LUIS MARTÍN CUEVA (Lima, 1992) Es Magíster en Estudios Literarios por la Universidad Complutense de Madrid. Obtuvo el primer puesto en los Juegos Florales en la categoría Poesía de la Universidad Ricardo Palma Ha publicado el libro de poemas Torre inclinada (Ambrosía, 2018). Ha participado en diversos eventos como Festival Caravana de Poesía (Lima-Arequipa 2017), Enero en la palabra (Cusco, 2018), Antifil (Lima, 2018). Actualmente se desempeña como docente universitario e investigador.
Déjame que te hable
de los altos muros
que me rodean,
sobre las colinas
y las torres oscuras
incendiando el horizonte,
de la casa deshabitada
de sus flores marchitas,
que riego en el verano.
Déjame que te hable
sobre las marcas en mi piel,
de los cuerpos que deshecho cada día
cuando pienso en vos,
cuando me siento
a llorar a solas.
Mientras escojo las palabras de este poema
he caído en cuenta
que el silencio que emana de esta página en blanco
es proporcional al tiempo que he pasado recolectando mis lagrimas -como huellas-
en los charcos de lluvia-
que brotan de pronto cuando tu fantasma acecha.
Naufrago descalza
como los peces en la fuente
la cruda incertidumbre del abismo,
muros desolados me envuelven
mis lágrimas, libélulas flotando en la ribera
con la apariencia de un ángel desterrado
embriagada de los árboles y de los cristales
embriagada del halo nocturno de Mayo
observando frente al Arno,
sus riberas de flores y
y mis lágrimas de hierro.
ardiendo como la zarza
como el mar Mediterráneo
a la hora de las nereidas
con sus sombras majestuosas
y sus cantos poblados de sueños
abandonada
expira una palabra
en los márgenes de este poema.
Hay sobre mi rostro una máscara infinita
una escultura de huesos y cenizas
las lágrimas de un animal que respira
fragmentos de una palabra que sonríe
Yo que soy otro frente al espejo.
fragmentos de una palabra que solloza
la sonrisa de un animal que respira
una escultura de huesos y cenizas
Hay sobre mi rostro una máscara infinita…
Puedo sentarme
como todos los días
a contemplar la noche
en el cielo
a esperar
que asomen
las hojas violáceas
caer como sangre
hacia un río
y quizá si ahora
espero
hacia el sol
caería
si después miro
a esas aves
hundirse en el horizonte.
Un día frente al Támesis
decidí borrar todo rastro
calcando mi vida sobre el agua,
dejarme llevar por la corriente
de lado de unas trincheras
y el olor agrio de los árboles
palpable de las horas,
mi cuerpo transformado en luz
poblado de escamas,
dando a parar a una isla sin nombre
en medio de una sombría sensación de libertad.
La distancia que separa
las cicatrices de mi piel
de los surcos en la roca mojada
es igual a la sangre sobre el papel
centímetro a centímetro,
gota sobre gota;
trazando figuras erráticas,
sobre mi piel ya tatuada,
sumergida en palabras oscuras
coordenadas,
cartografía de mi muerte,
escritura de mi cielo.
Mi corazón flota como una estrella en medio de un desierto
frente al espejo, mi desnudes de hierro
y mi cabeza como una brújula que apunta al suelo.
Un día frente al Támesis
decidí borrar todo rastro.
enclaustrado el llanto,
absuelvo a mi corazón de la pena.