JULIO ORTEGA – MEMORIA DE POLVO Y LUZ Elí Urbinaenero 25, 2020octubre 30, 2021Poesía peruana, Revista Navegación de entradas PreviousNext Fotografía: Ana Portnoy. Presentamos el poema “Memoria de polvo y luz”, de Julio Ortega (Casma, 1942), considerado por la crítica literaria peruana especializada como uno de los mejores poemas épicos de la poesía nacional, cuyos versos dan fiel testimonio de la sublevación popular acontecida el 14 de junio de 1960 en Chimbote, como noble homenaje a los cuatro hombres abatidos en el Puente Gálvez por matones uniformados de la policía. Los caídos eran hombres de mar y se sumaron a esta lucha popular en solidaridad con los trabajadores siderúrgicos quienes reclamaban sus derechos a la Empresa SOGESA. Los nombres de los mártires son: Roberto Pajuelo, Santiago Reyes, Luis Obeso y Ezequiel Pereda. Como señala Juan Ojeda, otro de nuestros grandes poetas chimbotanos, en una entrevista concedida a Oscar Colchado Lucio y recogida en el libro “¿Qué piensan? ¿Qué dicen? Entrevistas a escritores de Áncash / Antología”: «Todavía pienso que esas víctimas están esperando se señale a las bestias que hicieron posible el atropello. Los verdugos se desplazan con una tranquilidad conmovedora, es necesario pues describirlos despiadadamente, que la brutalidad no permanezca impune». Julio Ortega es uno de los escritores y críticos más destacados de la literatura peruana contemporánea. Nació en Casma y vivió en Chimbote desde su niñez, realizando en el puerto sus estudios primarios y secundarios, estos últimos los hizo en el Colegio Nacional “San Pedro”, pertenece a la promoción de 1959. En 1963 y 1964 ganó los Juegos Florales de la Facultad de Letras de la Universidad Católica en las áreas de cuento y poesía. En 1981 gana el consagratorio Premio COPE de cuento con su relato “Avenida Oeste”. Su producción intelectual es inmensa y variada, muy brevemente diremos que en poesía a publicado “Las viñas de Moro”, “Tiempo en dos”, “De este reino”, “Rituales”, etc. En 1968 sorprendió a críticos literarios y lectores publicando su “Imagen de la literatura peruana actual”. En ensayo y crítica ha dedicado enjundiosos estudios a José María Eguren, Ventura García Calderón, José María Arguedas, Carlos Fuentes y a otros escritores, además de importantes antologías de Chocano, Vallejo, Valdelomar, Eguren, etc. Colabora con un sinnúmero de revistas nacionales y extranjeras. Actualmente ejerce la docencia en la Universidad de Brown de Los Estados Unidos de Norteamérica. [i] MEMORIA DE POLVO Y LUZ Se abre el sol: un día de junio. Baja el tiempo en el filudo brillo de sus aguas que ceden, un día de junio. Un tiempo de junio, Chimbote abre sus manos, un golpe de dados: casas que emergen en manchas blancas y verdosas, hojas que lima el viento. Temprano avanza el polvo, temprano mugía, avivando sus brasas, sus hierbas, un tiempo de junio en el ancho abrazo del sol, charcas humeando en los grupos, pescadores arracimados, el viento los remueve en polvoroso temblor, voces del mar, en las esquinas llamea secamente el día. Temprano abrí la puerta. “La huelga estalla”. Se abrieron las calles como limpia baraja. Grupos abultando el polvo, se cierra el puerto en sus rostros acechantes, un día de junio cae el árbol. “La huelga nos consume”. Escuché el gemido, del viento atrapado por rápidas voces, y el péndulo que descorrre golpes y pausas sobre la carne. En el puente Gálvez -gira el viento- pescadores y policías, fibra a fibra se retienen. En el puente Gálvez, en el alto reducto del polvo, vi el mar verde limón, las suaves islas pardas meciéndose en el agua. Vi palabras como plumas balanceándose, y el peso del sol, el áspero peso de la luz de estos rostros. Grupos apiñados en la ancha avenida, las negras cabelleras oscilan en las voces, saltan y giran, la tierra espejea, cuerpos apiñados, negras cabelleras, y las altas manos luchando sobre el agua oscura un día de junio. Oscilan sus rostros en el vaho de la luz, son aquí el hombre que he visto en su entraña: avanzan, sobre el puente, arriba. Cerrando el puente, la policía, cerrándolo, adentro de sus armas ¿quién habita? Los verdes uniformes y sus metralletas, talando el sol, verde máscara, en Chimbote, sobre el mar, un día de junio. Ah muchachos de mi pueblo he mirado un rostro y su sedosa sangre, su pequeño mar vertiéndose, su saliva y sus manos, vacías, todo un río trunco, un día de junio. Avanzaban. Hacia el puente. Arriba. Entre dos orillas, ceñidos por afilada luz, avanzaban. Hacia el puente. Arriba. Sus gritos en mi cabeza como brilloso aceite, en mi lámpara sus gritos, voces henchidas en el vaho, una especie de rosada pasta, sus voces, y el arenoso lecho en mis manos un día de junio. Oh muchachos de mi pueblo, un cuerpo ha entrado a mis costillas, el golpe de un rostro sobre el polvo, y la tierra que cede suavemente al sudor que la enjoya: corrió en mis venas, abrió sus manos, y en el polvo incendiado proseguía mi carne, en el revuelto polvo respiraba dos tiempos, un día de junio. Cuatro veces esta rojiza nube cayó abatida: sedimentada su luz en cuatro rostros, vientres, nucas, en charcos de sangre se apagaba la espesa mancha de sus voces. Se hace la noche en el agua. Una rama de botes mece la fría oscuridad. Viene bajo el murmullo de mar adentro y con leve peso suma la última ola. Vi entonces el denso eco del viento, entre las casas manchando los espejos con aliento tibio, cernía a las mujeres en su ácido amarillo, en el fuego de los hogares demorábase dejando su suave polen. Toda la noche fueron velados: ni héroes ni dioses, en el sencillo recinto, rodeados por el lento batir de la sangre y el dulce respirar, en sus negros hogares no sentirían frío, ni héroes ni dioses, cuatro pescadores muertos, se apagaban como sombra de árboles en un río temeroso. Y no sentían frío. Y a la mañana viajaban todavía en el temblor del agua, en brazos de jóvenes morenos, flotaban en la pálida muchedumbre, frente a casas abiertas, en el poder del silencio hendían un preñado río, sobre el polvo teñido de fuego viajaban. Oh espeso corazón, ¿qué silencio derrama para ti la lenta muchedumbre? Oh pueblo de mis huesos, golpe de dados blanquecinos, casas lavadas por el limo del viento, aquí tus cuerpos morenos se ciernen suavemente como cerrada mancha de vino: camina la muerte que se entrega a la vida, las dos orillas del agua desaparecen en un solo filo. Este mi cuerpo llenó mi carne de espumoso eco, en el derramado sol, un día de junio. [i] EXTRAÍDO DE «¡POETAS, LOS DE MI TIERRA!», JAIME GUZMÁN ARANDA, RÍO SANTA EDITORES. CHIMBOTE, 2005. | SELECCIÓN Y COMENTARIO DE ELÍ URBINA PARA SANTA RABIA MAGAZINE, 2020. Facebook Twitter