
Para contemplarte navegar hasta mí
I
Caminando contemplo del día baladí, su muerte,
rojo tan vehemente, como el averno de Dante.
Zascandilear, sin absolutamente nada que perder,
incluso hesitar, sobre si realmente ser o no ser.
Y me pierdo entre las pinceladas, del realismo de Courbet,
o anhelo ser marinero, de un Sturm und Drang de Vernet.
Porque desgraciadamente, sufro la imbatible enfermedad de los malditos,
que me mantiene preso, entre llantos, cantos, delirios y gritos.
Y con la certeza, de no saber cómo domar el ímpetu de mi vivir,
dime, ¿si todos montamos el caballo bayo de la Muerte, por cuál sendero cabalgar?
¿Qué la vida se trata de un duelo de suerte, será inconsciente sospechar?
¿O las Moiras tejen el hilo hasta de la manera en la que hemos de sucumbir?
Cualquiera que sea la arcana verdad, que me haya aquí y ahora;
oda a la gloriosa potestad, por la que mi alma renacida se enamora.
II
Porque Helena de Esparta te concedió de oro su corazón, que jamás nadie evitar contemplar podría,
colmo de la divina creación, el ser tu voz de ruiseñor maravillosa melodía.
Y pletórica por la diosa Palas, de pura y necesaria sabiduría,
que decoras entre elegantes galas, y pintorescas flores en el Febo de mediodía.
Oh, diosa aún más alta que los estriados pilares, del Olimpo divino,
reina de los mares, que pintas el alba con tu cabello ambarino.
E hija de la plateada Luna, que te bañó en sus aguas de luz, mansa y pura,
tus luceros infinitos, inauguran una ilusión entre mi profunda amargura;
cautivando mi ser, en un instante que es eterno,
es por una causa celestial anhelar bajar al infierno.
Como si un comienzo, fuera una despedida, como si la muerte fuera vida.
Como si la esperanza, jamás se hubiese dado por perdida.
Porque me cazaste con tu saeta certera, como a un inocente ciervo bebiendo en una ribera,
y ahora es el viento tu insólita plenitud, pero enajenó la espera de mi inquietud.
III
Dime, ¿por dónde estuviste vagando todo este tiempo sueño del alma?
Porque desde Roma, hasta por donde se lamentó Van Zandt, viajé buscándote por todos estos años;
y antes de mirarte, te conocí, en los más maravillosos de mis sueños.
Oh, a ti, solo a ti, anhelado Sol que a mi barca entre tormentas traes la calma.
Eres brisa del persa, que trae al aedo esperada iluminación,
eres aurora, que de las profundas tinieblas salva mi corazón.
Porque como si de mi jaula hubieses abierto la puerta, como si estuviese perdido en una isla desierta,
yo solo absolutamente nací, para contemplarte navegar hasta mí.
Y tal vez soy yo mismo, quien me coloco al cuello la horca,
pero no quiero perecer mudo, como lo tuvo que hacer Lorca.
Solo anhelo que arrastre hasta tus pies, la negra marea;
para que nuestro ciego amor, por fin pueda mirar,
del fresco y amplio Mar Caribe, la divina y preciada tea,
que encienda la blanca luz; de tu noble alma al amar.
IV
Y ahora ya lejos, en algún fausto lugar has de encontrarte,
mientras yo solo anhelo, una vez más admirarte.
Porque, aunque deseara con todo mi ser
tener el valor, de jamás volverte a pensar,
solo espero que caiga la noche, para no ver,
y así quizá, tener la suerte de poderte soñar.
Porque fuiste caricia del viento, de una sola y eterna vida,
cual una hermosa y extraña sinfonía, que no se olvida,
pero que se va desvaneciendo, como una silueta en la lejanía de la memoria,
cual una herida, fatalmente caída ciconia.
Porque si pudiera suplicarle un único deseo a la mar; que es mi funesto destino,
sería que antes de hacia la vida claudicar, te colocará una vez más en mi camino.
Para así, poder contemplar por última vez, esa ardiente mirada; rompe alborada,
y que en ese mismo instante, feneciere anonadado, porque tus ojos me dejasen el corazón, petrificado.
V
Y la eternidad, en un pozo no me importaría,
ni tampoco vagar por el mundo sin los ojos,
abriendo por mil años, herrumbrados cerrojos
que de alguna manera mi muerte dignificaría.
Si tan solo no fuera agua de las fuentes,
que intenta rescatar la luz de los ponientes.
Si tan solo no llevara el alma enamorada,
no me importaría la vida, la muerte, ni la nada.
Porque (si me lo permites), lucharía en la obscuridad infinita del Hades, por encontrarte
como lo haría en ese, este, y en cualquier otro mundo,
nadando hasta el océano más profundo,
para demostrar por prueba divina, lo que para mí es el amarte.
Aunque tuviese que arrastrar mi cuerpo por toda la Tierra, hasta dar con el último aliento,
y que sobre un litoral abandonado, no quede nada más, ¡qué mi juramento!
Excelentes poemas, como todos sus escritos.