MANUEL CARLOS SÁENZ – LA TIERRA PROMETIDA


Santa Rabia Magazine presenta cinco poemas del autor español Manuel Carlos Sáenz Carazo (Torredonjimeno – Jaén – España, 1956), Licenciado en Derecho por la Universidad de Granada, ejerce su profesión como Letrado de la Administración de Justicia en el Juzgado de Menores de Jaén. Aunque se declara poeta a tiempo parcial, ha recibido diversos reconocimientos y premios, publicado en revistas poéticas y en libros colectivos, y participado en recitales. Los poemas aquí recogidos corresponden al libro La Magia del Baobab, premiado y publicado en 2008 por la Diputación de Jaén.
 
 
 
GEOGRAFÍA
 
Busco un dulzor en ti
de besos encendidos,
un espejo olvidado
donde encontrar, a veces, la salida.
Vuelvo sobre mis pasos
al final de septiembre
cuando el fruto es maduro
y los días se acortan,
sobre mis pasos vuelvo,
rozo tu piel que aguarda.
A tu lado
oigo crecer los pinos.
 
 
MICROCOSMOS
 
Igual que un agujero sin salida,
lo mismo que un relámpago,
el mundo te provoca y quiere derribarte
con su voz amasada por los siglos
de dinosaurio viejo.
Pero hoy vuelve otra vez a ti la primavera
y el mundo te conmueve,
con él haces la paz,
te reconcilias
y te quedas mirando al niño en el columpio,
feliz de estar aquí,
mirando simplemente
junto a los automóviles, las prisas, la ignorancia…
Ajeno a las catástrofes que anuncian los periódicos,
al ruido, a tu memoria.
 
 
GENERACIÓN BEAT
 
Decir qué noche oscura rodea nuestros cuerpos
es decir deseo, amor, tristeza.
Amanecer desnudo como Juan de Yepes,
su Llama de Amor Viva,
el alma desasida y el corazón herido.
O como Dante bajando a los infiernos
donde sólo habitan los muertos
pero hay otros caminos por recorrer,
el de Jack Kerouac, por ejemplo,
hacia Denver
los viejos pantalones gastados por la luna
y enfrente un horizonte
de praderas sin límite.
 
 
LA TIERRA PROMETIDA
 
Porque ahora llueve y tú abres la puerta
bajo esta inmensidad que se oculta
en el filo grisáceo de la noche
y vienen a poblarte los recuerdos:
la luz de los andenes,
su turbia luz eléctrica brillando en las farolas,
la silueta gastada de unos rostros
en busca de otra tierra prometida,
sus pasos apagados contra el alba,
los trenes que se marchan y no vuelven.
 
Llueve sobre tu piel, estás cansado,
cierras los ojos y esperas que amanezca
y recorrer los campos vacíos que te llaman
como una pesadilla de fiebre presentida.
El viento en los postigos pintados de amarillo,
las calles ya desiertas en que guardó el invierno
un cielo de sonrisas dibujadas
y plazas porticadas donde jugaban niños
que nunca presintieron su destino,
aquel tren hacia el Norte
perdido en la memoria.
 
Ahora te despiertas
tras las negras sirenas de las fábricas,
buscando los anuncios de neón
a ritmo de hip hop por tu cabeza
y la lluvia persigue con su voz melancólica
la triste soledad de la gente que llega derrotada
después de un largo día de trabajo y rutina
en estos nuevos ghettos de Varsovia.
 
Mientras,
las horas pasan lentas junto a otras estaciones,
la memoria se olvida guardada en las maletas
y los trenes se marchan roncos por los raíles
llevando en sus vagones los sueños renacidos en otras viejas plazas,
una esperanza nueva para aquellos que parten.
 
 
CIELO DE NAVIDAD
 
Cielo de mazapán,
cielo de nata,
hermoso cielo blanco con tu barba prestada
como un Papá Noel que otra vez nos visita,
repartiendo regalos,
deseándonos paz.
Cielo azul de neón vestido de Jack Daniel’s,
en la noche más larga surge un escalofrío
de cubitos de hielo.
No me mires así, con mirada de loco
que no quiere aceptar su papel en la vida,
porque yo sí te quiero, blando entre golosinas
en la carpa más grande que nunca se haya visto.
Domador de leones,
con la mujer pantera,
riendo a carcajadas las bromas del payaso.
 
Cielo de tetrabrik, cielo sin techo,
con la piel de cartón como un falso caviar
ofrecido en la cena.
Te rodean chabolas de madera y de lata,
en tus suelos de escombros las favelas se agrupan.
 
Cielo tonto y triste, último de la fila,
llegando siempre tarde cuando hay que repartir
el pastel de la fiesta.
No te he visto llorar por los niños hambrientos
de Darfur
que hoy les toca morir como todos los días,
anónimos, en fila, sin nubes de algodón,
sin confetis,
sin risas.
 
Cielo rojo de Kabul oculto entre los burkas.
Largas lenguas de fuego sobre los zigurats de Babilonia.
Cielos gemelos de Nueva York,
cielo mestizo de Brooklyn,
por tu puente de humo se arrojan los suicidas.
Cielo anoréxico de las pasarelas,
cielo de los cowboys y de las películas.
Cielos negros de Tombuctú iluminándose,
cielos grises de Dakar guiando a los cayucos,
cielo implorante de los desiertos:
Takatmaclán, Sonora, Atacama, Gobi.
 
Cielo pobre y bendito de Calcuta,
cielo del hongo atómico:
Hiroshima, Nagasaki,
un vacío sin fin aún sobrevive sobre vuestras cabezas.
Cielo verde de arroz,
cielo ocre de barro,
cielo de barbitúricos y de ambulancias,
cielo seco de los abismos y las estepas,
cielo de los derviches y girovantes,
cielo hippy de Katmandú,
cielo eterno de Athos,
cielo de la Torá
cielo celeste,
cielo uno y múltiple soñado por los locos.
 
Pareces un enfermo consumido por un virus extraño
muerto antes de nacer,
al que nada le importa lo que ocurra en el mundo.
Vuelves en Navidad como todos los años,
viejo galán de época, a brindar por nosotros
con tu nuevo disfraz de una estrella de Hollywood
y bombas de racimo adornando tu barba.