59. Año 9: Maya Abu Al-Hayyat | Sufro de una fobia llamada esperanza

MAYA ABU AL-HAYYAT (1980), es una novelista, poeta y traductora palestina, nacida en Beirut y que vive en Jerusalén actualmente. Desde su primera publicación en 2004, Perlas de Azúcar (“Habat Min Alsukar”), ha publicado numerosas novelas y libros infantiles, así como cuatro colecciones de poesía. “You can be the last leaf”, es una antología de poemas seleccionados y traducidos al inglés por Fady Youdah, y publicados por Milkweed Editions (Minneapolis) en 2022. Sus poemas, han sido traducidos al Inglés, Francés, Alemán, Coreano y Sueco, además han aparecido en medios como Los Angeles Review of Books, Cordite Poetry Review, The Guardian y Literary Hub. Maya Abu Al-Hayyat ha dirigido el Palestine Writing Workshop desde el 2013, una institución que alienta la lectura a través de la escritura y proyectos narrativos con niños y maestros. Ha jugado un rol de liderazgo en el desarrollo de la literatura infantil, escritura y conducción de programas televisivos para niños como Ábrete Sésamo (“Iftah Ya Simsim”).

 

Trad. Luis Rodríguez Romero 

 

 

 

NO PUEDES

 

Ellos caerán al final,

los que dicen que no puedes.

Será la edad o el aburrimiento lo que los alcance,

o la falta de imaginación.

Tarde o temprano todas las hojas caen al suelo.

Tú puedes ser la última hoja.

Tú puedes convencer al universo

que no representas ninguna amenaza

a la vida del árbol.

 

 

NOSOTROS

 

Sí, nosotros

los que alzamos nuestras banderas en cada oportunidad,

mencionamos a Palestina veinte veces en cada oración,

temerosos a reír por demasiado tiempo,

con culpa sobre nuestras fugaces alegrías,

nosotros los perseguidos

por nuestras identidades,

nuestros lugares de nacimiento,

y especialmente los lugares donde seremos sepultados,

nosotros, un poco malvados,

heroicos y obstinados,

los primeros en morir y, si es necesario, los últimos,

nosotros los nacionalistas, sentimentales, llorosos,

siempre llorosos

sobre niños que no conocemos

que pasan a nuestro lado

enviando o no una sonrisa hacia nosotros,

sus muchas preguntas y hábitos exasperantes.

Nosotros quienes mostramos nuestra mano muy pronto,

nuestro llanto por adolescentes

que pacíficamente se paran frente a nuestras casas

haciendo gestos, jugando

el juego de ser hombres,

y nuestro llanto por las madres, todas ellas,

las felices con noticias de embarazo,

aquellas que envían cartas por la TV

y a estaciones de radio, oh madres

que envían sus ropas de invierno una talla más grande

a sus hijos encarcelados,

sí madres

que regurgitan sus penas y lemas

como las historias nos regurgitan,

año tras año,

nosotros lloramos y lloramos

hasta que ya no lloramos más

y dejamos de bromear.

Mostramos nuestra mano demasiado pronto,

nosotros sabemos quiénes somos.

 

SUFRO DE UNA FOBIA LLAMADA ESPERANZA

 

Cada vez que escucho esa palabra

recuerdo las decepciones

que se han cometido en su nombre:

los niños que no regresaron,

las dolencias que nunca fueron curadas,

el recuerdo que nunca envejece,

todos ellos tienen la esperanza aplastada

debajo de sus alas mientras que aplasto

este mosquito en la cabeza de mi hija.

 

*

Los afligidos solo tienen lo desconocido.

Es su único sustento y herencia.

El dolor no tiene lógica. Todas las cosas redimen

el dolor, excepto tus preguntas racionales.

 

*

Deseo que nadie se vaya

y que nadie venga.

Cada partida es un golpe de ficción

y cada regreso

un pulmón perforado.

 

UN CAMINO EN EL QUE PERDERSE

 

Como el resto de ustedes

pensé en escapar.

Pero tengo este miedo a volar,

esta fobia a los puentes congestionados

y accidentes de tránsito,

a aprender un nuevo idioma.

Mi plan es una escapatoria sencilla,

una salida práctica:

empacar mis hijos en una maleta

e irnos a un nuevo destino.

Las direcciones me confunden:

No hay un bosque en esta ciudad,

tampoco un desierto.

¿Sabes de algún camino en el que perderse

que no termine

en un asentamiento de colonos?

Pensé en hacerme amiga de los animales,

de los adorables, como sustitutos

para los juguetes electrónicos de mis niños,

pero realmente quiero un lugar donde perderme.

Mis hijos crecerán,

sus preguntas se multiplicarán,

y yo no digo mentiras,

pero los maestros distorsionan mis palabras.

No soy de guardar rencores,

pero mis vecinos son muy entrometidos.

Yo no reprendo,

pero los enemigos asesinan.

Mis hijos crecen,

y nadie ha pensado todavía

en transmitir las últimas noticias de la hora,

cerrar los canales religiosos,

sellar los techos y paredes de las escuelas,

poner fin a la tortura.

No me atrevo a hablar.

Todo lo que hablo sucede.

No quiero hablar.

Preferiría desaparecer.

 

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