechos dadivosos / Refugios invernales / Para aplacar la sed y el hielo”), fuente de vida y alimento que logra por un momento vencer el frío y el dolor. La memoria del poeta es poderosa y no ceja ante la ausencia. La remedia con la reconstrucción de la felicidad perdida, pese a que la amada ya es también mar, elemento fundamental del paisaje: “El océano arroja palabras / Saladas y azules / como olas / de tus ojos / En altamar / Orcas y petreles gigantes ceden su furia / Y el cielo recicla / estrellas sin luz / Sobre tus hombros / que no cesan”. Esas estrellas sin luz son el anuncio de que la reconstrucción del bien perdido es insuficiente, pues el simulacro no llega a sustituir las estrellas verdaderas que alumbraron el asombro inicial del amor.
La segunda sección del libro, “Vientos de fuego”, contiene siete poemas, numerados asimismo en caracteres romanos, como para dejar estampada su pertenencia a un tiempo de larga duración. Así, el poema XII entra de lleno al Apocalipsis, en que la devastación del desamor es equivalente a una guerra nuclear: “Gallinazos sobrevuelan / Las ciudades abatidas / Por bandadas de obesos / y lúbricos misiles”. El poeta ha vuelto al presente ante la potencia del dolor, que desbarata toda tentativa de reconstrucción del locus amoenus ya perdido del amor. La ciudad está enferma, destruida. Los “niños corretean / En la flamante arquitectura de las calles / Tras un balón / de cráneo y huesos”. Nuevamente se impone la distopía.
Así, en el poema XIII “el tiempo desova bombas y misiles”, la destrucción se avizora como inevitable contra cualquier esfuerzo de reconstrucción del amor por la memoria, cada vez más frágil e impotente. Marte, dios de la guerra, sojuzga a Venus, diosa del amor, y el cielo, en efecto, se viste de fuego. Atribulado, el poeta se pregunta “¿Dónde están los dioses / en este festival de asedio / y cacería humana?”. La respuesta es un silencio elocuente y un tronar sordo en que el canto, el trino y la voz ya no tienen lugar: “Una voz serpentea entre los escombros / abre sus ojos / y atraviesa el rigor del silencio / en la raíz del polvo / y la muerte”. Por eso, hasta la voz y las palabras sufren la decadencia del mundo, como en el poema XIV: “En el lomo de remotas criaturas / Las palabras tropiezan / Con esquirlas de árboles abatidos”.
Los seres humanos se convierten en almas en pena, como en el Inferno de Dante: “Un aluvión de condenados / atraviesan los muros / Esconden las sombras / Saltan tapias y cercos / Surfean en tablas hechizas / Descuelgan estrellas fugaces” (poema XV). La humanidad entera ha pasado al reino de las sombras y solo se arrastra en el suelo y las paredes como una multitud desesperada. Y hasta las esferas celestiales han caído y agonizan en la tierra: “Un turbado astro / sin alas / arde en la orilla”. Se da de esta manera la eclosión del caos, que implica un dislocamiento de uno de los cuatro elementos fundamentales de la vida (aire, fuego, agua, tierra) y su presencia en el hábitat de otro, como el fuego de las estrellas en el espacio de la tierra. En la tradición clásica y del Siglo de Oro hay amplios antecedentes.
En el poema XVI el tiempo se detiene y la noche se prolonga: “Pocas veces la mañana / fue una noche tan larga / Sin sol / Sin luna / Sin mañana”. De este modo, el caos universal se manifiesta no solo por la mezcla de los elementos celestiales con los terrenales (estrellas caídas), sino también por la deformación del tiempo humano en una noche infinita. Los escombros se multiplican hasta el horizonte (en el poema XVII) y el dolor se hace universal.
En este desolado paisaje, que parecería salido de una película postapocalíptica de terror, sin embargo, “bajo el puente / atroz / sin vida / ronda el amor” (poema XVIII; énfasis mío). Por eso, la apuesta de Juan José Soto por la continuidad de la vida, pese a la hecatombe de un mundo egoísta y sin amor, es la señal de que no todo está perdido. El hecho mismo de que el poeta haya podido articular en un lenguaje rico en imágenes un estado de ánimo que normalmente llevaría a la parálisis y el abandono de toda empresa es prueba de que la fe en la poesía sigue viva y tendrá continuidad. Por lo menos, en la voz de Juan José Soto, uno de los poetas peruanos más interesantes e intensos de las últimas décadas.
