71. Año 9: Miguel Hernandez Pindado | La voz pasiva de las rosas

MIGUEL HERNANDEZ PINDADO es un poeta nacido en Ávila en 1990 y Graduado en Fisioterapia por la Universidad de Salamanca. La poesía llegó a él por azar o tal vez por destino impuesto al nacer, cuando sus padres eligieron el nombre del poeta oriolano como homenaje por el 80 aniversario de su nacimiento. Influenciado por ilustres autores como Federico García Lorca, Charles Baudelaire, César Vallejo o el ya citado Miguel Hernández.  Miguel (M.H.Pindado), publicó a mediados de 2023 su primer poemario “Raíces de Baobab” (Postdata ediciones, 2023) en el que honra la memoria de sus antepasados, ahonda en su lado femenino y denuncia injusticias sociales.

 

 

 

LOS PAJARITOS

Hay en el sobrado
que llaman “Los pajaritos”
un crucifijo a tamaño real,
disfraces, trastos
y una mujer sobre un viejo colchón.

En ella habita la nostalgia.
Esa niña sin noción del tiempo
que al salir de la bañera
se sorprende de cómo ha envejecido
al ver las yemas de sus dedos arrugadas.

Es esa mujer que en brocal
de sus labios puedes leer
el eco inaudito y enmohecido
de su auxilio.

Esa mujer en cuyos ojos tristes
el alma más sólida se dobla
como una rama
se refracta en el agua.

Vaciada,
con piedras en el útero
en lugar de cabritillos.
Con daño cerebral
por ser arrancada
con fórceps como la grama.

El violador eslabona tus vértebras,
adiestrada te tumbas, te sientas,
cuando a voces grita tu nombre
y te fractura como un hiato.

El violador es tu cadena
y dios es la anemia
que languidece tu martillo.
Subes a ese sobrado con él
y te imaginas que son
coloreados pajaritos,
cada vez
que chirrían,
los muelles del colchón.

 

LA VOZ PASIVA DE LAS ROSAS

A apenas cinco kilómetros
de la ciudad,
la gran casa es
una casa de muñecas
con vidas de plástico
y juguetes de carne.

Él hojea sus ropas
chupándose antes el dedo,
sus manos bajan
frías como la nieve
por la falda añil de la montaña.

Sus corazones con un beso
se hinchan como un globo
hasta que no da más de sí y pum.
Los ojos cobrizos son la vuelta
del valor de unos pocos céntimos,
sus pieles con sus nombres
como en sus prendas bordados.

Él desfila por sus lenguas,
alfombras rojas,
mientras nadie repara
en la sintaxis de sus silencios
en la voz pasiva de las rosas.
En sus músculos de serpentina
desparramados por la cama
donde él se dio una fiesta.

Un hombre puntual
a la hora del golpe
que comparte Rh
con el alcohol
se demora a moratones
en sus piernas.
Unas piernas con el pulso
de una delgada línea recta.

Ellas, jóvenes y
sin embargo,
les duele el alma con
los cambios de tiempo.

Allí puedes encontrarte
sin que nadie lo restituya
una ternura descosida,
una alegría de porcelana
resquebrajada,
en definitiva,
injertos de una vida.

Y yo prefiero
morir de sed
antes que condurar las lágrimas.
Prefiero denunciar y no callar
a que la herida cierre en falso.

 

ECOLALIA

 

Mírala, mujer eternamente
infantilizada por tener
una discapacidad intelectual.

Nunca quiso tenerlo,
aquel embarazo
de perspectiva
cada vez más grande
se le venía encima
como una bola de demolición.

Y sin embargo,
cuando el ginecólogo
metió la mano
ella se acordó de cuando el gato
le echaba la zarpa al pájaro
y este despavorido
chocaba por la jaula
igual que su plumífero corazón
contra la caja torácica.

Ya no retoñaría,
lo habían decidido por ella.
Su útero de encina
no les servía más
que de leña.

Incluso cuando se trata del placer
el más mínimo movimiento
de sus dedos
sigue antiguas partituras
compuestas por otros.

Partituras que ensaya como una niña
reiniciando una y otra vez
antes de llegar al final
de la triste melodía.

Atrapada en la cueva,
¡Eva, Eva!, va…, va…

como la ninfa Eco.

 

 

 

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