120. Año 10: RANDI SÁNCHEZ | El centinela [Cuento]

Soy Randi Sánchez, un concept artist ecuatoriano y escritor de narrativas de horror. Mi carrera como escritor es cortísima, pero he logrado ser aceptado en múltiples convocatorias realizadas por Editorial Rubine(Sellos Luna roja y Nebula) y Letras Negras (Sellos Alas de cuervo y Akera).

 

 

EL CENTINELA

Algunos aseguran haberlo visto en la esquina de Melrose Street con Irving Avenue, en Nueva York. Otros dicen que apareció entre Rue Sainte-Catherine y Rue Guy, en Montreal. También hay quienes claman haberlo encontrado en la intersección de la Avenida Naciones Unidas con la Avenida Río Amazonas, en Quito. Pero lo cierto es que no hay un lugar fijo donde encontrarlo. Tampoco hay hora ni minuto exacto para su aparición. Nadie tiene la más mínima pista de su origen. Nadie sabe de dónde viene ni hacia dónde va. Jamás ha habido testigos de su llegada, ni de su partida.

En algunos foros de internet circulan publicaciones que aseguran haber captado su presencia. Fotografías que claman ser reales, compartidas por quienes insisten en su autenticidad y repiten, sin cuestionarlo, lo que otros han dicho antes. Algunos incluso se atreven a inventar relatos torpes y exagerados para avivar la imaginación de los internautas. Pero todos ellos ignoran una verdad fundamental: es imposible fotografiarlo. Aquellos que realmente lo han presenciado lo saben bien: ningún lente es capaz de capturarlo. En la década de los setenta, en Tokio, se intentó sin éxito, y se atribuyó el fracaso a una neblina sobrenatural y a las limitaciones de la tecnología de la época. En los noventa, en Oslo, con cámaras más avanzadas, se renovaron los esfuerzos, pero el resultado fue el mismo. Incluso ahora, en pleno 2025, la hazaña sigue siendo inalcanzable. Quienes lo han intentado con sus sofisticadas cámaras digitales o los últimos modelos de celulares se enfrentan siempre al mismo misterio: al revisar la galería, no encuentran más que recuadros teñidos del negro más puro.

      Como se mencionó antes, una de las señales más claras de su cercanía es la aparición de una densa neblina de tonos violáceos que se extiende por kilómetros. Esta niebla trae consigo un olor metálico, penetrante, muy similar al del hierro. Su presencia no es efímera; puede durar horas, días e incluso semanas. Durante ese tiempo, el sol parece rendirse ante su influjo, incapaz de atravesar la bruma, dejando las calles en un estado de penumbra perpetua. Una débil pero constante llovizna acompaña siempre esta extraña manifestación, bañando el entorno con un aire pesado y casi irreal. A veces, no es necesario ningún indicio adicional para saber que está cerca. Basta con observar a tu alrededor y sentirlo. Su presencia genera una perturbadora sensación que te rodea y te ahoga, como si en el momento en que clavas tu mirada en él, él también te estuviera mirando. Es un juego silencioso, donde la curiosidad puede volverse tu perdición. Te observa, esperando que tus pasos te conduzcan hacia él, como una mosca que se acerca irremediablemente a la miel. Los únicos registros visuales conocidos no son fotografías, sino bosquejos e ilustraciones realizadas por artistas errantes que, guiados por su insaciable hambre de plasmar la realidad, grabaron sobre el papel lo que sus retinas presenciaron. Estas representaciones son tan inquietantes como crípticas, cada una revelando un poco más, ilustrando elementos recurrentes que las conectan, como piezas de un rompecabezas que nadie ha logrado completar, o que nadie se atreve a hacerlo.

Se desconoce si alguien ha logrado acercarse lo suficiente a él y, de haberlo hecho, si logró regresar para contarlo. Lo más probable es que quienes se aventuraron demasiado cerca ya no se encuentren entre nosotros. La mayoría de los avistamientos ocurren desde la distancia, pues su presencia es tan imponente que instintivamente aleja a quienes lo perciben. Sin embargo, aquellos valientes o imprudentes que permanecen lo suficiente han notado un extraño fenómeno: si el rugido incesante de la ciudad se apaga por un instante, es posible escuchar sombríos quejidos que el viento parece arrastrar al pasar a su lado. Estos sonidos son más que simples murmullos. A veces, se articulan con una cadencia inquietante, como si recitaran un poema helado y distante, ajeno por completo a nuestra realidad.

Su altura permanece un misterio, siempre oculta por la densa neblina que lo rodea. Y con cada nuevo intento por desentrañar sus secretos, más enigmas se presentan. Su presencia parece desafiar las leyes de lo conocido, consolidándose como un secreto inexpugnable. No importa que tan arriba se pretenda observar, siempre llega el punto en el que su parte más alta queda oculta y se funde con la niebla. Algunos testimonios afirman que sus interminables paredes están hechas de cemento puro; otros, que están formadas por enormes bloques de roca. Sin embargo, la versión más repetida —y, por ende, la más aceptada— sostiene que la estructura está construida con hormigón. Un par de ilustraciones vagas y difusas muestran una puerta de vidrio teñida de negro, lo que hace imposible espiar el interior del misterioso edificio, aumentando aún más el enigma sobre su propósito. No existe registro de ninguna placa que indique su nombre, numeración o cualquier otro detalle identificable. Algunos aseguran haber visto pequeñas ventanas rectangulares formando una interminable hilera vertical en sus muros, una idea que parece plausible, pero que no es más que otra falsedad alimentada por los mitos que circulan en las calles, foros y redes sociales. En realidad, el imponente rascacielos destaca por su absoluta uniformidad: no tiene ni una sola ventana. Ninguna luz escapa de su interior, y ninguna fuente de iluminación externa parece tener efecto alguno en su superficie.

Su fachada imponente y sus formas angulares bien podrían haber sido concebidas por mentes tales como las de Le Corbusier, Denys Lasdun o Agustín Hernández. Sin embargo, los tres rechazaron en repetidas entrevistas cualquier relación con aquel coloso arquitectónico. Además, existe un artículo publicado en el periódico Folha da Manhã en 1933, en el que se relata un extraño acontecimiento en el centro de São Paulo. Según el texto, una densa neblina cubrió la ciudad durante tres días, inmovilizando el ajetreo habitual de la creciente urbe. Fue al final de la segunda noche cuando los pobladores notaron la aparición de un edificio misterioso, una estructura que nadie había visto antes y que desapareció tan pronto como la neblina abandonó la ciudad. Este relato, conocido por muy pocos, ha dado lugar a una serie de teorías. Entre ellas, la más desconcertante sugiere que esta edificación no solo tiene la capacidad de trasladarse a través del espacio, sino también de atravesar el telar del tiempo. Como si existiera en una dimensión paralela que se entrelaza ocasionalmente con la nuestra, dejando tras de sí más preguntas que respuestas.

Si alguna vez tu ciudad se ve envuelta en la presencia de la ya mencionada neblina violácea, puedes estar seguro de que el gigante gris está cerca. Silencioso, imponente, y distante, es un espectador inmóvil que observa la vida monótona y repetitiva de sus habitantes. Ellos, tan absortos en sus propias rutinas, rara vez levantan la mirada para notar lo que ocurre sobre sus cabezas. Son muy pocos los que, al mirar hacia el cielo, logran darse cuenta de que él está ahí, observándolos. Vigilante, como si buscara algo o simplemente aguardara el momento adecuado para abrir sus puertas. Y mientras tanto, la ciudad sigue su rumbo, inconsciente de la enigmática presencia que se cierne sobre ella.

 

 

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