143. Año 9: ALBERTO EDEL MORALES FUENTES | El frío de los años

ALBERTO EDEL MORALES FUENTES (Cabaiguán, Las Villas, Cuba, 1961). Escritor, investigador y gestor cultural. Licenciado en Historia, especialidad América Latina, por la Universidad de La Habana. Ha publicado, entre otros, los poemarios Viendo los autos pasar hacia Occidente (Letras cubanas, 1994); Lejos de la corriente (Unión, 2004); Otro color, otras figuras geométricas (Unicornio, 2008); Pájaros en la pantalla (Ácana, 2013); La libertad infinita (Letras cubanas, 2016); El juego de la memoria (Loynaz, 2018, Primigenios, 2020; Letras cubanas, 2024); La claridad de los trópicos (D’McPershon, 2019, Primigenios, 2023). Como narrador ha dado a conocer el relato testimonial Los pies en la tierra (Luminaria, 2005, 2015), la novela Que te vuelva a encontrar. Primera temporada. Un byte de adolescencia (Letras cubanas, 2009; El perro y la rana, 2011; Oriente, 2015; Ediciones cubanas, 2017; D’McPershon, 2020; Primigenios, 2022), y algunos cuentos dispersos. Textos suyos aparecen en antologías, publicaciones periódicas y sitios digitales de Cuba y de otros países. Ha impartido conferencias y realizado lecturas en numerosos festivales, eventos e instituciones culturales y académicas de América y Europa. Fundador de la revista de literatura y libros La Letra del Escriba y del Centro Cultural Dulce María Loynaz de la Habana. Le fue conferida la Distinción por la Cultura Cubana. Actualmente reside en Uruguay.

 

 

EL LARGO JUEVES

 

T

O

D

O

el largo jueves

en tertulias por El Vedado;

luego, pasar a verte

—es posible, el jueves, ya tarde,

pasar a verte— es posible,

un beso, un gran beso en la boca morbosa,

el jueves —una hora de jueves,

para arreglar el mundo—

 

(siempre)

 

antes de

la noche larga

el largo día pretencioso y mísero

 

(siempre)

 

arreglar el mundo,

construir un Jardín, un parlamento bonito

en tertulias por El Vedado

—misión imposible—

 

(siempre)

 

la tarde viciada,

la trilzura achicada de la tarde

en el largo jueves de pasar a verte

a una hora ajustada

 

(siempre)

 

con el sabor del café en los labios

con el limpio aroma de las muchachas en flor

que llega y se instala

y que también se extingue

 

(siempre)

 

 

EL FRÍO DE LOS AÑOS

 

Dibujaba

un rostro de gato

en la pared

—vacía, nueva, recién pintada.

El rostro de un gato

sin enigmas

y luego su piel

—sin manchas.

 

Dibujaba

la copia virtual

de una copia anterior

del rostro posible

de un gato

ya extinguido

—sin vida.

El rostro seco

de un gato cualquiera

—sin esfuerzo,

sin ninguna tajadura.

 

Igual escribo

en la pantalla vacía

las palabras

gato / rostro / pared

sin que pase nada

—ninguna revelación,

ninguna pregunta.

 

La vida y el arte son fríos.

 

Y nada significan

lo nuevo / el sueño / una piel

o la expresión

en los ojos de un gato

—no vivo, escrito, no vivo,

dibujado al azar,

entre el humo y la niebla,

por el inconsciente.

 

 

LOS GRANDES HOMBRES HAN COMENZADO A MORIR

 

Eliseo Diego ha muerto,

y Charles Bukowski,

lo supe ayer.

 

En las tiendas arrasadas

y en los portales sucios de la Manzana

las mujeres siguieron haciendo compras todo el año,

pero se veían un poco más tristes ahora.

Y en el Parque Central los borrachos de las seis

las mirábamos con hambre vieja

y los niños pateaban molestos las aceras,

antes de trepar en grupo

hacia el pecho

de un José Martí

estatuario y cabizbajo.

 

Durante meses se respiró peor que nunca en La Habana.

Y aunque nadie allí atravesó un espejo

ni escribió en ninguna parte

(1920-1994), estos son los días de tu vida,

sí advertimos que la Poesía

se tambaleaba indecisa

entre la oscuridad y la luz,

entre el Paraíso y el Infierno.

 

Como en las películas manchadas de aquel verano tórrido

— Cinemateca de Cuba, Salita del Nacional, Teatro Payret,

viajes de mi nostalgia por las antiguas imágenes—

los grandes hombres dan un traspié

y terminan arañando el piso.

 

Eliseo Diego ha muerto,

y Charles Bukowski,

lo supe ayer

mientras mi boca mordía impaciente

los restos

de un helado de agua

y esperaba el ómnibus bajo los árboles del Parque Central.

 

Los grandes hombres han comenzado a morir.

 

 

 

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