YUAN FUEI LIAO es dominicano, nacido en Taiwán. Poeta y narrador, ha publicado varios libros con editoriales como Alfaguara, Santillana y Ediciones SM. En el Proyecto Leer, de la Universidad Iberoamericana, es autor de los libros decodificables y del manual para la creación de cuentos con textos decodificables, que buscan mejorar las habilidades lectoras de 200,000 estudiantes de 400 escuelas públicas. Forma parte del equipo de IBBY República Dominicana, organismo mundial para la difusión de la literatura infantil y juvenil. En 2022, fue galardonado con el Premio Anual de Literatura Infantil y Juvenil Aurora Tavárez Belliard, que otorga el Ministerio de Cultura de la República Dominicana.
Autocirco «A sí mismo»
Extraña y absurda, esa gala circense: cada artista se plegaba a sí mismo. Desde la taquillera hasta el público, nadie se salvaba de dicha extravagancia, a excepción de la contorsionista, hastiada de plegarse sobre sí.
A la única persona que la taquillera cobraba el ingreso era a ella misma: se pagaba y se daba el boleto para verse.
El portero negaba todo acceso a la entrada de la carpa, pero se abría a sí mismo e ingresaba dentro de su propio cuerpo.
El presentador jamás decía: «¡Con ustedes, el Circo del Coyote!». Se autopresentaba: «¡Conmigo, yo!».
La domadora, rugiendo, se azotaba con el látigo para amansarse y obedecerse a sí misma.
El trapecista se lanzaba de un trapecio a otro para tomar sus propias manos con las mismas manos.
El mínimo tragador de espada no engullía ningún arma blanca, sino que abría la pequeña boca y se tragaba a sí mismo.
En lugar de tirar bolas, mazos, bastones o aros, la malabarista se arrojaba a sí misma con sus manos, una y otra vez, para quedarse permanentemente en el aire.
El hombre bala no se introducía en un cañón para ser disparado, sino que se metía en su propio interior para autodispararse.
La comedia del payaso era muy peculiar: hacer sus travesuras, a la vez que lograr que él mismo se desencajara de la risa.
La equilibrista nunca usaba una cuerda floja: se paraba sobre sí misma y caminaba a través de su propio cuerpo.
El mago rechazaba todo intento de mutilar a su asistente, más bien se autocortaba en dos y luego desaparecía a sí mismo.
El atrapador de balas se apuntaba a sí mismo con la pistola y disparaba hacia su boca para atrapar la bala con sus propios dientes.
Solo la contorsionista no se plegaba sobre ella misma: tenía la impostergable misión de doblar a todos los demás.
¿Y el público? Se plagaba y se plagiaba a sí mismo. El público no veía a los artistas, sino al público. Y se aplaudía y se aplaudía y se aplaudía en el otro circo, el de afuera.
A mal tiempo… buena locura
«Dicen que “de poetas y de locos todos tenemos un poco”. ¿Poco? ¿De qué material estamos hechos si no es de poesía y locura?».
Ante el aumento desmesurado del crimen, la alcaldía decidió colocar cámaras de vigilancia en todas las esquinas de la ciudad.
Juana la Loca, que raras veces salía de su casa, empezó a callejear con más frecuencia. En las esquinas sonreía siempre porque sabía que estaba siendo grabada y observada.
Bochorno el Payaso se pintó una peluca y se unió a Juana la Loca: salía adrede a las esquinas y sonreía todo el tiempo. «Es para la grabación», decía al vigilante que lo miraba con desconfianza.
Elena la Vieja se levantó más temprano que nunca para «ponerse candorosa» con el fin de sonreír ante las cámaras.
El juglar Re-Freco, asegurando su auditorio, se instaló en algún cruce de avenidas para improvisar su repertorio.
Luego siguieron Justiniano el Anciano, Cucharón el Arlequín, la rapera Exequátur, Tristán el Sacristán, Jaiba la Niña Urbana, Exabrupto el Sin Oficio y un sincordura más. Y se les agregaron una energúmena sin nombre y un desquiciado anónimo, y también la bufona del mercado y otra destornillada. Y hasta a los serios se les pegó la sonrisa (¿locura?) en las esquinas.
A los tres meses, considerando que ya no eran necesarias, la alcaldía retiró las cámaras de vigilancia.