20. Año 9: Luis Alberto de Cuenca | Lo que debe regresar del olvido

LUIS ALBERTO DE CUENCA nació en Madrid el 29 de diciembre de 1950. Es Doctor en Filología Clásica (1976), Profesor de Investigación del CSIC (1990) y miembro de número de la Real Academia de la Historia (2010). Ha sido director de la Biblioteca Nacional (1996-2000), Secretario de Estado de Cultura (2000-2004) y presidente del Real Patronato de la Biblioteca Nacional (2015-2018). Entre los premios que ha obtenido están el Premio de Literatura de la Comunidad de Madrid (2007), el «Julián Marías» de Investigación en Humanidades (2013) y el Nacional de Literatura (2014). En esta misma editorial han visto la luz sus libros de poesía La caja de plata (1985, Premio de la Crítica), El otro sueño (1987), El hacha y la rosa (1993) y varias antologías de su obra poética, así como, sin ánimo de exhaustividad, un florilegio de la poesía de Calderón (2014), otro de Bocángel (2015) y Las cien mejores poesías de la lengua castellana (2017).

La siguiente selección de poemas ha sido extraída del volumen titulado “Lo que debe regresar del olvido, poesía reunida 1970 – 2005”, del aclamado poeta español Luis Alberto de Cuenca. Esta obra ha sido editada bajo el sello de la colección Zenócrate de literatura hispanoamericana dirigida por el poeta colombiano Fernando Denis.

 

 

 

EL DESAYUNO

 

Me gustas cuando dices tonterías,

cuando metes la pata, cuando mientes,

cuando te vas de compras con tu madre

y llego tarde al cine por tu culpa.

Me gustas más cuando es mi cumpleaños

y me cubres de besos y de tartas,

o cuando eres feliz y se te nota,

o cuando eres genial con una frase

que lo resume todo, o cuando ríes

(tu risa es una ducha en el infierno),

o cuando me perdonas un olvido.

Pero aún me gustas más, tanto que casi

no puedo resistir lo que me gustas,

cuando, llena de vida, te despiertas

y lo primero que haces es decirme:

«Tengo un hambre feroz esta mañana.

Voy a empezar contigo el desayuno.»

 

 

INSOMNIO

 

 

La vida dura demasiado poco.

No da tiempo a hacer nada. No hay manera

de reunir los suficientes días

para enterarte de algo. Te levantas,

abrazas a tu novia, desayunas,

trabajas, comes, duermes, vas al cine,

y ni siquiera tienes un momento

para leer a Séneca y creerte

que todo tiene arreglo en este mundo.

La vida es un instante. No me explico

por qué esta noche no se acaba nunca.

 

 

VOLVEREMOS A VERNOS

 

 

Volveremos a vernos donde siempre es de día

y los feos son guapos y eternamente jóvenes,

donde los poderosos no abusan de los débiles

y cuelgan de los árboles juguetes y tebeos.

 

En ese hogar de luz que no hiere los ojos

volveremos tú y yo a decirnos bobadas

cogidos de la mano, viendo morir las olas

sin agobios ni prisas, donde el sol no se pone.

 

Y viviré en tus labios el amor que la Tierra

sintiera por el Cielo cuando el mundo era un niño

y el tiempo dejará de salmodiar su lúgubre

canción de despedida mientras nos abrazamos.

 

 

EL FANTASMA

 

 

Se pasaba las noches de su muerte

arrastrando cadenas por el lóbrego

caserón que le fuera destinado.

Al despuntar el alba se dormía,

hecho un ovillo con su propia sábana.

Todos habían muerto ya: sus padres,

las mujeres que amó cuando era joven

y la que envejeció con él, los dioses

de su infancia, los viejos camaradas.

Qué habría sido de ellos. En qué mundo

asustarían a la gente. Cuándo

volvería a abrazarlos, aunque fuese

muerto, de noche y con aquella facha.

 

 

LA LLAMADA

 

 

La noche había sido muy larga y muy oscura.

Quería oír tu voz. Que tus dulces palabras

me trajeran un poco de calma. Que el cariño

que sentías por mí viajara por teléfono

hasta mi corazón maltrecho y derrotado.

Quería oír tu voz y oí la de tu amante.

 

 

REMEDIA AMORIS

 

 

Fue una idea malísima lo de volver a vernos.

No hicimos otra cosa que intercambiar insultos

y reprocharnos viejas y sórdidas historias.

Luego te fuiste, dando un sonoro portazo,

y yo me quedé solo, tan furioso y tan solo

que no supe qué hacer salvo desesperarme.

Bebí entonces. Bebí como los escritores

malditos de hace un siglo, como los marineros,

y borracho vagué por la casa desierta,

cansado de vivir, buscándote en la sombra

para echarte la culpa por haberte marchado.

Primero una botella, luego dos, y de pronto

me puse tan enfermo que conseguí olvidarte.

 

 

TODOS FUIMOS PEQUEÑOS

 

 

Todo el mundo, tú y tú,

no importa que envenenes

pozos o que conviertas

gozo en melancolía

con tu siniestra magia;

todos, incluso tú

que sólo te diviertes

con el dolor ajeno,

tú que sonríes cuando

anuncian un desastre

o sueñas en la cama

repugnantes traiciones;

todos (tú también, monstruo

que surges de la sombra

y salpicas de sangre

las oscuras callejas)

fuisteis niños un día.

Piensa en tu infancia ahora.

En el llanto nocturno

que precedía al sueño,

en aquel desamparo

de enfrentarte a la muerte

siempre que te acostabas

al borde del abismo

que era tu cuarto entonces,

dominio del Diablo.

En las sórdidas aulas

del colegio, sembradas

de crueldad doméstica,

torpemente regidas

por mediocres psicópatas

expertos en maldades.

En el jardín ruidoso

donde el juego reinaba

con su ilusoria dicha,

con su mezcla infernal

de prestigio y espanto.

Todo el mundo vivió

aquel horror primero

que algunos inconscientes

se obstinan en seguir

llamando paraíso.

 

 

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