José Antonio Santano Serrano (España). Poeta, narrador, ensayista y crítico literario. Es Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Almería, y autor de más de 20 libros, entre los que vale destacar: Profecía de Otoño, Premio Internacional de Poesía «Barro» (1994); Exilio en Caridemo, Premio Ciudad de El Ejido de Poesía (1995); Íntima heredad, Accésit Premio Internacional de Poesía «Rosalía de Castro» (1998); La piedra escrita, finalista Premio Nacional de la Crítica (2000); Suerte de alquimia, finalista del Premio Andalucía de la Crítica (2003); Trasmar,de narrativa, Premio Andalucía de la Crítica «Ópera Prima» (2005); Las edades de arcilla (2005); Razón de ser, X Premio Internacional de Poesía «Luis Feria» (2008); Caleidoscopio (2010); Estación Sur (2012); Tiempo gris de cosmos, Premio Gremio de Libreros de Almería al mejor libro de poesía (2014); Memorial de silencios (2014); Los silencios de La Cava (2015); La voz ausente (2017); Lunas de oriente (2018); Cielo y Chanca (2019); Tierra madre, Premio Nacional de Poesía José Antonio Ochaíta (2017) y Marparaíso, Premio Internacional de Poesía «Rosalía de Castro 2019.
Poemas del libro Madre lluvia (Olifante, Zaragoza, 2021)
MADRE LLUVIA en estanques
de verdosa mirada
de la casa en la sala,
el sillón de orejeras
que dormita los sueños
de otra vida pretérita
cuando el tacto en sus manos
en los campos buscaban
el color de las flores
y el rumor de los vientos,
cristalinas las aguas
en lluvia bautizada
regadora de almas
de maldad curandera
madre lluvia tu savia.
PERTINAZ LLUVIA madre
en el trino del pájaro
en el patio y las flores
enredadas al aire
que la voz enmudece
en la copa del árbol
y las manos extienden
a lo alto del cielo
donde arcángeles duermen
y la luna se acalla
tal si fuera un silencio
que se abisma al infierno
de otro tiempo de paz
ya en las calles tranquilas
que los hombres pasean
en las tardes de otoño.
Caminantes al cine
bien asidas las manos
las parejas amantes
en su huida a los sueños
del matiné la hora.
Y más tarde los novios
en lo oscuro abrazados
de las últimas filas
cuando Él nunca muere
porque siempre es el héroe
y Ella dama beldad
que a la luz hermosea.
Madre lluvia en las nubes
trascendida en el tiempo
de la vida que fluye
por el piso en bonanza
a la mesa en familia
todos juntos en calma
de crecer cada uno
en los signos del agua.
Para luego al regreso
nuevos soles y vidas
de leyenda en las noches
de calumnias e injurias
siempre alerta en tragedia
que de nuevo a la casa
en luz y llama vuelve
y un dolor insufrible
por el tiempo se expande
en otoños de lluvia
que la muerte retiene
definitiva, eterna.
En los hijos la tarde
de campanas que tañen
melodías de muerto
y ya nunca detienen
su cantar lastimero
en los días de lluvia
de ataúd de madera
camino al camposanto
y el silencio tal agua
misteriosa en las tumbas
y las rosas de plástico,
los retratos en tierra
van marcando el sendero
del esposo el entierro
la verdad del ausente
de vuelo hacia las nubes
por las blancas paredes
por los níveos silencios
de la carne en cenizas
donde nombres no existen
sólo lluvia en las tumbas
feroz lluvia de huesos
bajo losas de tierra
en mudez abisal
que se adentra en los ojos
de una cripta sin almas
nunca más ultrajada
van quedando los años
como el humo suspiro
que se pierde en la estancia
del sillón de orejeras
tras el hueco del aire
en los mármoles fríos
de la casa el ausente
y es un grito vacío
en los muebles oscuros
de la sala lejana
en la puerta palabras
que las noches de estío
se tragaron de un golpe
de regreso a la lluvia.
