122. Año 9: Y PESE A TODO, TRIUNFA EL AMOR. Sobre «CIELO EXHAUSTO» (2024), de JUAN JOSÉ SOTO

Y PESE A TODO, TRIUNFA EL AMOR. SOBRE CIELO EXHAUSTO, de JUAN JOSÉ SOTO, palabras prologales

 

por JOSÉ ANTONIO MAZZOTTI

 

Este libro del poeta peruano Juan José Soto se inicia de manera desgarrada con un revelador epígrafe de Raúl Zurita, el gran autor chileno. El cielo está roto, nos dice la cita; de él llora para abajo piernas y cuellos partidos. Son los secuestrados de la guerra sucia, masacrados y arrojados desde el aire, muchas veces todavía vivos, sobre el océano insaciable. Y ese cielo –añade Soto, complementando a Zurita– queda exhausto de tanto horror.

De este modo, pasadas cinco décadas de la sangrienta dictadura militar chilena, pero ya en el contexto peruano neoliberal (no menos sangriento), y después del horror que también se vivió en su país en el fin de siglo y durante la pandemia del Covid-19, Soto apunta a otros dolores: la desazón, el tedio, la superficialidad, la desesperación generada por un futuro incierto y, sobre todo, el desamor. Como una figura en contradicción, utiliza la imagen del Llanero Solitario para rebelarse ante ese otro cielo exhausto, el cielo limeño con su “panza color de burro” y su carencia de sol: cementerio de cal con arena que como un techo infinito narcotiza cualquier esperanza. Los once poemas que conforman la primera sección del libro, “Cielo exhausto” (como el título general del poemario) dan cuenta de esa desazón.

El lenguaje de Juan José Soto fluctúa entre las expresiones coloquiales y algunas imágenes inesperadas (“los relojes / sigilosos / marchan felices en los museos”). Aparecen figuras del imaginario mediático como Don Gato y su pandilla y la cantante Janis Joplin. Poco a poco, Soto va desarrollando una imaginería que se alimenta de los medios masivos y de las nuevas formas de comunicación en el mundo globalizado.

El poeta, así, puede aparecer como una especie de pájaro marino en extinción: “En el muelle / Una extraña especie despliega sus alas / Saca una tablet (no hay conexión disponible) / La arroja al mar / Coge un papel / un par de ojos / Y lee un puñado de versos / doblados / húmedos / sobre    las    rocas” (poema IV). La poesía, como el pájaro, se deshace sobre las rocas, que más adelante asomarán en el libro como parte de la anatomía del poeta.

También aparece como el amante silente que no encuentra la paz interior del encuentro con la amada: “¡Oh, si yo supiera escuchar / Las veces que llegas en silencio / En el rumor de una voz o a galope bronco / Abrazaría el temblor y la luz / De los seres / y de las cosas!” (poema V). En estos versos se nos revela un poeta sutil y sugerente, que no sin cierto tono solemne logra articular una voz que hace de la realidad un paisaje vivo de “temblor y luz”, una entidad con energía activada por el ruido de los pasos de la persona añorada. Sin embargo, esta no llega o simplemente escapa de los oídos del poeta. Así, el hablante de los poemas se convierte en una especie de fantasma dentro de su propio mundo material, es decir, internaliza el tedio y la desazón del paisaje trazado en los poemas anteriores y se convierte en un ser a-nona-dado: dado a la nada que es la enemiga última del amor.

En estos contextos urbanos y alucinados la poesía habita “en el lomo de un relámpago” (poema VI), como una visión lejana e inaprehensible, con alusiones exóticas que escapan del realismo descriptivo: “chatbot”, “aconkanthera”, “la misericordia marfil / de Kuan-Yin” (poema VII); o también puede el poeta ser el testigo silente de innumerables cardúmenes de peces que caen del cielo e invaden las calles y las casas de la ciudad (poema VIII).

Poco a poco el universo de Juan José Soto va adquiriendo visos de subversión de la lógica y la rutina cotidiana para dejar que el mar, la neblina y el hielo entren en la urbe, que pasa de este modo a convertirse en una especie de interregno o distopía invadida por el dolor que causa el desamor: “La memoria del amor asedia / Como un océano sin tregua / O el canto de ballenas / en lúbrico cortejo” (poema IX). Hasta la poesía misma, encarnada en el canto, forma parte de ese paisaje extraño y se mimetiza con él en su fracaso, como el vuelo de un pájaro frustrado por el peso del hielo que ha paralizado y anulado cualquier posibilidad de vida en la cosmópolis sudamericana: “Un canto se agita / Leve / rodea la oquedad de tu vientre / Despliega sus brazos / Y cae / en la ciudad destruida / A manos del hielo” (poema IX).

Pero no todo está perdido. El poeta apela a su último recurso: la memoria de la felicidad. Casi resonando a Neruda (que decía “es tan corto el amor, y es tan largo el olvido”), el poeta reconstruye con fragmentos dispersos algunas escenas del encuentro amoroso, que no puede resultar sino en un nuevo paisaje dislocado. En él la persona amada se convierte en un ser desconocido y sin embargo familiar: “Te vuelvo a ver / ojo contra ojo / Mientras yaces sobre las rocas / que crecen en mi pecho” (poema XI). La amada, como las conchas adheridas a las piedras de la playa, es una aparición connatural al embate de las olas (Lima, recordemos, es una ciudad costera). Pero el poeta a la vez se vuelve piedra, es ya parte del paisaje que quiere regresar a sus elementos primigenios. La piedra, como sabemos, es un tópico de larga data en la poesía peruana (los cantos a Machu Picchu, por ejemplo, de Mario Florián, Alberto Hidalgo y Martín Adán). En Soto, sin embargo, tenemos la piedra costeña, húmeda y silente, latigueada por las olas y sin poder liberarse ni abrazar a los moluscos que le crecen en el pecho del recuerdo. A la vez, la alusión indirecta a los moluscos es sin duda un guiño al habla popular, que identifica la vulva femenina con ese animal marino. Soto logra así referirse de manera muy fina al centro del dolor: el abandono de la sexualidad, fuente de toda conjunción y sentido del universo.

El poema XI desarrolla esa imagen de la amada como dadora de bienes (“Moldeas en tus pechos dadivosos / Refugios invernales / Para aplacar la sed y el hielo”), fuente de vida y alimento que logra por un momento vencer el frío y el dolor. La memoria del poeta es poderosa y no ceja ante la ausencia. La remedia con la reconstrucción de la felicidad perdida, pese a que la amada ya es también mar, elemento fundamental del paisaje: “El océano arroja palabras / Saladas y azules / como olas / de tus ojos / En altamar / Orcas y petreles gigantes ceden su furia / Y el cielo recicla / estrellas sin luz / Sobre tus hombros / que no cesan”. Esas estrellas sin luz son el anuncio de que la reconstrucción del bien perdido es insuficiente, pues el simulacro no llega a sustituir las estrellas verdaderas que alumbraron el asombro inicial del amor.

La segunda sección del libro, “Vientos de fuego”, contiene siete poemas, numerados asimismo en caracteres romanos, como para dejar estampada su pertenencia a un tiempo de larga duración. Así, el poema XII entra de lleno al Apocalipsis, en que la devastación del desamor es equivalente a una guerra nuclear: “Gallinazos sobrevuelan / Las ciudades abatidas / Por bandadas de obesos / y lúbricos misiles”. El poeta ha vuelto al presente ante la potencia del dolor, que desbarata toda tentativa de reconstrucción del locus amoenus ya perdido del amor. La ciudad está enferma, destruida. Los “niños corretean / En la flamante arquitectura de las calles / Tras un balón / de cráneo y huesos”. Nuevamente se impone la distopía.

