80. Año 9: Christian Encarnación | Brecha

CHRISTIAN ENCARNACIÓN (Santo Domingo, 1997). Poeta y fotógrafo autodidacta. Estudia en la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Ha publicado sus poemas en las revistas Cuadernos del Hipogrifo (Italia), Revista El Humo (México), OUPOLI (Francia), Círculo de Poesía (México), La Libélula Vaga (Cuba), entre otras. Su obra ha sido parcialmente traducida al francés. Publicó Ausencia del vacío (Editora Nacional, Premio de Poesía Joven Zacarías Espinal 2021). Con Todas las madres nos condenan a muerte obtuvo el Premio Luna Insomne para Jóvenes Poetas 2024, organizado por la Fundación Cultural Lado B y Luna Insomne Editores.

 

 

 

 

BRECHA

 

Mi ojo mira a través de un ojo

un cuerpo en sublime labor de alfarería

las gotas se rompen al impactarlo

iniciando un descenso serpentino

por la carne resplandeciente

 

estoy arrodillado ante una imagen

un cinturón de aerolitos

cubren lo ansiado

la geografía que mis manos

inquietas buscan palpar

 

mi bramido se pierde en el canto de la lluvia

no cruza la puerta

tras la que se esconde

la fugaz simetría

mis ojos son un acorde sostenido

que ella guía con su movimiento

maldigo la espuma que insiste en ocultar

mientras en mi pecho suena

el ritmo telúrico de los atabales.

 

 

EL INFINITO DESBORDADO

 

La única huella que deja el amor es una cicatriz

una gran cicatriz que se extiende

de hombre a mujer

de ojo a ojo

de cabeza a genital

y si la abres

dentro de ella

se encuentran voces

recuerdos

texturas

y olores

que lo acaparan todo

sombras furiosas que se retuercen

cadáveres palpitantes

que pesan

y astros ennegrecidos

(muestras de oro fúnebre).

 

La única huella que deja el amor

es una cicatriz naciendo de tu madre

una gran cicatriz

por donde se desborda el infinito.

 

 

a.C.

 

Hace aproximadamente 1.500.000 años

el hombre descubrió el fuego

quién sabe cuánto tardó en dominarlo.

Imagino al Homo erectus

fascinado con la belleza letal de la ignición

y es lo mismo que pasa

cuando te observo.

 

No sabemos cuándo

el homínido aprendió a hablar

abandonó los gruñidos y se distanció

del lenguaje animal.

Cuánto habrá tardado en dominar las palabras

con balbuceos

y a lo mejor el mismo miedo

con el que aún escribo tu nombre.

 

 

 

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