Madre lluvia de otoño
que florece el olivo
en los dedos del cielo
más allá de los mares
ya vencidos los sueños
caerán los silencios
en los siglos la historia
de un amor que no exige
sino amor en la entrega
de la luz en la luz
en su hondura de sombra
que a la noche somete
rojas rosas de lluvia.
MADRE LLUVIA despierta
del aroma en naranjos
en las calles de siempre
cuando abril es tristeza
de la muerte cercana
de la casa en la esquina
de regreso a otros labios,
cuando todo se acalla
y el recuerdo insistente
acuchilla el futuro
y lo escupe certero
sobre el cuerpo sentado,
la cabeza caída
el sillón de orejeras
sobre el pecho los brazos
tan dormidos los ojos,
soledad en el rostro
y en penumbra la voz
cuando octubre agoniza
en la mesa camilla
y el retrato relumbra
las edades que fueron
anteriores al caos
de un amor imposible
que al tic tac del reloj
las paredes alcanza
de la sala los sueños
la quietud de los dedos
sobre el vientre soldados.
Ya no existe el paisaje
de los campos de olivos,
solo el triste recuerdo
de una tarde de otoño
que en la muerte fue sino,
desde entonces la casa
en silencio resiste
el venir de los años
soledades cuchillo
y en la piel las arrugas
como ríos cautivos;
las pastillas dispuestas
en la mesa y el agua
habitando la espera
en amargos sonidos
de la humana jauría
devorándose a insultos
en la televisión:
cegadora de luces
pesadilla que asola
las tardes de otoño
en la sala sombría
abismada en la nada,
en los años vividos
al calor de los hijos
en las gotas de lluvia
redentoras de vida
cuando ya resta poco,
en seriales de radio
de Sautier Casaseca
Ama Rosa y el llanto
en la hora primera
de una siesta continua
cuando todo se apaga
y el silencio se hospeda
en la luz de las sombras
o en las manos que bordan
en azul bastidor
las certezas del día.
Cuando ruge el pasado
en la sala vacía
y es el tiempo enemigo
de la voz y las risas
y en el rostro la huella
de la lluvia incesante
en las noches violentas.
Madre lluvia fulgor
que no muere jamás
donde siempre germina
una mano caricia
o el verdor de unos labios
que recorren la tierra
y las nubes de seda
allá lejos de todo:
de los ojos cansados
cuando vuelve la vida
a sellar los recuerdos
que en secreto la sala
cada día va guardando
en la hondura del sueño
de un estío que no llega
de una calma que hiere
y se antoja de muerte
cada vez que se mira
en la piel del espejo;
pero ya solo anhela
el regreso al sillón
de la sala en abrazo
de las horas monótonas
en tic tac de relojes
que acuchillan el aire
en las noches oscuras:
la cabeza caída
madre lluvia corriente
lluvia clara de otoño.
MADRE LLUVIA tu nombre
entre gotas de lluvia
golpeando ventanas
corazones ausentes
cuando mudos los ojos
acarician las nubes
que la tarde dibuja
en el ángulo oscuro
de una sala silencio
y un sillón de orejeras
los cabellos nevados
la sonrisa en el aire
de los dedos la artrosis
una herida profunda
en la rosa marchita
los recuerdos que sangran
y en la hora más negra
los cuchillos se clavan
como música antigua
y la casa es infierno
en la ausencia y la carne
de ese vuelo infinito
al abismo nutriente
de la muerte y la nada
que al abrigo del tiempo
a la tierra enardece
en la impía frontera
de un eterno sollozo
que al sueño despierta.
