Alexandro Castro | En este núcleo

Alexandro Castro (Ojinaga, Chihuahua, 1996; radica en Guadalajara, Jalisco) es autor de Eróstrato (PECH, 2019). Textos suyos aparecen en la antología Otras voces nos agitan (Capítulo Siete, 2019), así como en diversos medios digitales e impresos tales como Carruaje de Pájaros, Los demonios y los días, Luvina, Periódico de poesía, Revista Plástico, entre otros.

 

Foto: Javier Narváez.

Una colaboración de: Aldo Vicencio

 

 

 

 

Un venado detenido ante los faros de un automóvil

 

 

I left some years a deer in the light

 

Aesop Rock

 

 

Un venado detenido ante los faros de un automóvil

puede ser cualquier cosa: uno mismo

viendo la tele, absorto ante el resplandor, atento

al susurro de quien comenta las noticias, pálido

frente al rectángulo sonoro a la espera de una señal divina.

 

Una cucaracha estática ante el asombro

por un foco que se enciende a media noche

cuando el silencio pareciera

cubrir sus pasos, puede ser la metáfora

minúscula del cleptómano o el derrumbe de la mentira

de quien teme y se desnuda frente a la ventana.

 

Una paloma tropieza en la cornisa del templo

y su caída insostenible es una efigie del fin del mundo

recién revelada a un público que pasa y mira sus propios pasos.

 

Llegado el momento de presenciarlo

no busquemos razonar la reflexión del faro

en su rostro. Al igual que nosotros, esa imagen se captura

en otro lugar, con un enfoque distinto en otra carretera.

 

Cuando un venado se detiene ante los faros de un automóvil

en un camino indistinguible, reaviva la conversación

cuando no quedaba más de qué hablar.

 

 

Examen de manejo de ansiedad

 

Llega un punto en que todo pasa y se convierte en un límite

ilusorio del que no se vuelve. Cruzas la calle viendo

mariposas o polillas bajo el sol, mientras cierras los párpados

para imaginar el vuelo propio, cuando el freno, el chillido

de las llantas y la plasta sobre el parabrisas

te recuerdan la importancia de vivir en el presente.

 

En este núcleo

de las dos banquetas

sobra lugar para correr.

 

Ya te vio la anciana canosa a la que un perro le orina la silla de ruedas,

también aquel niño que corrió contra el carro para salvar su pelota

y saben que a partir de este momento son dos historias, dos

posibles desenlaces del impacto de tu cuerpo que reposa sobre el cofre.

 

Sólo el conductor no se da cuenta cuando su achatada defensa choca

nuevamente en la cadera de un peatón. A raíz del golpe vuelve en sí,

a la inquietud que debe ocultar cuando su propio grito horrorizado

lo aviva, al abrir la guantera y percatarse de la fecha en que expiró el seguro.

 

Se acerca el perro y recibe un golpe, chilla como las llantas y en lugar

de detenerse, abandona la escena. La anciana sigue su camino y murmura.

 

A la vuelta de la cuadra los niños gritan

mientras el esférico rueda y choca

con el borde de la banqueta

antes de volver.

 

En cualquier contexto habrá quien se acostumbre al trauma

como un eunuco flojo que se rasca en la entrepierna.

 

 

Dédalo habla con un arqueólogo y un agente de bienes raíces

 

 

Desentrañe lo que quiera, todo lo que sale a la superficie

permanece en la superficie. Del bucle a la espiral hay poco

y el aura que circunda al verso es parecida al laberinto.

 

Recorra a tientas las paredes para enfrentarse al desafío

desde la experiencia, el tacto; en lo alto un gozo generado

tras ver la amplitud celeste en la salida fácil: desconfiemos

de la risa, nos miente como el espejo en donde sonreíamos

antes de salir de fiesta en la pubertad, al volver

de noche mientras un auto salpicaba el agua sucia de los charcos.

 

La risa es la nube más gorda a la vista, pero una sequía nos maldijo

y por más que llueva, nada crece. No haga mucho caso al guía del laberinto

también es mentiroso, ríe para no llorar y esconde en sí un motivo.

Aprendió de memoria el libro, estudió de meñique a cuerno,

y ahora cuenta con la expertise de quien pasa horas

frente a la ventana y sabe que sólo él se encuentra ahí.

 

Ignórelo, sienta en usted su propio escarnio, salga

de sí, no del edificio, y regrese.

 

El exterior es igual al interior en este laberinto de espejos,

también al centro un cielo miente y el minotauro carcajea de vez en cuando.

 

El corte es autoimpuesto, no hay mutilación tal

como la de las propias ideas, el guía convierte

el texto en un cadáver exquisito. Ante la interpretación, el poema

se defiende indiferente mientras el minotauro finge

una sonrisa frente al celular de quien se toma una selfie.

 

Si compra la propiedad el toro de Creta es suyo,

no se olvide de alimentarlo, lance por la barda el sacrificio: jóvenes,

de preferencia, tiernos e ignorantes que puedan internarse en la voz

y ser devueltos como huesos para no gastar en un arqueólogo.

 

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