189. Año 9: DIANA ÁLVAREZ MEJÍA | De noche

DIANA ÁLVAREZ MEJÍA (Toluca, 1990). Historiadora del arte y practicante de psicoanálisis. Publicó el libro Me mataría en Marzo (2023) una co-traducción de Hilda Hilst del portugués al español con Marco Antonio Bojórquez por medio de la Biblioteca Capilla Alfonsina, por la UANL. Publicó el capítulo “Otro, tiempo y muerte: un diálogo entre Hilda Hilst y Emmanuel Lévinas” (2021) en el libro Letras latinoamericanas inadvertidas de la colección Lecturas de Sileno editado por la Universidad Iberoamericana y “La traducción como metáfora” (2022) en Figuras, revista académica de investigación. Ha publicado una serie de poemas: “De fuego y espacio” (2019), “Acontecimientos” (2020) y “Tres ejercicios de memoria” (2022) en Revista Primera Página.

 

 

 

FUI

 

Fue en un momento que mi cuerpo se hizo piedra,

que mis ojos se convirtieron en luciérnagas para volar fuera de mis cuencas.

Fue un instante donde mis vellos se hicieron erizos que rodaron para perderse en la marea;

y mis uñas se transformaron en pétalos que cayeron con mi andar.

Fue ese momento donde mi risa acabó al estrellarse con el muro,

resquebrajando el horizonte donde aguardaba mi partida.

Fue ahí que mis párpados crearon alas y corrieron por el humo del incendio,

dejando mi frente cubierta de ceniza y mi nariz escondida entre las flamas.

Fue un relámpago que iluminó el cielo,

creando un instante donde el estruendo hizo espacio;

y ahí mi historia mutó en agua y el amor vivido se hizo arena entre mis manos.

En los surcos quebrantados, caminó un hilo de mi sangre,

corrió sin dirección para hacer después materia.

Y a lo lejos se vio un tornado haciéndome cosquillas en las costillas,

buscando una lágrima que rodeara mi sombra para hacerla un títere de la vida.

Pero antes hubo tallos enraizados entre los escombros buscando luz donde crecer.

Las hojas que nacieron rompieron la acera y reclamaron lo nuestro.

Hubo tantísimo y todo el tiempo, atrapé en los relojes los minutos hechos gotas de papel.

Regresé las manecillas cada hora para así detener el atardecer y usarlo como escudo.

Fui perdón y pecado. Fui blasfemia y condena. Fui queja y placer.

Fui ese ciclo que nunca deja de acontecer.

Hoy sólo quedan mis huesos hechos piedras dispuestas a roer

y en una de ellas grabado este nombre en el que crecí como un río y que fui llamando mío.

Este nombre que convertí en un espejo dónde me vi en pedacitos y fui uniendo hasta hacerlos escalera,

subir sobre ella y tocar por primera vez las nubes dibujadas por el sol.

 

 

 

DE NOCHE

 

con la luna viene la sangre

caliente entre mis piernas

y con ella la marea

que me ahogó en la oscuridad.

Un pájaro se paró sobre mi mano

y me alimentó como a una cría

sostuvo mi esperanza entre sus alas

para después soltarla sobre la arena.

De a poco el mar llegó

se coló entre mis pies

limpio mis raíces, mi tierra y mi piel

Y con la última ola que la luz alumbró

se fueron las canciones

que me dibujaste en la sien.

Hoy la luna es mi faro

y el recuerdo de las sombras

que inventamos con las manos.

Es la promesa en mi lengua quemada,

mis ojos llenos de estrellas,

y la ceguera de la lluvia que lloré.

La sangre no deja de escurrirse

pintando la espuma de carmín.

Y la luna no me deja de mostrar

como mis respiros se fueron con el mar.

 

 

DESPEDIDA

 

Inventamos tiempos para suspendernos, espacios creados.
Duramos lo que pudimos caminar entre los dedos.
Nos sostuvimos entre las puntas de los pies,
fingiendo que aguantaríamos hasta tocar el cielo.
Pero los pies se cansan y necesitan tierra,
recordar que no se vive hacia arriba
y que las puntas resisten sólo un baile.

Creímos ingenuamente,
que ambos renunciaríamos al piso para ser hojas,
que las manos alcanzarían las nubes,
de ahí aferrarnos a la niebla,
como si ésta no fuera etérea.

Que seríamos imposibles e inmortales.

Hoy sólo queda el agua que dejamos en el camino.
Las frutas que recogimos,
la ropa sobre la mesa.
Tú, con tus ojos en el espejo,
yo, con los míos sobre los pies.

Creímos ser árbol
sus raíces nuestras voces,
ingenuos.
Yo no renuncié a mi piso,
y tú no renunciaste a tu nombre.
Fuimos cuerpos
esperando vivir la intensidad sin riesgo, como si ésta no tocará fronteras.
Creímos estar seguros a la deriva, mar adentro,
Como si ésta fuera tierra.

Pero fue ahí, en las puntas de mis pies,
en la niebla, en la frontera y en la marea,
dónde te quise con el cuerpo,
con cada dedo y cada pensamiento.
Te quise sin temores y en cada pausa.

Te quise en la mañana y en mis sueños.
Te adoré en silencio y en toda palabra enunciada.
Te quise entre mis piernas y aferrado entre mis brazos.
Te quise en mi mirar, en mi voz y en mi desvelo.
Te quise y eso es lo que queda,
un pasado interminable.
Fuimos todo: espacio, tiempo, eco y silencio.
Y hoy, te pierdo sin miedo.

 

 

 

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