ROCÍO R SOTO nació en Nicoya, Guanacaste. Migró a la Gran Área Metropolitana y finalizó dos carreras en la Universidad Nacional y en la Universidad Libre de Costa Rica. Se dedica a la docencia, la apicultura y a la dirección académica de Abecedaria Estudios Culturales. La mueve el arte, los derechos humanos, la autoexploración, la reflexión y cree que en los árboles y en el lenguaje de las abejas está la verdad. Recientemente obtuvo el Primer Lugar en la categoría de poesía inédita del Certamen Lisímaco Chavarría Palma 2021, considera que este género es la absoluta intimidad. Ha publicado el poemario De Tánatos a Eros (Abecedaria, Costa Rica, 2022).
CANCIÓN DEL LATIFUNDIO
Un cristiano me dijo:
donde esté tu corazón, está tu Dios.
Mi corazón está en cada espalda rota de un cuerpo esclavizado.
En la exégesis del dolor y asesinato,
en las lejanas encomiendas
de pies descalzos
de la colonia
que no tienen rumbo,
ni en el pasado, ni en el presente,
porque nacen libres pero ilegales.
En los eufemismos del odio:
en la tortillera,
en el playo,
en el negro,
el indio,
la loca,
¡maricón!, ¡sodomita!, ¡marimacha! ¡puta!
En los gases lacrimógenos de la democracia
y cuencos vacíos de los estudiantes
manifestándose en Chile,
en ésta y otras dictaduras
de Latinoamérica y el mundo
que por bomba tiene una verdad.
Mi corazón está en la wiphala,
en la energía de las voces
así: Todas juntas:
“Somos ch´ma-pacha”.
En el encierro blanco contra Davis,
Rousseff,
los disparos mercantiles del desarrollo
contra Cáceres o Marielle Franco;
unas silenciadas y otras gritando.
Mi corazón está en la flauta andina
desciende del espacio cósmico y menstrual.
En todo sitio introspecto,
en lo que teje la manifestación de lo orgánico.
En las raíces que enlazan sin límites la tierra
y evitamos con la suela y el zapato.
O quizá,
no tengo un corazón,
ni a Dios en él.
¿Esta será una carta
sin destinatario?
“A quien le interese”
Tan óptimo el clima que llueve dentro de los ojos,
siempre primero el de la izquierda,
que nada tiende a tu interpretación panfletaria
y caudillista.
Al final todos matan y codician
con la fe de su conveniencia,
ese banco de latifundios
y deuda externa
que no se quemó en las hogueras
con las brujas sabias.
No, no tengo un corazón,
ni tengo a Dios en él,
porque las aves siempre levantan duelo
y nos dejan con el nido vacío.
Tanta vacuidad en un átomo,
tanta nada en la luna que precipita la fuerza
electromagnética de la tierra,
se va apagando con el sueño miope,
la utopía latinoamericana.
COLGAR
La muerte se muere de risa
pero la vida se muere de llanto
Alejandra Pizarnik
Colgar las llaves detrás de la puerta
como si fuera el último portazo
colgar el abrigo en el perchero
desnudarse
colgar las flores secas
vencidas de obsequios anteriores
colgar un hilo al pulgar
purgar el infierno: la masturbación
colgar los ánimos
de un cuadro sin arterias
o colgarse las arterias del desánimo
colgar las tenis en el cableado
sostener el pulso eléctrico del brazo
colgar el teléfono a dios
y al del otro lado
cuelgan las velas de un barco a la mar
las banderas a media asta
cuelgan los sufijos de andar
andando
como ayer
por desacato
quién se colgara.
EL CUERPO ES IGUAL A SU MASA POR ACELERACIÓN
¿Dónde iría la abuela si estuviera viva?
Caminaría a su casa,
a su habitación
que ahora es mía.
O quizá,
caminaría con pies descalzos
a los límites del mundo.
Solía mirar los mapas con rigurosidad,
aprendía de memoria
los nombres de capitales y ciudades.
Miro su fotografía en sepia,
pienso en la habilidad poética de la física,
en la detención del tiempo
donde la gravedad es mucho más densa.
El tiempo existe para la física,
como la masa, la densidad.
Hay poca magia en el realismo
y demasiada verdad.
Es por esto que un verso tiene más fuerza de gravedad,
que la masa de cuerpo ligero,
el verso también tiene un hábito atómico
de explotarnos en las manos,
de redimirnos ante la amenaza de la muerte.
He visto varias fotos de la abuela,
su cuerpo apergaminado
me deja surcos en el recuerdo,
camino sobre ellos con peso ligero.
También he visto la ligereza del deterioro,
como los músculos desgastados
se le fueron paralizando
¿Quién diría?
el rigor mortis nos llega aún estando vivos.
No habíamos experimentado el ruido del silencio
hasta que ella dejó de hablar.
“La gravedad es una aceleración y no una fuerza”.
Y ella estaba desapareciendo.
Ninguna objeción hay en esto,
es un punto de inflexión,
como esta imagen orbita
líquida y libre sobre la concavidad de mis mejillas.