Madre lluvia tu nombre
cada día como el pan
alimento de lluvia
de un otoño infecundo
cuando solas las aguas
en la mar son herida
que los años invocan
pero ya no hay salida
que nos lleve al edén
de las risas primeras
cuando todo era luz
en los campos de olivos
y en los ojos el agua
avivando la tarde
repicar de campanas
y en la sala el vacío
invisible a la lluvia
a su tacto de diosa
a su muerte imposible
por la puerta cerrada
de su nombre la espera
el perfume de rosas
que la tierra sea leve
un enorme silencio
una lágrima inmensa
en los labios del aire
que me trae sus aromas
de mujer madre lluvia
y el sillón de orejeras
que en la sala no existe,
la cabeza caída
sobre el filo del sueño
una siesta profunda
en las venas ya mustias
por venir el desierto
de los pasos a golpes
en negror del asfalto
de las horas urgentes
en la voz del silencio
atrapado a los muros
de una casa encalada
en la esquina del tiempo
cuando fueron las lluvias
en la calle humedal
de una senda secreta
conjurada en su nombre.
Sin embargo es ahora
cuando todo es neblina
y los versos guadaña
que vacía la sala
y el retrato una sombra
muy adentro en la sangre
y su voz todavía
una luz infinita
que se agolpa en las sienes
y me nombra los nombres
de otro tiempo aviejado
en las gotas de lluvia
que incesantes destilan
soledad en el rostro,
la cabeza caída
moribunda la tarde
en otoño de lágrimas
poco a poco cayendo
sobre las blancas manos
de la tierra al abrigo
en un día cualquiera.
Para siempre el silencio
la invisible mirada
esa música sorda
de las gotas de lluvia
que monótonas caen
en los ojos cansados
y en la luz de los labios
madre lluvia la vida.
PLEGARIA
Madrenuestra que habitas
en el aire y la rosa
toda tú en los campos
en el agua de lluvia
en la aurora celeste
en la música clara
de la luz en los sauces
de regreso a la tierra
una tarde de enero
en las nubes grisáceas.
Madrenuestra de lluvia
Madre Lluvia la vida.
EPÍLOGO
Nuevamente la lluvia por su pálido rostro
en rumor de silencios y una leve sonrisa.
PLAZA MAYOR (Del libro Alta luciérnaga, Diputación de Salamanca, 2021)
I
a Abraham Zacut
Se espacia aquí el misterio,
la piedra en su silencio
levita, asciende hasta las nubes,
un hombre camina entre los arcos,
se detiene en el centro, y mira
midiendo el cielo con sus ojos,
toda la Plaza
girándose sobre sí misma,
abriéndose al mundo
como si fuera la última vez,
el fin.
Un hombre está en la Plaza
solo y ausente,
esperando que el cosmos
desvele sus secretos,
que la noche descubra
la luz de los planetas.
Un hombre está en su centro,
perdido en su silencio.
X
a Pilar Fernández Labrador
Sentado frente al sol el tiempo esquivo,
un café contiene los segundos mientras llega
la señora en su luz de luciérnaga.
Con pasos lentos camina sobre el tapiz
de un himno,
sus trenzas de trigo sobre la tarde
los balcones anuncian,
el aire de unos ojos a otros
en la penumbra febril se antoja.
La señora en su luz me recuerda
esos campos de mieses y de luna,
ese verso atrapado al olvido
que nunca muda
que nadie repite
que solo es sendero
que regresa a este siglo,
a sus manos de lirio,
a sus labios de estirpe,
como ayer a ese hijo
que huyó a las trincheras
y le canta a escondidas
una nana con trinos
en su luz de crepúsculo
otros versos refugia
bien entrada la noche
en su pecho de llama.
En la terraza del café la espero,
como siempre lo hice
a esa hora que el cielo dibuja
racimos de nubes y un son de silencios.
Son las cinco
–hora del té en Londres, según dicen–
pero aquí nada importan las horas
y el reloj es el mismo,
incumben las palabras, su cortejo
de luces, las que cierran
heridas y engrandecen ensueños.
A su lado conforto este instante
que hondo y primigenio
en el puente del Tormes brama
y en el corazón se hospeda.
Luego de mirarnos conversamos
sin prisas
sentados el uno junto al otro
de todo lo divino y de lo humano.