Selección de poemas de « CIELO EXHAUSTO», de JUAN JOSÉ SOTO
V
Camino con las manos
sobre la Tierra
Esquivo la gravedad del lenguaje
Las trampas cibernéticas
Sorteo las palabras hechizas
Las fórmulas plagadas de ciencia
Me hundo en el barro
Con la lengua flotando
Y ramas en los ojos
Burlo las arenas movedizas
Las osamentas metálicas
Las máquinas inteligentes:
Emerjo del lodo
En la orilla
El cuerpo de un verso desnudo
sobrevive
boca abajo
Cubierto por las alas de unos albatros
Los niños lanzan sus redes
Caen estrellas del mar
Y peces en tropel
desde el cielo
Asoma el brazo de un relámpago
Y un aullido inconsolable
Las calladas imágenes
Recitan un blues
En medio de la tormenta
El mundo
gira aturdido
en la danza de los hombres
sobre los bosques mutilados
y sin sombra
¡Oh, si yo supiera escuchar
Las veces que llegas en silencio
En el rumor de una voz
o a galope bronco
Abrazaría el temblor y la luz
De los seres
y de las cosas!
VIII
Peces insomnes
discuten l a r g a m e n t e
la frugalidad de la última cena
bajo el cielo voraz
de la civilización
Infantes brotan de la arena
gatean en busca del mar
evaden petreles gigantes
Con el torso desnudo
surcan los cielos
en sacos celestes
de pelícanos desesperados
Playeros solitarios divisan
Con el zum de sus móviles
Un cardumen de sirenas
Raudos
lanzan anzuelos
Caen bagres
anchovetas
Colas bamboleantes
de ninfas marinas
Mar adentro
Jimi y Catherina se enredan
lejos del estruendo
de la Tierra
Viajan en el lomo de una nave
Mitad delfín mitad submarino
Esquivan muros de enmalle
Mientras se besan
Inmensa y copiosamente
Hasta convertir sus labios
En salvavidas enormes
y pulposos
En el muelle
Un pescador ausculta
La agitación de un jurel
Su vano galope
Sus insólitos ojos fijos
Plagados de preguntas
En los arrecifes de coral
Tiburones grises rodean
a la dama de las profundidades
Exploran el cuerpo
luminiscente
impávido
Y se entregan ciegamente
Al origen y refugio
de su luz.
XV
El cielo es un trampolín de fuego
Ángeles clavadistas
seriales
furiosos
mellan el viento
Aturden la quietud del abismo
Se estrellan contra los ojos
de infantes boquiabiertos
Pierden las alas
en las escotillas de los búnkeres
Los refugiados
recogen despojos de naufragio
Renombran objetos
Sueldan osamentas
Montan escudos humanos
Mientras entonan conjuros
Para turbar a la lluvia
Y despistar kamikazes
Un aluvión de condenados
atraviesan los muros
Esconden las sombras
Saltan tapias y cercos
Surfean en tablas hechizas
Descuelgan estrellas fugaces
Los más pequeños
Desenroscan la luna
Que vuela de mano en mano
Artefacto de luz
sobre las rocas
La noche
es una franja de hoyos
que aguarda:
Un turbado astro
sin alas
arde en la orilla.
XVIII
Ronda el amor
atroz
bajo el puente
Besos sin escalas
Aturden la oscuridad
Y arrasan los soles que dormitan
En las entrañas de los árboles
Rueda
en tierra firme
una lengua
montada sobre el lomo de un astro
en medio de la niebla
Osos polares marchan
kilómetros y kilómetros
Tras la hembra que aguarda
Abrazada del hielo de mayo
Flota el cielo desnudo sobre las olas
Se zambulle
Atraviesa llanuras abisales
sujeto del dorso
de quimeras y celacantos
Barrita la matriarca
bajo la sombra de las acacias
Olfatea las tinieblas
Conjura a la manada
Sortea cazadores furtivos
en el refugio de la lluvia
Postrado, giras ¡oh, padre!
alrededor de unos ojos
bajo el peso de una luz
Antesala de fuego
que abrasa las palabras
y el balbuceo de las horas
Aterrizan astrágalos y falanges
sobre la mesa
Mientras dioses rechonchos
engullen extremidades
y saborean nalgas rozagantes
A las afueras
niños en cuclillas juegan con las sombras
Bajo el puente
atroz
sin vida
ronda el amor.
Juan José Soto Bacigalupo (Lima, Perú)
Ha publicado los poemarios Cárcel de mi ojo (1994), Morada Diosa (1997), Palabra sobre los abismos (2005), Airado verbo (2008), Lado B de las sombras (2022) y Cielo exhausto (2024). Figura en el libro colectivo de poesía Extensas legiones (2021). Gestor y coordinador de la primera edición de Madrid: Una Ciudad, Muchas Voces, ciclo de poesía hispanoamericana y española realizado el 2009 en Madrid. Gestor del Ciclón de Poesía, ciclo de recitales artísticos que congrega a poetas y artistas de diversas ciudades del Perú (desde el 2010 hasta la fecha). Fue coorganizador del Festival de Poesía Fiesta del Diantre (del 2011 al 2015) en Chiclayo, Perú. Premio Prensa Cultur 2015 por Buenas Prácticas en Periodismo y formación de jóvenes comunicadores en la ciudad de Chiclayo, Perú.