ELIDIO LA TORRE LAGARES es autor de los poemarios Vicios de construcción, Ensayo del vuelo (Premio Julia de Burgos de Poesía), y Wonderful Wasteland and other natural disasters (Premio Juan Felipe Herrera de Poesía). Próximamente, publicará su libro Aguacerando: mitologías domésticas de lo que nunca fuimos, resultó finalista del Premio Paz de Poesía 2022.
COLONIA
Algunas personas están obsesionadas
con las hormigas, esas diminutas obreras
que cortan hojas como si fueran minúsculas
peluqueras, cultivando en la sombra,
en túneles oscuros donde la luz
es solo un rumor, un chisme.
Y claro, están los que no pueden
dejar de hablar de las abejas,
esas diseñadoras de interiores
que construyen panales tan perfectos
que hasta Euclides suspiraría,
almacenando miel como si fuera
oro líquido, cuidando sus crías
con esa dedicación que huele a cera
y al sacrificio de los que no piden nada.
Pero yo, ¿qué puedo decir?
me fascinan los hongos,
esas colonias que viven sin hacer ruido,
alimentando a las hormigas
y complementando la labor de las abejas
como si fueran un tercer acto olvidado,
esas cosas del presente, que no se atan al pasado,
sin memoria de las tardes lluviosas
ahogadas en lágrimas,
ni de las peleas a gritos,
ni del sonido del cristal
cuando se estrella contra la mesa,
una tragedia que se olvida en un segundo.
Las hifas son sus nervios,
pero sin el drama, sin las quejas,
una plaza vacía donde todo está bien,
nada duele, nada se sale de su lugar.
Y esos cuerpos pequeños,
esas cúpulas humildes en la tierra,
no saben nada del dolor
que nos arrastra,
no saben nada
de lo que hace al mundo
quebrar en silencio.
O’HARA BLUES
El tiempo se fue al cine
sin avisar, y yo,
me quedé aquí, mirando
cómo ella se desploma en la cama,
una grieta absurda
por donde todo se escapa,
como cuando el café gotea
y mancha el suelo nuevo,
y de pronto entiendo
que la vida es un jersey talla S
y el tiempo un abrigo XL,
no se llevan bien,
ni siquiera caminan juntos,
uno toma el metro en Canal St.,
el otro se pierde en un taxi,
y yo, atrapado en la esquina
donde Broadway y el SoHo se cruzan,
esperando que alguien me explique
por qué nada coincide.
MEMORIA DEL FÉMUR
Hace siete millones de años, los homínidos
caminaban sobre cuatro patas,
en los albores de la existencia,
hasta que, apenas hace dos décadas,
resurgieron los vestigios de Sahelanthropus:
un antepasado
cuyo cráneo
se equilibra con exactitud geométrica
sobre la columna vertebral,
evidenciando así que, en verdad,
caminaba sobre dos piernas.
Así, el homínido adquiere dos brazos.
Nada de esto adquiere significado,
hasta que surge su fémur,
que exhibe rastros de fractura
y posterior recuperación.
La cabeza femoral y el eje del hueso
atestiguan la morfología
y el desgaste propio del bipedismo,
el primer indicio de nuestra transformación
hacia lo humano.
Hace quince mil años, alguien sufrió la fractura
de ese hueso crucial,
y por las marcas de su curación,
alguien lo protegió y cuidó
hasta que la herida sanó.
Así, el fémur restaurado se erige
como un primer signo de civilización.
Hace treinta y seis años, fue mi fémur el quebrado,
y por eso conozco de lo que hablo.
Lo que no he logrado aún es cicatrizar.
Excelentes