23. Año 10: MARCIA ARÉVALO VALENZUELA | Dos de copas [Cuento]

MARCIA ARÉVALO VALENZUELA (1978) es una profesora, terapeuta y escritora chilena. Ha sido publicada en antologías de diversas editoriales emergentes latinoamericanas. Su poesía, sin estilo fijo, fluye como su alma: libre, feroz y auténtica. A través de una voz íntima y profunda en sus relatos y versos, disipa la niebla de corazones dormidos, despertando a quienes han olvidado que están vivos.

 

 

 

DOS DE COPAS

A esa justa hora pasaba esa micro.

No podía retrasar su paso, si no, no alcanzaría a llegar a la Facultad.

Su temple pausado y calmo, era casi incompatible con el bullicio de la avenida. Pero a pesar de esa ambivalencia, ella siempre alcanzaba el bus.  Ella siempre podía.

Ya sentada, repasaba los apuntes en su cuaderno azul de composición; como si quisiera transcribir al infinito los versos de la clase de literatura.

Con el corazón en galope intentaba repasar los versos. Con el corazón en galope intentaba fijarse en el paradero próximo.  Con el aliento en galope. Con la esperanza en galope. Iba atenta a él. Atenta a ella. Atenta a su pulso. Atenta por si él subía en la próxima parada.

Todo en secreta urgencia, todo en evidente prisa, pero con su mirada siempre en una paz asoleada. Su cabello trenzado, intentando disciplinar sus rizos fugitivos. Esos mismos rizos que intentaban escapar cuando él abordaba el bus.

Entonces él subió. Subió a esa micro como cada jueves. A esa justa hora. A las 15:00 horas en punto.

¿Y si el cuaderno azul/de composición se desintegraba en medio del sudor de sus manos? (lo más probable era que no ocurriera, pero ella sentía que la tinta danzaba sobre hojas nuevas y humedecidas)

Como siempre, en esa micro, a esa justa hora, se encontraron. De extremo a extremo, alcanzaban a presentirse. Beatriz pensaba: ¿y si me bajo antes de la parada?, ¿y si me bajo antes que note mi nerviosismo? Pero no se bajó antes. Y él no notó su nerviosismo.

Era imposible que en su semblante apacible se atisbara algo de inquietud. Beatriz era fuego, pero también era calma y valentía.

Cuánto había conquistado desde entonces: estudiar en la Facultad, independizarse de casa, estudiar lo que más amaba. Había conquistado la libertad, había remendado las ramitas descosidas de su linaje ancestral. Ella había conquistado la antorcha para alumbrar las victorias, como la runa dagaz. Con tanto conquistado, era imposible que ella se dejara vencer por estas nuevas sensaciones, por este nuevo sentimiento.

Sostener o no la mirada en él…ese era el dilema.  Él, sostenía la mirada en ella durante todo el trayecto, como si no hubiese más paisaje que la silueta de Beatriz y su piel alba. Como si no hubiese más ocupación que descifrar su cabello ensortijado.

Ella se puso de pie. Oprimió el bolso contra sí. Se aferró a su cuaderno azul de versos. Tomó el impulso. No había mucho más que hacer, se acercaba la parada de su Facultad.

En un monólogo sin repique, Beatriz pensaba: ¿por qué él no se habrá bajado en la Avenida España como siempre?

Tuvo que pasar a su lado. Tuvo que respirarlo. Tuvo que dimensionarlo. Ella siguió por el pasillo de la micro. No se detuvo. Solo se detuvo su respiración. Solo se detuvo el tiempo.

Cuando bajó, él estaba frente a ella. En una parada que no era la de él.

Entonces, la carta del 2 de copas emergió desde el bullicio y la multitud. Desde la Facultad y el encuentro. El caduceo de Hermes se entrelazó al cuaderno de ella y al bolso de él.

El 2 de copas y la sincronía. El 2 de copas y la matriz. El 2 de copas y el equinoccio que se despereza. El 2, como el inicio de todo.

El 2 de copas, en medio de ese encuentro inesperado, pero tan anhelado.

Ahí, entremedio de Beatriz en galope y entremedio de Octavio, repleto de esperanzas.

 

2 Comments

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *