Antonio Rubio Reyes | La conquista del vacío

ANTONIO RUBIO REYES (Ciudad Juárez, Chihuahua, 1994). Maestro en Estudios Literarios por la UACJ. Publicó Blu (Anverso, 2019), La santa patrona del tex-mex (Crisálida, 2021), Los funerales del agua (Fósforo, 2021) y El árbol derribado (Buenos Aires Poetry, 2022). Junto con Amalia Rodríguez y Urani Montiel recibió el premio de crítica literaria Guillermo Rousset Banda por Cartografía literaria de Ciudad Juárez (Eón, 2019).

 

 

 

 

La conquista del vacío

 

La ciudad es siempre la misma.

Otra no busques —no la hay—

ni caminos ni barcos para ti.

Kavafis, “La ciudad”.

 

 

Capítulo uno

Amor mío: observa los vastos campos de algodón:

aprende a pizcar con la mirada.

—Toda materia es del aire y el aire una extensión de nuestra materia.

—Respiramos este que fue en otros tiempos un rostro que es todo ausencias.

—Mirando la tierra a las afueras del valle.

—Respiramos y dejamos de respirar.

—Florece entre nosotros, fluye con ternura, suavemente, yace hoy el aire desnudo en la carne blanca de la arena, como un dios de piedra y agua y silencio, fruto de sangre transparente, la palabra que lo acoge y libera, la palabra que lo libera pese a la rabia de las flores y los huesos.

—Respiramos y dejamos de respirar.

—Azota a la ciudad un terregal. El más terrible. Apenas atrevemos a nombrarlo. La tierra se mete por las ventanas, debajo de las puertas. La encontramos en la comida, el agua, bajo las uñas. Nadie puede mirar. Solo respiramos con torpeza. La tierra nos entrega un reflejo de barbarie. El viento hiede. La ciudad desaparece para siempre detrás de ese hedor. El lenguaje se pierde en la sed. Ni siquiera el aire sobrevive.

—Debería darnos miedo respirar.

 

Capítulo uno

En la bórder.

Una muchacha. En un tren. Camino al norte.

Con el dedo, ella imagina la ciudad sinuosa. Una arquitectura de polvo salta a la luz. El silencio metálico de las promesas.

Aprender el arte de nombrar fronteras: saltar muros, naufragar puentes. Y el sabor metálico hasta en el sueño.

Durante la travesía, la muchacha enferma. El polvo dentro de los ojos empieza a tragarse la luz.

Una muchacha. En un tren. Camino al norte.

apenas piso el desierto

mi entierro tendrá lugar aquí

 

Hay palabras que ella quiere articular. Su lengua se hace polvo entre los temblores y el frío. El ruido metálico de los vagones.

 

una nueva casa

padres muy viejos

sueño sueño

 

Quién era nadie lo supo ni cuál su patria en el vasto mundo latinoamericano.

Mientras ella yace muerta bajo esta arena de la inmensa noche, siempre la aguardarán viva sus padres.

 

Capítulo uno

Mamá enciende una veladora. Entrega sus oraciones a la Virgen.

 

que regreses pronto de la noche

y no tengas frío si el viento es fuerte

                                                                                                                

Las cosas en la calle no alteran su orden y los niños en el parque regresan antes del toque de queda y los candados resguardan con fuerza los portones y todas las luces se esconden antes del anochecer.

Mamá nombra en la oración el rostro amado. La Diosa escucha solemne y aterrada, como quien oye de las arañas una melancolía humana en el brillo de la luna lamiendo el tejido plateado, una tristeza de marea prematura.

Entonces, un helado aire abrasa la luz contenida de la vela, la noche es atravesada por el sonido de la ciudad y la Virgen sabe que no regresará la hija a quien las palabras del fuego reclamaban.

 

Capítulo uno

Jardines de Roma.

Aquí entra el sol como la transparencia al agua. Voces que nunca regresaron a mirar por estas ventanas. Rasgos de un cráneo florecido. Su sonrisa de bestia.

La luz sopla su oscuridad en los desechos de mi casa. La ropa sucia del bebé. El llanto en el silencio del baño. La taza cubierta de podredumbre sobrehumana. Algunas botellas de plástico vacías y otras no. Una llanta que ha hecho del reposo su último camino. Los demonios no atreven hacer aquí una casa.

 

Y las cosas guardando su secreto.

Después, la definitiva oscuridad y su puñetazo de navajas.

Como un rayo que se parte en dos de madrugada:

alguien grita y alguien oye.

 

Las paredes guardan en la mueca desdentada el rencor de los ausentes. Esperan: quizá otras formas de calor.

Pero ahora solo el frío sale y repta casi depredando como un infarto. El cielo parece alumbrar este silencio: lo despedaza con su paleta de blancos y rojos.

En el parque cada columpio sigue los pasos suaves de su fantasma.

La casa atesora la última luz y el polvo empieza a esconderse en la esquina más lejana.

Y hay un rayo que se parte en dos

siempre de madrugada.

 

Alguien grita y alguien oye.

 

Capítulo uno

El palacio de la novia.

Todos mis vestidos bailan para nosotros. La mugre del tiempo no ha borrado el deseo. El amanecer me encuentra desnuda y en silencio satisfecha.

 

Nuestro amor muerto

no muere.

Los corazones que dibujaste para mí en el escaparate tiemblan todavía con nuestros nombres en su vientre. La lluvia olvida borrarlos. El aire descompone otras cosas. La ciudad se derrama como una mandarina.

 

Aquí espero:

Nuestro amor muerto

no muere.

Y cada vez que respiro me lleno de oscuras nubes.

No llueve dentro de mí:

el desierto es lo único

que florece en mi cuerpo.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *