Jamie McKendrick nació en Liverpool en 1955. Ha publicado seis libros de poesía, entre ellos The Marble Fly (1997), ganador del Forward Prize y recomendado por la Poetry Book Society; Ink Stone (2003), finalista del T. S. Eliot Prize yt el Whitbread Poetry Award; Crocodiles and Obelisks, finalista del Forward Prize; y Out There (2012), ganador del Hawthornden Prize. The Embrace, su traducción de la obra de Valerio Magrelli, recibió los premios Oxford-Weidenfeld y John Florio. Anomaly, su última colección de poemas, fue publicada en noviembre de 2018.
ANOMALÍA
Nunca un arrendajo por estos lares
pero sí el rugido de la autopista.
Más blancas que las nubes las lilas
hoy han tornado amarillo cenizo.
Nunca la suerte de otro abrazo tuyo
como el de aquella noche en tu puerta.
Hizo peor tiempo que el año pasado
y derribó el tremendo eucalipto.
ARBÓREO
No abrevadero de avispas o víboras,
tu emblema de poeta era un árbol
de pájaros – hogar de voces errantes
sin dios conocido, sin techo, ni puerta.
O acaso puerta, pero siempre abierta.
Tal como aprecia Machado a Virgilio no
por sus Églogas, Geórgicas o Eneida
sino como anfitrión y refugio de una
fantasmal presencia, coro compacto de
cantantes, sin lastimar o triturar sus notas.
Orquestación – si no fuera palabra tan débil.
Piensa en el ave cuya cabeza está llena de árbol,
que espera en la rama, guardián del verde,
al tenue son de brotes en el xilema,
el viento agita su jaula de ramas húmedas, negras.
EL VUELO
Otros me desprecian. Tienen razón.
Yo me miro desde lo alto y con desdén:
melena convertida en algodón
— amarillenta cual espuma de mar sucio –
hombros enjutos, nueva calvicie
y los brotes de alas negras que me llevarán a casa.
ALGO MÁS
—Advertid, hermano Sancho, que esta aventura y las a esta semejantes no son
aventuras de ínsulas, sino de encrucijadas, en las cuales no se gana otra cosa
que sacar rota la cabeza, o una oreja menos. Tened paciencia, que aventuras
se ofrecerán donde no solamente os pueda hacer gobernador, sino algo más.
– CERVANTES, Don Quixote
Nos hubiera ido bien en la isla,
Sancho gobernando sobre nosotros.
Y una fiesta de bienvenida lista
para las balsas de indios y moros.
Mas ahora habitamos encrucijadas,
bajo una triste bandera, esperando aventuras,
con la eterna promesa de ‘algo más’.
Casco abollado, oreja partida,
polvo de herraje nuestra recompensa.
TRAUMA
Me viene a la mente otro episodio de vida relacionado con abejas. Un trauma, desde luego. Yo estaba tomando aire cuando con dos golpes secos, primero una abeja y después otra se estrellaron contra el centro de mi frente, más o menos donde el tercer ojo debería estar alerta. Ambas abejas cayeron aturdidas sobre la vereda donde se retorcieron como si trataran de liberarse de una telaraña invisible. Yo era lo suficientemente versado en apicultura general como para saber que en circunstancias normales esto era al menos una advertencia; que proceder sería arriesgarse a la ira de la colmena; y que lo más recomendable era desandar mis pasos hacia atrás. No obstante, las circunstancias demostraron no ser normales, ya que noté que la vereda estaba plagada de abejas en similar estado de agonía. Al parecer, algunas ya habían muerto y yacían curvadas cual carcasas huecas y peludas. Seguí el camino que habían dejado, fijándome dónde pisaba, hacia una casa con la puerta abierta de donde surgía una nube de cemento. Traté de explicar a los albañiles que no existía la necesidad de elegir entre la residencia de los humanos y la de las abejas, que ambos podíamos vivir juntos para nuestro mutuo y feliz beneficio. Ellos me escucharon con atención durante unos minutos, después me explicaron que, si bien podían ver a qué me refería, tenían mucho trabajo por delante. Cuando protesté, me persiguieron con palas y me acusaron a los gritos de ser un traidor y una vergüenza.
VOCES
Empezó a oír voces a principios de abril, aunque el mes y el tiempo cambiante apenas incidían en sus asuntos. Decían cosas mordaces, pero sin vehemencia, frases que fuera de contexto permanecían crípticas como ‘no es un nombre particularmente distinguido en noruego’, o ‘¿tienes más fichas de ardilla?, o ‘el auto con copete parece mejor estacionado’, o ‘deberían arreglar la choza antes de que llegue el verde’. Tal vez no voces, pero una sola voz interrumpida de manera tan abrupta como había empezado. Era como si sólo escuchara una parte escindida del medio de un diálogo, algo que oyera de casualidad en un tren o haciendo cola, justo a su izquierda y ligeramente por detrás, no obstante, estaba solo y hundido en una silla, antes giratoria. Si no pensara tan lento, quizás algún día sería incluido en aquella conversación.
Jamie McKendrick
Anomaly (Faber, 2018)
pp. 5, 14, 25, 40, 46, 47
Trad. Carlos Llaza