
Irás naciendo poco
a poco, día a día…
José Hierro
I
Vivir en la ciudad incuestionable.
Caer en su huero y en su esencia sacrificada.
Trayecto tumultuoso en el temblor
que pretende evitar el mañana.
Mientras se sucede este ruido de pared
-fingidor y traumático pétalo del silencio
para alumbrar el real, el completo-
Mientras el agua se acaba en el paisaje,
una agonía persiste entre nosotros.
II
La dilatación de mi promesa está aquí.
Parece lejos del lugar de inicio; pero
yace en esta tierra y orquesta mis planes.
Cuando el recuerdo es más fuerte que el tiempo,
atestigua el extrañamiento, el más audaz, el primitivo.
Yo soy testigo de mí en un septiembre
que las fieras domarán y ya doman;
la muerte goza de toda libertad para venir a él
-volcar su número infinito-
en este día usado de memoria.
III
Este lugar nos comprime.
Respiración y cáncamo. Declive.
Incisión en el vientre y oquedad.
Firmeza de los árboles y maravilla del deleite.
Este lugar nos comprime.
Obstáculo.
Es la voz que miente, es la noche que miente,
es el aliento fértil de ti
es el aliento fértil de mí.
Posiblemente una trina existencia.
Todo aquí, todo ahora.
Cuando la hierba crece en la noche
y duermo sin sentir
y no padezco con la luz en un instante
que es ancestro, puro ancestro…
Y no padezco.
Este lugar nos comprime y nos aleja;
de este mundo y en este mundo, quizás.
IV
Un día será tarde para todo.
El viento es carne que avisa.
El dolor, el privilegio de saberlo.
V
Acumulo las distancias
-si el día es lo suficientemente grande
no se verá el final-
Como una medalla -regalo preciado-
mantendrá la gruta y su camino,
eternizando nuestra frente entera
y el pecho suspendido.
Sé dónde van después las flores.
Van allí y escalan las rocas invisibles.