Así, en el poema XIII “el tiempo desova bombas y misiles”, la destrucción se avizora como inevitable contra cualquier esfuerzo de reconstrucción del amor por la memoria, cada vez más frágil e impotente. Marte, dios de la guerra, sojuzga a Venus, diosa del amor, y el cielo, en efecto, se viste de fuego. Atribulado, el poeta se pregunta “¿Dónde están los dioses / en este festival de asedio / y cacería humana?”. La respuesta es un silencio elocuente y un tronar sordo en que el canto, el trino y la voz ya no tienen lugar: “Una voz serpentea entre los escombros / abre sus ojos / y atraviesa el rigor del silencio / en la raíz del polvo / y la muerte”. Por eso, hasta la voz y las palabras sufren la decadencia del mundo, como en el poema XIV: “En el lomo de remotas criaturas / Las palabras tropiezan / Con esquirlas de árboles abatidos”.

Los seres humanos se convierten en almas en pena, como en el Inferno de Dante: “Un aluvión de condenados / atraviesan los muros / Esconden las sombras / Saltan tapias y cercos / Surfean en tablas hechizas / Descuelgan estrellas fugaces” (poema XV). La humanidad entera ha pasado al reino de las sombras y solo se arrastra en el suelo y las paredes como una multitud desesperada. Y hasta las esferas celestiales han caído y agonizan en la tierra: “Un turbado astro / sin alas / arde en la orilla”. Se da de esta manera la eclosión del caos, que implica un dislocamiento de uno de los cuatro elementos fundamentales de la vida (aire, fuego, agua, tierra) y su presencia en el hábitat de otro, como el fuego de las estrellas en el espacio de la tierra. En la tradición clásica y del Siglo de Oro hay amplios antecedentes.

En el poema XVI el tiempo se detiene y la noche se prolonga: “Pocas veces la mañana / fue una noche tan larga / Sin sol / Sin luna / Sin mañana”. De este modo, el caos universal se manifiesta no solo por la mezcla de los elementos celestiales con los terrenales (estrellas caídas), sino también por la deformación del tiempo humano en una noche infinita. Los escombros se multiplican hasta el horizonte (en el poema XVII) y el dolor se hace universal.

En este desolado paisaje, que parecería salido de una película postapocalíptica de terror, sin embargo, “bajo el puente / atroz / sin vida / ronda el amor” (poema XVIII; énfasis mío). Por eso, la apuesta de Juan José Soto por la continuidad de la vida, pese a la hecatombe de un mundo egoísta y sin amor, es la señal de que no todo está perdido. El hecho mismo de que el poeta haya podido articular en un lenguaje rico en imágenes un estado de ánimo que normalmente llevaría a la parálisis y el abandono de toda empresa es prueba de que la fe en la poesía sigue viva y tendrá continuidad. Por lo menos, en la voz de Juan José Soto, uno de los poetas peruanos más interesantes e intensos de las últimas décadas.

 

Selección de poemas de « CIELO EXHAUSTO», de JUAN JOSÉ SOTO

 

V

 

Camino con las manos

sobre la Tierra

Esquivo la gravedad del lenguaje

Las trampas cibernéticas

 

Sorteo las palabras hechizas

Las fórmulas plagadas de ciencia

 

Me hundo en el barro

Con la lengua flotando

Y ramas en los ojos

 

Burlo las arenas movedizas

Las osamentas metálicas

Las máquinas inteligentes:

Emerjo del lodo

 

En la orilla

El cuerpo de un verso desnudo

sobrevive

boca abajo

Cubierto por las alas de unos albatros

 

Los niños lanzan sus redes

Caen estrellas del mar

Y peces en tropel

desde el cielo

 

Asoma el brazo de un relámpago

Y un aullido inconsolable

 

Las calladas imágenes

Recitan un blues

En medio de la tormenta

 

El mundo

gira aturdido

en la danza de los hombres

sobre los bosques mutilados

y sin sombra

 

¡Oh, si yo supiera escuchar

Las veces que llegas en silencio

En el rumor de una voz

o a galope bronco

Abrazaría el temblor y la luz

De los seres

y de las cosas!

