Carla Pinaud. (Chile, 1993) Artista chilena versátil, autora y poeta. Su formación autodidacta refleja su pasión por la expresión creativa.
PERSEIDAS
Olvidé los pasajes en algún bolsillo
debería haberlos cambiado de todas formas perdía
aprendí a usar el serrucho dejé sangre entre los dientes
con ayuda del martillo construí una dimensión
aún no sabía de electricidad me llevé las estrellas
las amarré con lana y colgué de las vigas
En esta dimensión viven Las Perseidas
está la Casa Blanca vista frontal al mar vista trasera al bosque
y lo repito mientras pongo los clavos
y pienso que con los años se soltarán y crujirá la madera
tal vez no hay espacio aquí para el tiempo
o quizás es el deber de la madera cantar su crujir
acá está todo lo bello que no pasa
andan libres los dedos queriendo amarilla la tierra
aire salado
y el cielo
La misma bodega de todo el silencio
Cerraré bien
pondré un candado de flores silvestres cerca de la ventana donde pones el pan
donde te sientas y fumas donde te escucho leer con los ojos cerrados
divinidad absoluta haciéndose amor en La Palabra
cerraré bien
que nada salga ni entre antes
que vuelva
ya están negros los vestidos en el vientre de la maleta roja
Será
la llave será raíz del segundo canelo
extendiéndose para alcanzarte
EL CAÍDO
Entonces, se borda el vacío sobre el caído, que busca entre sus pilchas cualquier rastrojo de eternidad, el fondo espeso de miseria arcillosa, que sirva aunque sea, pa sembrar la papa vieja con que rellena el hueco eriazo del ojo que perdió.
Sintoniza el muñón, que funcionó como mano, en dirección al oído, un murmullo incomprensible, un quejido de quebrada, una canción de cáscara reseca, un puñado de nubes graneadas en el cielo que soñó cuando era niño, cuando la vista anaranjada se acaloraba rebosante de tarde y de sol.
Se sacudió el tiempo y bailó. Bailó tanto que sus pobres pies de pobre funcionaron como arados, bailó tanto que la tierra se volteó, tanto, que hizo llover y la lengua que le habían cosido dejó escapar una risa que regó todo el suelo de puntos apartes del color de la sal.
Y rió y bailó, hasta los pájaros llegaron a anidar en su pelo y cantaron con él canciones quebradas, canciones de naranja, canciones sobre un niño que saltaba sobre piedras jugando a no caer.
FANTASMA
Soy hoja amarilla de libro antiguo, resquebrajado.
Custodio de una historia que supo ser la mía.
Esta casa que habito, de paredes caobas, de piso encerado, vio gatear a los niños,
por ellos corrieron las polcas escondidas bajo los muebles,
por ellos lloraba la madera cuando el hambre se posaba sobre sus cuerpos. Esos niños.
Voy cruzando la habitación, recorro paso a paso cada centímetro.
El tiempo ha regado su furia, engrosados azulejos, ventanas manchadas y este cabello blanco vencido sobre la estructura erosionada.
Caída lenta.
Hoy es el día de mi aparición, vuelve el reflejo
a encontrarse conmigo en el espejo del baño. Voy a ponerme un vestido,
voy a intentarlo, gotean minutos queriendo estrujar la tela.
Naranjas, flores de naranjas, labios rojos, perfume, secas magnolias.
Todo es más duro últimamente.
La puerta me abre, salgo. Están los niños con disfraz de señor, se han pintado bigotes.
Me sientan frente al pastel. Pueden verme y no se acostumbran.
Soy el fantasma de esta casa, amarilla, caoba, distante.
Soy el centro, el vacío.
La fiesta merodeando entre extraños.
De tanto en tanto la luz de un flash explota en las córneas.
Tengo dos palillos en las manos, no puedo comer, se deslizan, como esta escena maqueteada.
Quiero salir de aquí, correr, ver el día.
Aprisiónenme.
Oxídenme.
De pronto han sido muchas horas, que el trabajo, los niños, otros niños, la lluvia, otra vez las sombras, se van las voces.
Diluida.
Guardo el aliento.
Apago la vela.