Wilver Moreno Tineo | Como piedras olvidadas

Wilver Moreno Tineo (Ayacucho, Perú 1982). Perteneció al grupo literario El Club de la Serpiente. Ha publicado los libros grupales: Club de la Serpiente. Muestra Poética (Hipocampo Editores, 2007), La Imagen de las Palabras (GRABASELL, 2009) y Del Alpe y del Ande. Reunión poética bilingüe de Alemania y Perú (Pájaro de fuego ediciones, 2015); ha publicado los poemarios Detritos (Paracaídas Editores, 2009), Destrucción del tiempo (Hanan Harawi Editores, 2021) y ha sido antologado en los libros: Poesía Perú S. XXI. 60 Poetas Contemporáneos (Escuela de Lima del C.C. Yacana Editores, Lima, 2007), Rito Verbal. Muestra de poesía peruana. 2000-2010 (Elefante Editores, 2011) y en el Manual de Literatura Peruana a cargo de César Toro Montalvo (AFA editores, 2012). En la actualidad se dedica a la docencia.

 

 

PIEDRAS OLVIDADAS

La caída destroza la piel y el hueso muestra sus astillas libres. El grito en realidad no importa. Una carretera se abre a nuestros pies, se abre y se enciende con sangre hermosa, se humedece y coge vibración de infinito, de cielo y piedra confundidos en un instante como el inicio de una muerte.

―Pero el caminante debe continuar. Es tarde ya, el cielo está oscuro y el viento anuncia un cercano aguacero. Ya se sienten unas gotas de lluvia, y la piel se eriza por el frío―.

Ahora no podemos contener al cielo. Sus lágrimas nos fortalecen y nos salvan. El amor recorrido podrá contra todo misterio. Estas palabras mías no me pertenecen, solo dejan constancia de la imposibilidad de poder comprender los caminos que caen inevitables como la noche y el frío, y arrasan a los hombres como piedras olvidadas.

 

 

MANATÍ DE METAL

No comienza el ruido a escapar de las manos. Un antiguo resoplido regresa al hombre de su sueño religioso. Un olor invade la cabina compartida. Una bestia perlada de rocío se hinca ante su majestad. Puedo contener sus cabellos en estas manos elevadas hacia el naciente. Hígado violeta devuelve el golpe como un manantial de dolor. No recuerdo el ruido del placer. No recuerdo tus piernas etéreas, solo la violencia nocturna. Coraza de emociones virginales escupe el fuego del centro de su vientre. No navegues, amanuense, en la superficie de su piel, agua dorada por caridad, sino sumérgete como un manatí de metal por el oscuro agujero de su recto. Invade la última frontera de su cuerpo que al final es también tu cuerpo. Levanta la nariz en la médula iniciática de la muerte. Metal brillante que vierte luz sobre el espacio dormido. Sobre la palabra desgarrada desenvuelve otra palabra húmeda y palpitante, aunque la derrota sea evidente.

 

 

AGUJERO INFINITO

Dibujo con tu mano un gran agujero en el universo. La piel recubre el cuerpo de un reptil furioso. Es el papel donde se humedecen todas las pesadillas. Todo lo palpitante se desprende hacia el centro del infinito. Ahí yace el animal que respira, echado con la panza blanda hacia las cuatro direcciones artificiales. Ahí está el filo de la noche, del ruido y del dolor. El universo se contrae, se concentra en un solo punto. ¿Cuánta materia será necesaria para evitar el derrame inútil de la vida? No importa, lagartija epicúrea, sigue portando tu corazón como símbolo de lo más sagrado, aunque tus bordes, el borde del papel, el borde del universo, el borde de tu conciencia, el borde del lenguaje solo sean un reflejo tímido, pero aún tibio, de un pasado que se disipa.

 

 

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