ABIMAEL FLORES (Veracruz, México. 1996) es abogado, poeta y diseñador. Autor de los poemarios Diferentes rostros para un espejo (2018), Una pequeña muerte (2022) publicados por Alcorce Ediciones, y coautor de la antología Un latente hallazgo publicada en 2021 por Valparaíso Ediciones.
Tres poemas de El lamento, de Abimael Flores
(Colección de poesía panhispánica de Santa Rabia Poetry, 2023)
ODISEA
De extremo a extremo me dedico a recorrer la Tierra.
He de olvidar la casa de mi padre por un tiempo.
Busco un nuevo mundo para sellar nuestro pacto.
Los viajeros gritan ¡He aquí nuevos acontecimientos!
Me embarco en la aventura, en la incertidumbre
de las ondulaciones de tu cabello, tierra que hila mi alma.
He sido el náufrago, el hambriento y el desnudo,
la bestia en la jungla, el sabio en medio del conflicto.
Tu voz en mis oídos, como el canto de las dulces sirenas
entre las frías y temibles noches de altamar, me eleva hacia
el paraíso que todavía no existe entre nosotros.
Trotamundos, no sucumbas ante el mal ni desfallezcas
en el bóreas helado, ni te dejes llevar por la aparente
bondad del Sol de Egipto. Errante caballero,
que has sabido dominar la furia de Poseidón
y que en sus temibles aguas has encontrado
los versos secretos de un poema sacro.
Oh, yo que he sido el poeta y tú mi verso inacabado
que despiertas la sed que los rayos del cielo
no pueden apagar. Eres marea alta, luz y fuego de la vida.
Mi musa perfecta, grito tu nombre en la soledad
de los mares, en el tumulto de las nuevas ciudades,
en medio de los sueños turbados por los fantasmas
de hesperia, suelta mi lengua, versos que hablan de ti
y del mundo que todavía no he podido
encontrar para nosotros. Aguarda mi llegada.
Estoy más cerca de lo que crees firmando con la sangre
de mis dedos y mis pies el pacto de nuestro reencuentro
y la visión de nuestro nuevo mundo.
Recuerda: yo por ti soy el nómada guerrero,
el poema homérico, aquella sombra que abraza tu piel.
Yo, el que te añora. Tú, mi Ítaca.
Amarte es mi odisea.
ORACIÓN DEL MARINERO
Marinero que surcas los tugurios,
¿hasta cuándo te seguirás ahogando con desenfreno?
Caminando tambaleante por los senderos de neón
encuentras gracia en los brazos de alguna joven.
Amores pasajeros con sabor a humo y coñac
¿pueden hacer olvidar las penas a un humilde marinero
que ha encallado en puerto desconocido? Ojos exánimes,
gimoteos estáticos, placeres nocturnos
que el mismo diablo ha olvidado,
anestésicos para los moribundos de Aserá.
Abrumado entre la saliva y el whisky, el labial
y las tristezas se mezclan en la noche del demonio.
Su baile magistral regala vida. El marinero se deja
hipnotizar por las mentiras de aquellos muslos.
Ella lleva en su vientre el cabaret,
en su sangre, el fuego que apacigua los fracasos,
y en su lengua, las almas de otros marineros.
Canta, ondas sonoras, dulzonas que vuelcan
al mundo con exóticos colores magentas.
“Olvida tus problemas, Marinero, bebe
de este manantial, navega con tus yemas nuestra piel”
¿Hechizo del mar? No. Tal vez, hechizo de mi soledad.
Oh pecaminosa nereida con tu melodía mortal
susúrrame al oído los versos calmantes de los solitarios.
MÁRTIR
Me duele tu ausencia,
madero en el que me dejaste clavado,
y aun así te busco en la zarza donde ya no ardes.
Me alcanzaron tus plagas desnudo y pusilánime.
Te oigo, pero ya no te veo. Ahora solo eres
el murmullo que trae el viento, el recuerdo
de un vino cananeo, un fantasma en Getsemaní.
Ya no eres más carne de mi carne ni sangre de mi sangre.
Salgo de mi barca y agarro tu mano en la tormenta.
En medio del mar me sueltas.
Me aferro al pasado. Me hundo y me dueles
en el tumulto de la hora pico, en el sueño inconciliable.
Mientras voy cantando con Esteban,
una lluvia de rocas adorna mi piel. Te busco inútilmente.
¿Acaso es una prueba? Bordeo Damasco, y no estás.
Ingenuamente sigo creyendo en ti. Lavo mis heridas,
y al amanecer te ofrezco mis primeros sollozos.
Fiel, aquí, aguardo tu regreso.
Mi dogma, tu figura. Tu desdén, mi flaqueada fe.
Menguo para que renazca tu amor y una razón nueva,
pero solo se agiganta la visión amarga de tu adiós.
Apaciento en tus lirios. Mi corazón tiene sed de ti,
como devoto afanado ciegamente por su dios.
Mi cuerpo gime por ti como el ciego de Betesda
gemía por un milagro. Sin señales y sin prodigios,
con incauta ilusión, atravieso de rodillas
el desierto de tu indiferencia. Peregrino sin esperanzas
en busca de un destello de tu amor.
Crucifijo de cristal, rosario hecho de arena,
en tu altar desbordo mis sollozos, y te busco en el cielo,
llamándote con una plegaria que anhela
desgarrar el aplastante velo de la distancia.