 

 

VIII

 

Peces insomnes

discuten  l  a  r  g  a  m  e  n  t  e

la frugalidad de la última cena

bajo el cielo voraz

de la civilización

 

Infantes brotan de la arena

gatean en busca del mar

evaden petreles gigantes

 

Con el torso desnudo

surcan los cielos

en sacos celestes

de pelícanos desesperados

 

Playeros solitarios divisan

Con el zum de sus móviles

Un cardumen de sirenas

 

Raudos

lanzan anzuelos

Caen bagres

anchovetas

Colas bamboleantes

de ninfas marinas

 

Mar adentro

Jimi y Catherina se enredan

lejos del estruendo

de la Tierra

 

Viajan en el lomo de una nave

Mitad delfín mitad submarino

 

Esquivan muros de enmalle

Mientras se besan

Inmensa y copiosamente

Hasta convertir sus labios

En salvavidas enormes

y pulposos

 

En el muelle

Un pescador ausculta

La agitación de un jurel

Su vano galope

Sus insólitos ojos fijos

Plagados de preguntas

 

En los arrecifes de coral

Tiburones grises rodean

a la dama de las profundidades

Exploran el cuerpo

luminiscente

impávido

Y se entregan ciegamente

Al origen y refugio

de su luz.

 

 

XV

 

El cielo es un trampolín de fuego

 

Ángeles clavadistas

seriales

furiosos

mellan el viento

Aturden la quietud del abismo

Se estrellan contra los ojos

de infantes boquiabiertos

Pierden las alas

en las escotillas de los búnkeres

 

Los refugiados

recogen despojos de naufragio

Renombran objetos

Sueldan osamentas

Montan escudos humanos

Mientras entonan conjuros

Para turbar a la lluvia

Y despistar kamikazes

 

Un aluvión de condenados

atraviesan los muros

Esconden las sombras

Saltan tapias y cercos

Surfean en tablas hechizas

Descuelgan estrellas fugaces

 

Los más pequeños

Desenroscan la luna

Que vuela de mano en mano

Artefacto de luz

sobre las rocas

 

La noche

es una franja de hoyos

que aguarda:

Un turbado astro

sin alas

arde en la orilla.

 

XVIII

 

Ronda el amor

atroz

bajo el puente

 

Besos sin escalas

Aturden la oscuridad

Y arrasan los soles que dormitan

En las entrañas de los árboles

 

Rueda

en tierra firme

una lengua

montada sobre el lomo de un astro

en medio de la niebla

 

Osos polares marchan

kilómetros y kilómetros

Tras la hembra que aguarda

Abrazada del hielo de mayo

 

Flota el cielo desnudo sobre las olas

Se zambulle

Atraviesa llanuras abisales

sujeto del dorso

de quimeras y celacantos

Barrita la matriarca

bajo la sombra de las acacias

Olfatea las tinieblas

Conjura a la manada

Sortea cazadores furtivos

en el refugio de la lluvia

 

Postrado, giras ¡oh, padre!

alrededor de unos ojos

bajo el peso de una luz

Antesala de fuego

que abrasa las palabras

y el balbuceo de las horas

 

Aterrizan astrágalos y falanges

sobre la mesa

Mientras dioses rechonchos

engullen extremidades

y saborean nalgas rozagantes

 

A las afueras

niños en cuclillas juegan con las sombras

 

Bajo       el      puente

atroz

sin vida

ronda     el        amor.

 

 

Juan José Soto Bacigalupo (Lima, Perú)

Ha publicado los poemarios Cárcel de mi ojo (1994), Morada Diosa (1997), Palabra sobre los abismos (2005), Airado verbo (2008), Lado B de las sombras (2022) y Cielo exhausto (2024). Figura en el libro colectivo de poesía Extensas legiones (2021). Gestor y coordinador de la primera edición de Madrid: Una Ciudad, Muchas Voces, ciclo de poesía hispanoamericana y española realizado el 2009 en Madrid. Gestor del Ciclón de Poesía, ciclo de recitales artísticos que congrega a poetas y artistas de diversas ciudades del Perú (desde el 2010 hasta la fecha).  Fue coorganizador del Festival de Poesía Fiesta del Diantre (del 2011 al 2015) en Chiclayo, Perú. Premio Prensa Cultur 2015 por Buenas Prácticas en Periodismo y formación de jóvenes comunicadores en la ciudad de Chiclayo, Perú.

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