27. Año 10: MIRIAM DAMARIS MALDONADO | Falta de Fe

MIRIAM DAMARIS MALDONADO, 21 de noviembre 1981. La galardonada poeta puertorriqueña Miriam Damaris Maldonado es una activa promotora de eventos culturales en Houston y fundadora/miembro del Colectivo Colibrí. Además de escribir y recitar su poesía en festivales literarios, también es ensayista, narradora, bailarina y activista.  Tiene estudios en Trabajo Social, Diversidad y Género y Escritura Creativa. Está cursando su segunda maestría en Escritura Creativa en la Universidad de Sagrado Corazón, Puerto Rico. Además, sirve a la comunidad como Trabajadora Social. Se desempeña como gerente de proyecto del Proyecto de Literatura Puertorriqueña en Arte Público Press desde la Universidad de Houston.  Es autora de Textos Degenerados y su más reciente obra, Enraizada, ha sido publicada por Valparaíso Editorial 2022.

 

 

 FALTA DE FE

 

—Murió por falta de fe —me dijo Altagracia mientras se desenvolvía el paño de la cabeza que se había enrollado para que el viejo, no se le trepara, le llamaba el viejo, pero también los seres.

—No entiendo nada Altagracia, hice todo lo que me pediste, la ropa interior al reverso, miel de amor, jugo de parcha con mi esencia y, aun así, nada. No pasa nada. Tírame la baraja de nuevo y échame cuatro de azúcar que quiero leerme hasta la taza —dije desesperada.

—Nena, ya te he dicho que la desesperación es parte del fracaso—decía eso, mientras sacaba las barajas españolas que estaban manchadas y deterioradas de todas las angustias de sus clientas.

 Siempre decía eso, y la verdad tenía razón; cuando la conocí me encontraba desesperada.  Él se había ido esa noche, sabía que había otra en mi lugar, habitando su piel, rozando sus labios, paseando palabras acaloradas, compartiendo el café de las mañanas, y eso, no podía ser. Una se da cuenta que algo no anda bien, evaden las conversaciones, se van al baño con el celular, una y otra vez, y hasta la manera en la que sostienen tu cintura es otra, como si esas manos hubieran descubierto otras maneras.

 Él no era el hombre perfecto, ya sabes cómo son las mujeres, ven un hombre proveedor y se le arriman. Él era un hombre que se encerraba a leer por horas, a escuchar música clásica, un poco aburridito; pero a mí me gustaba porque me lo daba todo y era mío. Solamente mío. Además, me resistía a la idea de perderlo, de perder. Eso significaba, vivir un duelo, volver a empezar, decirle al nuevo novio todos mis traumas, él a mí, volver a las dietas y comportamientos sanos hasta que nos conozcamos todo. Empezar con el tema de entender su familia, él conocer a la mía, las amistades de cada uno. Las nuevas dinámicas. La verdad que pensarlo me llenaba de pereza, pero, sobre todo, ansiedad.

 La relación con Iván era cómoda, ya todo estaba resuelto. Hacíamos cosas de parejas, normales, hasta el silencio era grato compartirlo, la cotidianidad que habíamos construido, decirle que estaba estreñida o darme el gusto de comer lo que sea, hasta atorarme. Volver molesta del trabajo, o escucharlo quejarse del tráfico en la mañana y saber que todo estaría bien. Seguiríamos juntos, un matrimonio normal, como debe de ser.

Hasta que llego ella, esa, con su trasero gigantesco, su pecho al descubierto, como diciendo: <<mira qué bella soy>> y así, provocándolo.

El, ya sabes, hombre al fin, cayó redondito. La psicóloga me dijo que pensar así no era sororo, no era sano, que tenemos que hermanarnos y no juzgarnos las unas a las otras. Por eso la despedí. ¿Y dónde pongo lo que siento? Yo estaba que me moría, no comía, no dormía; yo nada, dejé de vivir. Vivía solo para morir. Sí, hice bien en despedir a la psicóloga y cambiarla por mi bruja.

Altagracia me devolvió la vida a base de morir soñando y mangú. Me la recomendó una vecina a quien le habían devuelto al marido en nueve días. Nueve días era demasiado, pero ya habían pasado dos semanas y él, no volvía a la casa. Él, era mío; completamente mío y si se le había olvidado, iba a necesitar ayuda espiritual para recordarle que somos uno. Cuando llegué a Barrio Obrero las gallinas bailoteaban al ritmo de la bachata, y al preguntar por Altagracia me dijeron que la bruja era buena y que, si no me funcionaba el trabajito, me devolvía el dinero. Me indicaron que vivía al lao’ de la casa de los limbers donde hay una yola.

—Nena, pero que flaca, ¿a ti te tiraron un muerto? No te preocupes que Santa Marta dominadora, te lo devuelve —soltó con seguridad, remeneándose.

—¿En serio? —le pregunté dudosa.

—Sí nena, tranquila que ella es la matrona y a San Antonio si no me trabaja, te lo pongo de cabeza. Me leía las cartas, ese hombre esta de espalda, necesito un ron pal’ santo; pa’ ponértelo de frente y la leche del hombre pa’ amarrarlo.

—¿Te refieres a la esperma? Eso sí que no. —le dije mientras me levantaba.

—Sí nena, siéntate— dijo entre carcajadas, la leche con lo que tú te preñas. —¿Tú no sabes lo que es eso?

—Sí, pero no sé cómo hacerlo.

—Nena, eso es fácil, llévate algodón, y en un potecito, y cuando estes chupándosela, ahí, ya sabes, lo limpias con el algodón. El algodón retiene la leche y eso es lo que necesito pal amarre, — dijo haciendo alarde de su vasta experiencia.

—Ay de verdad que no me atrevo—le contesté insegura.

—Bueno nena, ¿tú quieres tu hombre o no?  Porque ella lo tiene amarra’o. Ahora mismo ella lo tiene pa’ ella. Yo lo que voy a hacer es ponértelo de frente con miel pa’ ayudarte. Cuando vaya a tu casa le agarras la leche y te lo amarro. Y ya, amor eterno.

Y así fue me lo puso de frente, volvió a la casa parecía mentira; era tan ilusorio. Simplemente tocó en la puerta desesperado, me abrazo, tocó mis muslos, me tiró al sofá, yo temblaba, entre feliz y asustada. Me dejé arropar por sus palabras, cada una de ellas, todas las frases y cursilerías del amor: te amo, te extraño…

Yo actuaba con reciprocidad le decía cosas, palabras repetidas, todo lo que se debe decir. Todo iba bien; flotaba en el momento. Empezó en el sofá, abrió un vino, sirvió dos copas, me dirigió al cuarto, me fue desvistiendo… hasta que entré en paranoia.

 ¿Y si se acaba el hechizo? ¿Y si se daba cuenta?  Era mejor hacer lo del esperma pronto, pero no sabía cómo empezar. Así que se lo dije, que necesitaba su esperma, un chin chin, que era por el bien de los dos, de la relación. No me entendió, comenzó a vestirse y se quería marchar, abandonarme de nuevo, irse. Yo tan solo necesitaba su esperma…

Si tan solo hubiese tenido un poquito de fe, hoy todo estuviera bien. Altagracia me dijo que no era necesario cortarle nada, mucho menos el miembro de mi hombre, que se me fue la mano, que un poquito de leche era suficiente, era bien.

—Fue culpa de él—dijo—murió por falta de fe.

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