MARIENNE GONZÁLEZ CRUZ, nacida en Bayamón, Puerto Rico, y tengo 35 años. Me mueven las palabras, los libros, las pinturas y todo lo que despierte emociones. Escribir es una de mis formas de respirar cuando el mundo pesa o cuando simplemente quiero darle forma a lo que siento. Trabajo como asistente administrativa en un colegio, pero mi verdadero centro está en lo que me conecta con lo humano y lo creativo. Me describo como intensa porque vivo y siento todo con fuerza, amante del arte y de las vivencias que marcan, duelen, enseñan o transforman. Creo en el poder de imaginar, en el valor de descubrirnos sin miedo y en que, si uno atrae lo bueno, todo llega… aunque sea un día a la vez. Voy recorriendo la vida con tinta en los dedos, preguntas en la mirada y el alma abierta. A veces caos, a veces calma, pero siempre real.
CONTROL
¿Cómo se hace para callar a la mente?
Esa que guarda la memoria,
que grita sentencias a la conciencia
y desamarra la imaginación.
Ese control que no duerme,
que te lleva toda la noche
con palpitaciones,
que te levanta solo para mirar la pared
y dudar de tu propia gestión corporal.
La emoción y la reacción
no son buenos consejeros.
No ayudan a contener
el comportamiento.
Freire dice que tenemos tres conciencias.
Sí,
las que señalan,
las que juzgan,
las que encarcelan
con barrotes de culpa
y provocan una asquerosa disnea.
Autocontrol.
Reprimir el impulso.
Tomar la almohada
y dejar sin gota de aliento
a ese dominio.
Hacerse culpable de esa muerte
provoca una extraña complacencia.
Control.
Mando.
Eres diosa.
Eres capaz.
Que el sudor bajando por la espalda
y llegando a la entrepierna
no descontrole la dirección.
Control, nena.
Respira.
Manda.
VALS EN EL PECHO
Sentada,
escucho lo que alcanza mi oído:
el sonido presente,
y yo, ausente.
Días así,
donde las emociones
bailan un vals entre la mente,
la nariz,
la boca,
y acaban en el pecho,
tratando de salir
y matando todo a su paso.
Se agita el disparo,
ese que no piensa en tu vida
ni en tu funeral,
solo busca terminar,
al precio que sea.
Piensas cómo callar la mente,
cómo no ser más presa
de estos embelecos,
pero recuerdas que eres
muñeca,
bendita,
presa.
Te paras,
respiras,
caminas,
piensas.
pero todo vuelve al comienzo.
—Una copa de vino, por favor—
así nos ahogamos
sin ver la muerte presente,
pero sintiéndola a cada sorbo.
INTRUSO
Acostada en la sala,
escuchando el canto de una patrulla de coquíes,
a lo mejor se escucha una sirena,
un grito, el vecino.
Luz tenue,
frío del abanico,
y mi mente tratando de descifrar
la oquedad que lleva mi diafragma.
Busco una causa,
un problema,
alguna solución,
y nada coquetea y conquista
a ese intruso que no tiene fin.
Agitado,
el aire que recorre por mi cavidad nasal,
que recorre toda la sala
pero se niega a viajar,
devolviendo su toxicidad.
Mi sistema vestibular
no está controlando el equilibrio
de lo que escucho.
Solo controla las voces que quedan adentro.
Duele la colisión
de mi corazón contra el pecho.
¿Qué busca?
Sustitutos,
intrusos,
rapidez,
poder parar sin tener que morir.
Tal vez le dedicamos mucho a la mierda,
una oda a la vida,
un poema al amor.
Pero tedio esto de sentir
y no saber explicar.
Paralizante silencio
que te hace buscar más culpables,
que te desgarra tu inteligencia
y se ríe haciéndote sentir ignorante,
que se burla de tu conciencia
y te hace tentar sobre tu confianza,
que te lleva al cielo como un orgasmo
pero te quiebra como un infiel.
¿Cómo haces para alejarlo?
¿Cómo te levantas de ese mueble
y continúas la noche?
¿Cómo?
Profundos todos.
Bravo, sigue para lante!