KRISTOFF ROJAS. Licenciado en Educación Mención: Básica Integral egresado de la Universidad de Los Andes (ULA). Ha publicado en diferentes Antologías poéticas y literarias digitales, tanto dentro como fuera de su país de origen. Dentro de sus participaciones más destacadas tenemos Editorial El Narratorio (Buenos Aires, Argentina), editorial Diversidad Literaria (Madrid, España) y Gold Editorial (Bogotá, Colombia).
PESO EXTRA
Recuerdo haberte encontrado bajo una sombrilla colorida al borde de la playa aquella tarde púrpura que me ahogaba los pensamientos pero que me hizo avanzar a lo largo de la costa y justo en el punto exacto de soledad frente al infinito horizonte del mundo que acompañaba ese atardecer, te vi. Caminé hacia ti limpiando y aclarando mi mente de todos los pensamientos que florecían a cada paso. Limpié mis ojos y busqué en algún lugar una sonrisa guardada para ti.
Me acerqué y comprobé, mucho antes de cruzar mirada e incluso mucho antes de que pudiera pronunciar palabra alguna, que aquella tarde, no era solo yo quien se ahogaba en pensamientos, también eras tú y me detuve antes de interrumpir tu letargo. Mi corazón se aceleró, la adrenalina empezó a recorrerme desde la planta de los pies hasta la espina dorsal donde decidí hacer el primer movimiento.
- “Hola, hay alguien en casa?” – dije en la forma más amistosa que pude, sin titubear, tranquilo, suave.
Por supuesto, brincaste, como era de esperarse, asustado y abriste los ojos fuertemente. Luego de parpadear varias veces, me enfocaste, y sonreíste muy tímidamente, más de lo que recuerdo.
- “Hola, qué haces acá? Tanto tiempo sin verte. Sin duda alguna las casualidades deben existir porque si el universo es tan sabio como dicen, dudo mucho que en esta u otra vida nos tendríamos que encontrar” – dijiste tranquilo y sonriente pero con decepción al saber que era yo quien estaba de pie a un lado de la sombrilla.
Sonreí. No pronuncié ninguna palabra pero mientras cruzábamos información a través de nuestras miradas, hice una señal solicitando permiso para entrar en tu burbuja, en tu nave solitaria, en tu espacio infinitamente individual. Aceptaste. Me senté muy cerca de las esquinas de la toalla que tenías debajo, manteniendo la distancia de nuestros cuerpos, te acomodaste hacia las esquinas contrarias de las mías.
El control anterior que había tenido sobre mis pensamientos mientras caminaba, desaparecía de mí y enfoqué la mirada en el horizonte. Hiciste lo mismo y lo sé porque sentí el movimiento de tu cuerpo, rígido, cruzado de piernas, de brazos y soltaste un suspiro pesado. No sé cuanto tiempo pasó, un minuto, una vida, una eternidad, las vidas que nos faltan por vivir o simplemente el tiempo que dura un parpadeo.
Suspiré pues tenía más preguntas que respuestas, más tristezas que alegrías y muchas más decepciones y miedos que orgullo y valentía. Siempre fue así pero en ese momento mi burbuja no era mi burbuja, era una fusión de ambos y a la vez estábamos tan distantes que seguir con una definición de ese momento, sería totalmente absurdo e imposible.
- Qué estamos haciendo acá? Por qué estás acá? Pasó algo? – finalmente pregunté sin dirigirte la mirada. Sentí que estabas un poco más relajado, viajando en los recovecos de tu mente pero me prestaste atención. Suspiraste y luego tomaste una gran bocanada de aire antes de responder.
- No tengo idea de como responder lo que preguntas, solo diré que sí, siempre pasa algo y hoy no es una excepción. Pasó ayer, me pasó hoy, aún me pasan cosas (estás aquí) y seguro mañana me seguirán pasando cosas. Buenas, malas, no lo sé. – Soltaste la bocanada de aire que retenías mientras hablabas.
- Tienes razón, supongo que es así. – dije sin querer entrar en detalles.
El silencio se hizo eterno y lo sentimos incómodo, luego la tensión bajó y se convirtió en nuestro cómplice, amigo, nuestro. Las respiraciones se sobreponían al ruido de las olas y en aquella burbuja, nos sincronizamos de nuevo.
- Debo irme, tengo cosas que hacer y compromisos que cumplir. El paseo corto creo que se prolongó más de lo que debía y seguramente me tocará estar sobre la marcha a partir de ahora. – dije mientras esbozaba una media sonrisa al mar y cuando quise voltear a mirarte, dijiste rápidamente: “Me parece bien, me quedaré unos minutos más para terminar de ordenar mis ideas y luego iré a cenar”.
No tuve oportunidad de decir nada más, ni de mirarte. Me levanté, me estiré lo más que pude y empecé a caminar y sé que en cada paso que di hasta llegar de nuevo al muelle, en cada pisada en la arena tibia, quise voltear a mirarte. Aún siento el cosquilleo en los pies y el arrepentimiento en el corazón. No te volví a ver. Ya no vivo en una ciudad con playa, fue pasado.
Hoy recordé ese último encuentro ya que las vacaciones del trabajo me llevaron a una playa frente al Mar Mediterráneo y caminé como aquél día. Seguramente con pensamientos muy diferentes a ese día pero ahogado, sin duda alguna. “… siempre pasa algo y hoy no es una excepción.” Dijiste y concuerdo contigo.
Volví a recordarte cuando al sentarme en mi burbuja, frente al infinito horizonte del mundo, esta vez sin sombrilla, ni toalla donde estar a gusto, pensé en lo que no supimos expresar aquel atardecer, en donde cabía la posibilidad de alterar el destino de nuestra burbuja y decidimos no hacerlo.
- Qué momentos, situaciones o pensamientos nos llevaron hasta aquí? Es válido pensar eso ahora que ya no estás? – dije en voz alta como si las olas me alcanzaran oír para llevarte esas preguntas.
Hay un peso extra que no nos corresponde cargar, pensé. Y recordé tus ojos, tristes, brillosos, con poca vida. Qué tan fuerte puede ser el peso que carga una persona que te derrumba la sonrisa? Ya no recuerdo tu sonrisa. Recuerdo tus hombros caídos agotados, desgastados; tu andar lento, sin energía, pesado. Busqué, brevemente una mejor versión de ti. No encontré.
Un profesional me contó alguna vez que es importante entender que las cosas rotas que no podemos arreglar, es mejor dejarlas así. Que hay que hablar de lo que hay que hablar, nunca callar. Supongo que ese pensamiento aplica a las personas que no conocieron el infinito entre tus brazos.
Sonreí a este último pensamiento. Abrí la llave del lavamanos, me limpié la cara y volví a mirarme al espejo mientras me secaba con una toalla azul, como el mar que imaginaba. Salí del baño, vi un suéter colorido como el de la sombrilla que me resguardaba ese día. Me vestí y fui a la cocina. Al lado de las llaves, al salir, había una nota con una letra que no era mía.
“Recuerda que siempre pasa algo y hoy no será una excepción. Pasó ayer, y seguro mañana seguirán pasando cosas. Buenas, malas, no lo sé.” – no tenía firma, solo estaba ahí, ruidoso, latente, llevando un peso extra que no me pertenecía o sí?