120. Año 9: ELIDIO LA TORRE LAGARES | O’Hara Blues

ELIDIO LA TORRE LAGARES es autor de los poemarios Vicios de construcciónEnsayo del vuelo (Premio Julia de Burgos de Poesía), y Wonderful Wasteland and other natural disasters (Premio Juan Felipe Herrera de Poesía). Próximamente, publicará su libro Aguacerando: mitologías domésticas de lo que nunca fuimos, resultó finalista del Premio Paz de Poesía 2022.

 

 

COLONIA

 

 

Algunas personas están obsesionadas
con las hormigas, esas diminutas obreras
que cortan hojas como si fueran minúsculas
peluqueras, cultivando en la sombra,
en túneles oscuros donde la luz
es solo un rumor, un chisme.
Y claro, están los que no pueden
dejar de hablar de las abejas,
esas diseñadoras de interiores
que construyen panales tan perfectos
que hasta Euclides suspiraría,
almacenando miel como si fuera
oro líquido, cuidando sus crías
con esa dedicación que huele a cera
y al sacrificio de los que no piden nada.

Pero yo, ¿qué puedo decir?
me fascinan los hongos,
esas colonias que viven sin hacer ruido,
alimentando a las hormigas
y complementando la labor de las abejas
como si fueran un tercer acto olvidado,
esas cosas del presente, que no se atan al pasado,
sin memoria de las tardes lluviosas
ahogadas en lágrimas,
ni de las peleas a gritos,
ni del sonido del cristal
cuando se estrella contra la mesa,
una tragedia que se olvida en un segundo.
Las hifas son sus nervios,
pero sin el drama, sin las quejas,
una plaza vacía donde todo está bien,
nada duele, nada se sale de su lugar.
Y esos cuerpos pequeños,
esas cúpulas humildes en la tierra,
no saben nada del dolor

que nos arrastra,
no saben nada

de lo que hace al mundo
quebrar en silencio.

 

 

O’HARA BLUES

 

 

El tiempo se fue al cine
sin avisar, y yo,
me quedé aquí, mirando
cómo ella se desploma en la cama,
una grieta absurda
por donde todo se escapa,
como cuando el café gotea
y mancha el suelo nuevo,
y de pronto entiendo
que la vida es un jersey talla S
y el tiempo un abrigo XL,
no se llevan bien,
ni siquiera caminan juntos,
uno toma el metro en Canal St.,
el otro se pierde en un taxi,
y yo, atrapado en la esquina
donde Broadway y el SoHo se cruzan,
esperando que alguien me explique
por qué nada coincide.

 

 

MEMORIA DEL FÉMUR

 

 

Hace siete millones de años, los homínidos

caminaban sobre cuatro patas,

en los albores de la existencia,

hasta que, apenas hace dos décadas,

resurgieron los vestigios de Sahelanthropus:

un antepasado

cuyo cráneo

se equilibra con exactitud geométrica

sobre la columna vertebral,

evidenciando así que, en verdad,

caminaba sobre dos piernas.

 

Así, el homínido adquiere dos brazos.

 

Nada de esto adquiere significado,

hasta que surge su fémur,

que exhibe rastros de fractura

y posterior recuperación.

La cabeza femoral y el eje del hueso

atestiguan la morfología

y el desgaste propio del bipedismo,

el primer indicio de nuestra transformación

hacia lo humano.

 

Hace quince mil años, alguien sufrió la fractura

de ese hueso crucial,

y por las marcas de su curación,

alguien lo protegió y cuidó

hasta que la herida sanó.

 

Así, el fémur restaurado se erige

como un primer signo de civilización.

 

Hace treinta y seis años, fue mi fémur el quebrado,

y por eso conozco de lo que hablo.

 

Lo que no he logrado aún es cicatrizar.

 

 

 

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