Azul como una estrella te derramas
en piedra y luz sobre la tierra
o remontas el vuelo
a la sagrada altura del abismo.
Sé de tu nombre
ligero como pluma,
redivivo
de la umbría selva de los hombres.
Hurtemos a la tarde su alegría,
el don de la palabra;
recorramos el mundo
y detengamos el tiempo, ahora,
mientras la vida sigue.
XI
a Alfredo Pérez Alencart
Desde el pretil del Puente
el vuelo de las aves,
el agua arremansada
del Tormes en tus manos
cuando regresa misteriosa
al otro lado
una lluvia de árboles y ríos
que azulan el silencio
y la voz de las antiguas tribus
en la prístina selva de los ojos
amansados por la luz catedralicia
de un son dorado en cordilleras
del charango y la nieve entre los labios.
Desde el pretil del Puente otras américas
se hospedan en la noche
un bello cóndor sobrevuela el cielo,
la piedra luciérnaga de tu palabra
altiva, musical, abarcadora, limpia
y celeste como el techo del mundo,
el que ahora convocas
a celebrar la dicha
del reencuentro en los orígenes,
más allá de la muerte,
en el dulce canto de una quena.
Pero un día en Peñaranda
entre poetas
el fulgor del silencio,
el verbo exacto con sus nombres
de la mano del aire
en plenitud.
Desde el pretil del Puente
a ti regresa atlántica la voz
que nos concilia para siempre
con la vida.
XII
a Miguel Elías
Cada vez que me hospedo
en los brazos del tiempo,
cada vez que la niebla los nombres oculta
y la piedra enmudece su perpetuo esplendor,
cada vez que la noche bosteza
y los astros no alumbran,
solo entonces
me salva
el color de tus versos en lienzo,
el preciso silencio en la rama
o el lenguaje del agua
de un jardín japonés
que la luz del pincel en tu mano
el alma trasluce y retiene.
Cada vez que viajo en el tiempo
y en la aldea que te acoge
me acoges
y en mis ojos declaras la dicha,
solo entonces
el vuelo al misterio
del pincel sobre el lienzo
derramando la gracia,
ese silbo de alondras
que me hermana a tu cielo
en Uña Quintana,
y que al fin despereza
en un himno sumi-e.
Cada vez que viajo en el tiempo
por las sendas de un bosque
de bambú aromado…
XIII
a Antonio Colinas
Qué distinta esta luz en la piedra,
una llama encendida en los labios del monte
resplandor del silencio en su origen de grito
ese don impreciso del estanque en su otoño
o el color de esta agua penetrando en el frío,
en la humana presencia de tu sombra suprema.
Qué distinto este canto
penetrando en la noche amarilla
que descansa orillada en los labios del bosque
o al calor de la lluvia
que sedosa acaricia la piedra templaria
y en su voz no se apaga
y en su ser se engrandece
por venir de la luz
que alumbra el silencio en Tarquinia
y regresa a tu voz de alameda
como así fue al principio de todo
para nunca ceniza.
Qué distinto este cielo y su brazo
infinito en el aire y la Plaza,
qué perfume envuelve su espacio
y nos habla al oído y en los ojos se hospeda
para ser alborada de cantos y risas
a la orilla del Tormes en brutal armonía,
qué profunda la huella que los arcos dibujan
si atardece en los labios el color de las sílabas
y en tus dedos se agolpan
y se escriben los signos
en la mar castellana
y en sus olas de trigo la vida reluce.
Qué distinta esta lluvia de otoño en la Plaza
en su centro de espejos y una tarde cualquiera,
qué distinto este musgo
el color de la aurora
cuando crece el silencio en los ojos del verso
y la mano recoge su fruto.
Qué distinto este tiempo en el bronce
de los días y las noches que ahora nos viven
y como un trueno o un grito
renace del fuego y en la llama se extingue,
qué distinta esta calma de agua
en los pechos del aire,
qué distinto el rumor de tus versos,
el sutil aleteo de las sílabas
en plenitud de fruto.
