ALBERTO JÁIMEZ ORTEGA. Siempre me ha gustado la literatura, sobre todo el diario y la poesía, pero no me lancé a escribir de forma continua y con intención de ser leído hasta llegar a la madurez. Ahora a mis cincuenta y pico, noto que tengo más experiencia vital y, realmente, más cosas que decir. Soy filósofo y teólogo, en unos meses defenderé mi tesis doctoral. Pero la poesía que escribo no tiene nada que ver con ninguna apología religiosa. Me he auto publicado dos poemarios; “Moho y rosas”, y “El cuestionario de Proust”, y he publicado en editoriales clásicas la novela “La maquilladora de muertos”, (Aliar Ediciones), y el ensayo “No está muerto, sino que duerme”, (CPL Editorial), sobre la atención espiritual en los tanatorios. También he publicado un puñado de artículos en revistas universitarias sobre la relación entre la teología y la ciencia.
JUGUETES DE COLORES
¿Quién deja unos juguetes nuevos
sobre una tumba vieja?
¿Quién, por qué bajo la lluvia fina
de una mañana
la primera semana
de febrero?
¿Quién pone colores vivos
en el blanco y negro crudo
de una tumba muerta?
¿Quién, por qué apresa con cadenas de madera
grilletes de muertes infantiles
desesperanzas que pasan y pasan?
¿Quién olvida estos juguetes
en una tumba gris musgo?
¿Quién, por qué entierra estos juguetes
junto a una madre que llora
junto a un padre que llora?
CANCIONES
He de arder en tu fuego lento
y fundir la cordura que se deben dos almas.
Tu piel, manta de oro sobre mi eterna calma,
se hace tormenta profunda en tus gestos.
Juego sin prisa perdiendo el resuello,
navego, naufrago, al posar sobre mí tu mirada.
En tus brazos que enredan mis frágiles alas
aparto el deseo de nadar en el viento.
Y escribo canciones sentado en la cama revuelta,
sobre tristes poemas que esperan
tan solo ausencia y tristeza.
Sujeto me quedo a tu mirada
en esta ciudad de malas maneras
ocultas bajo esta cama deshecha.
CAIDAS
Hay cosas de suma importancia… ¿Por qué?
cosas nimias, como si nada
nos incumbiera ante esto,
ante nuestro silencio… ¿Por qué?
Te quiero, creo… desde que nací
no te he levantado la voz.
Y sé que caigo con la misma piedra
en la que caemos todos, te lo aseguro.
Caídas, caídas, circulen…
no hay nada que ver por aquí.
Y así estamos… qué pena… como cuando
estos locos ilusos me insultaron;
ya no me creo nada, no quiero
tener nada que ver ni de qué ser culpable.
Hay cosas de suma importancia… ¿Por qué?