KAIRA VANESSA GÁMEZ – ATAVISMO Elí Urbinamayo 9, 2020mayo 9, 2020Poesía panhispánica, Revista Navegación de entradas PreviousNext Santa Rabia Magazine presenta una selección de poemas de la poeta venezolana Kaira Vanessa Gámez (Caracas, 1990). Licenciada en Psicología de la Universidad Católica Andrés Bello. Magíster en Filosofía y Ciencias Humanas de la Universidad Central de Venezuela y actual Doctoranda en Filosofía, mención Estética y Teoría del Arte en la Universidad de Chile. Ha sido profesora universitaria en el campo de la Historia de la psicología. Sus primeros poemas aparecieron en la Antología ‘Exilios y otros desarraigos’, preparada por la Revista Letralia en ocasión de sus 22 años. En esta selección adelanta tres poemas inéditos de su primer poemario, titulado “Otro silencio”. El tercer poema presentado forma parte de una plaquette muy personal en la que se encuentra trabajando; y con el último, titulado “Arrecife”, resultó finalista en el IV Concurso Nacional de Poesía Joven Rafael Cadenas. Actualmente trabaja como psicoanalista y es fundadora y directora de la página @analisis.psi. Hoy La voz del alba pronuncia siempre mi nombre de ayer. Bisabuela ¿Fue tu hermana, Ezequiel? ¿Fue tu hermana quien dejó lo oscuro en mi garganta? ¿Es de ella este velo hondo hacia ninguna parte, la penosa voz de naufragio bajo la cama? ¿Fue en la borradura de su nombre donde comenzó mi libro? ¿De qué es madre un lugar vacío en la memoria? Escribo con las manos de la abuela un suspiro remoto que llora, una región que, como yo, no se pertenece. María del Carmen. Fuga inconfesable en mi persona. Tal vez ella también ignorara mi nombre. Atavismo El poema no me interroga, soy distinta a su encierro: amarilla, una, nueva, dentro. Su rostro me sucede. Lejos muy en su celosa sombra soy yo quien le concierno. Aún A Λ. Γ. Desnudo y umbrío te erigías para mí entre filologías desiertas. Enrumbada a mi fin manaba de tus manos a la noche; sedienta enemiga, aún devora mi rostro desbrozado en tus pupilas. Arrecife I Profundo y descampado persiste el aposento de trasparente memoria. Bajo el apagado espejo del océano su vieja sinfonía blanca embarga mis manos foráneas. Nuevamente soy en aguas lustrales, me sé intrusa, inherente y ajena a la improbable sala sinuosa, al único templo que guarda del eco su orfandad interminable. Se han ido los resquicios. Sólo el acopio infinito de los astros queda en esta alcoba intemporal de navíos curiosos donde, a nado detenido, se demoran dos amantes para mirarse como nadie puede mirarse en el reino de los seres. II Peregrinos de tierra dulce en la cumbre de lo lejano a la que van para perder los signos de las cosas que saben como el griego que son tumbas, a solas han desgastado los siglos acechando la mar tranquila, dislocados como péndulos, a columpio entre desborde y cautiverio, idos tras la sima del aguaje buscando, al descobijo del cuerpo, otra boca que abra su remanso. Celaje desairado, suelo mudo. Absortos, voraces, feroces, desalojan el risco devastado por sus huellas de ángeles inermes. El asilo de una gruta silente se cierne sobre las cosas. Del otro lado de lo cierto huye el grito del mar y estos piratas acuchillando la intemperie que los hace. III Azules como el inicio sus sombras recelosas vuelan entre ellos cruzando solapas de bruma, salen de sí para adentrarse en el otro a distender su distancia. Vacíos e inmensos, no hay manera de enunciar su alianza ni en sus ojos este pozo inhabitado donde parte el que mira y teje la trama interminable de lo ajeno. Eran prisa y ahora fiebre, gotas, relicario, fin de lo que nadie ha sido, río, manos y cristal innumerable, El desmayo donde viajan Uno-por-el-otro anudando liturgias de aura ultramarina para comulgar sin tiempo, para revocar la secreta frontera y urdir esta balada de inútil nombre bajo el polvo de nuestras ruinas. Vaciaron las horas para emular el centro. IV Figuras de sal y muerte. Nadie les dirá que son el sueño de mis horas de plata. Déjenlos errar pueden equivocarse gozosamente / confundir las imágenes del deseo espejado,[1] cabalgar en la tesitura hadal y menguar lanzando la lengua enmohecida de sus labios. Son libres de cesar, de prolongarse en el fuego marino y nadar hasta la última grieta. ¿Y qué si desenlazan las sombras, si abrasan el delirio? Que su agua los reúna, que llenen los manglares de dioses, que olviden el hábito gris de hacerse alguien y caigan hasta alojarse en palabras sin nombre capaces de encender el lazo inmarcesible. V Cumplido el rito a la zaga de la pretensión quedan sus cuerpos suspendidos, como el tiempo, empapados de silencio, pero mi voz que sin ser mía los inquiere, descuida el rumor apagado de su danza, a tientas la escucho se abre paso desnudándolos yo sé que me presagia en la última guarida que la noche hendió para mi nombre en estas manos embargadas. [1] Juan Liscano, Pareja sin historia. Facebook Twitter