Qué distinta la luz en el lienzo,
qué distintos tú y yo
en las trenzas doradas
de Simonetta Vespucci
la eterna Belleza,
brevedad de la vida
y la muerte.
XIV
a Carmen Ruiz Barrionuevo
Advierto en tu voz
el dolor del silencio
el metálico son de la nostalgia.
En tus ojos la calma
del otoño en los parques,
el sabor de la infancia en la Plaza
nada más atardece.
En la luz de las aulas
te advierto, eres tú en la piedra
ese sol del invierno,
la exacta palabra
en la umbría de dos siglos
que conservan intactos
la inocencia del tiempo.
XV
a María Ángeles Pérez López
Te regreso al silencio
que late en la piedra
en la uña afilada del tiempo
bautizando la noche
con los cuerpos que mudan el llanto
por risas en el último instante;
viva luz
que te alcanza y seduce
solo sombras que caen
como hojas vencidas.
Te regreso a los signos,
al eco del himno más puro,
a los nombres que fueron
en las aulas leyenda:
Juan de Yepes, Góngora,
Teresa de Cepeda, Garcilaso
Cervantes y Manrique,
Neruda, Mistral, Quevedo,
Paz, Borges, Fray Luis,
Cardenal, Bolaño, García Márquez,
Martí, Allende, Nicanor,
Machado, Hernández, Cortázar, Fuentes,
Onetti, Amado, Asturias, García Lorca, Juan Ramón,
y tantos otros que tú habitas
y te habitan cada día,
hondos y atlánticos
en los claustros y el mármol
de vasta soledad,
en la desnudez del cielo
que nos devuelve al principio del fin
y en todo ser viviente
se muestra primitiva.
Te regreso a la palabra y la lluvia
que anuncia la vida en cada esquina
y en ella te forjas y te creces,
caes y levantas
hasta saberte aire en la llanura,
materia solo
cegadora luz.
Me regresas al verso
y un temblor misterioso
se te adueña
mientras duerme el invierno en las flores
y un sonido de luces revela
los nombres que fueron
corazón de la lengua,
hacedores de almas.
XVIII
a Chema Rubio, y en su memoria a todos los poetas
Iberoamericanos que se citan cada año en Salamanca
Alma de lluvia,
agua insomne en la retina
piedra toda
luz que vuela al claustro de tus ojos
y en ellos se aviva
para ser aroma
y sanador bálsamo
cuerpo solo
esencia y centro
de tu voz en las aulas
alzándose a la altura celeste
de la tierra que grita
en voraz soledad
los nombres que fueron
corazón en los bosques.
Alma de otoño
en secretos pinares
más allá de la infancia
más allá de los juegos
al caer en su abismo la tarde
poco a poco
todavía invisible
persistente en la esencia
que planea como pájaro
al sentir esa herida en el pecho
de los días y noches
que el hombre supo suyas,
porque suya fue siempre la palabra.
Tú, mi buen amigo,
por última vez
entre todas las cosas
en el origen mismo de la luz
al borde del estanque
en el seno materno
todo tiempo en su voz
que huye al río Eresma
y mira tras su orilla
los miles de espejos
la secuencia del agua
que corre por las calles
y es verso en las sombras de la Plaza.
Allí sucede todo
eternas son las horas
al calor de la retórica
y juntos
en la luminiscencia de la poesía
el tiempo se detiene
se paraliza el mundo
en el claustro de Fonseca
en las Escuelas Menores
en el sobrio románico de San Martín
o en la vieja Catedral
quizá en el Ágora.
Allá en plazuelas y avenidas de neón luminoso
los ojos se acallan
la noche alumbra su tristeza
y todos los reunidos
sin excepción
invocando los nombres regresados
la realidad que nos excede
con temblor de cuchillo
sesgada la esperanza
porque nunca volveremos
a vivirte tan radiante
cuando octubre fenezca
en los poros del aire
en la hojarasca
pues ya tu ausencia
irremediablemente
nos hace a todos huérfanos.